Drama Familiar
Jan, 21 años, tres hijos, y "técnicamente" okupa: "El alcalde me corta el agua y amenazan con quitarme a los niños"
Un joven de 21 años vive junto a su pareja y sus tres hijos en la caseta del conserje de un colegio de Sant Vicenç dels Horts. Pagó 1.500 euros por unas llaves falsas y ahora asegura que no tiene otra opción: “¿Me quedo en la calle con mis niños?”. El Ayuntamiento ha tapiado accesos para evitar contacto con los escolares, mientras crece la indignación entre padres y vecinos.

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- Puedes ver la historia de Jan y su familia en su totalidad en ATRESPLAYER
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Primer día de clase con okupas en el patio
El curso arrancó con sorpresa en este municipio barcelonés. Los niños volvieron al colegio y, junto a los columpios y el patio del recreo, los padres se encontraron a una pareja instalada en la caseta del conserje. Ventanas rotas, muebles improvisados y hasta una piscina en plena zona escolar. Desde entonces, las familias aseguran que la indignación no deja de crecer: “Han roto todo y encima nuestros hijos lo ven cada día”. Jan, padre de tres niños, que ha okupado el edificio niega las acusaciones sobre los destrozos.
La primera medida del ayuntamiento fue tapiar la escalera que comunicaba la caseta con el recreo, un muro físico que evita el contacto directo entre alumnos y okupas. Una decisión que muchos padres ven como un parche: “¿De verdad la solución es levantar paredes en un colegio en lugar de sacarlos de ahí?”, se preguntan.
“Es la primera vez que mis hijos tienen habitación propia”
Jan, el joven okupa, abre las puertas de lo que hoy llama hogar. En la habitación de matrimonio duerme la pareja junto a la bebé, mientras los niños de 5 y 7 años comparten cuarto propio por primera vez en su vida. En la sala contigua han montado un espacio de juegos y un salón comedor con televisión. “No me alquilan nada, estoy aquí por necesidad. Es la primera vez que mis hijos tienen una habitación para ellos”, explica.
No esconde que pagó 1.500 euros por unas llaves que unos chavales de la calle le vendieron. Y asegura que su intención nunca fue molestar: “Es un lugar público, no quito la casa a ningún propietario. Prefiero esto antes que fastidiar a un particular”.
La polémica conversación con el alcalde
Jan asegura haber mantenido un encuentro en privado con el alcalde de Sant Vicenç. Su relato es demoledor: “Me dijo que okupara algo de un propietario, que entonces me empadronaba allí y me daban ayudas”. Una afirmación que el consistorio no confirma, pero que corre como la pólvora entre vecinos y redes sociales, alimentando todavía más la controversia.
El joven insiste en que sabe que okupar no es la solución, pero repite la misma pregunta: “¿Qué hago si nadie me alquila? ¿Me quedo en la calle con mis hijos?”.
Entre la indignación y el miedo
Las familias del colegio no entienden cómo se ha llegado a esta situación. “Han roto las ventanas, han destrozado todo y ahora resulta que tenemos que blindar el colegio para proteger a los niños”, denuncian. El enfado convive con el miedo: “Nuestros hijos no pueden normalizar esto”.
Mientras tanto, Jan asegura vivir bajo amenazas y coacciones. Se queja de que les hayan cortado el agua y de que las patrullas policiales pasen constantemente frente a su caseta, mientras —dice él— ignoran a otros okupas conflictivos de un local cercano. “Como lo mío es público, del ayuntamiento, parece que solo nos vigilan a nosotros”, insiste.
Un debate que divide
La historia de este joven de 21 años, con tres hijos pequeños y un techo precario levantado sobre la caseta de un colegio, enfrenta dos visiones opuestas. Para él, es la primera oportunidad de dar dignidad a su familia. Para las familias del centro, es un foco de inseguridad y una pésima lección para los menores.
En Sant Vicenç dels Horts, la convivencia se ha convertido en un campo minado entre necesidad y legalidad. Y mientras el debate político se enciende, los niños siguen jugando en el recreo, a apenas unos metros de la casa improvisada de Jan.
En el fondo, todo se reduce a una grieta cada vez más visible: ¿Qué significa tener derecho a un hogar cuando no hay techo que lo respalde? Los padres miran con miedo desde la valla del colegio, los niños juegan a metros de una piscina hinchable plantada en su patio, y un joven con tres hijos defiende que no le queda otra salida. ¿Es esto supervivencia o es un abuso? ¿Necesidad o desafío?
El caso de Sant Vicenç no es solo una noticia local. Es el espejo incómodo de un país donde la frontera entre la urgencia social y la legalidad se cruza cada día, casi siempre con los más vulnerables en medio. Y lo más inquietante es que, mientras discutimos dónde está la línea, los pequeños —los del colegio y los de Jan— crecen aprendiendo que la norma puede ser tan frágil como el muro recién tapiado de una escalera.
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