Todo comenzó la noche del 6 de agosto en el Reino Unido. Mark Duggan, un brasileño de 29 años de edad, fallece a causa de un disparo de un agente. Cientos de personas se concentran frente a una comisaría para protestar por su muerte. Con él, ya son 333 los muertos a manos de la policía británica, pero ningún oficial ha sido condenado por ello. Lo que comenzó siendo una vigilia pacífica de una familia dolida, desembocó en violentos disturbios.
La violencia y los saqueos se extienden poco a poco por todo el país. Grupos de hasta 200 jóvenes roban en tiendas de informática, joyerías, farmacias... incendian locales y vehículos. Las calles se convierten en una auténtica batalla campal. En su mayoría son jóvenes, y entre los arrestados hay niños entre 9 y 14 años.
La sociedad inglesa vio asombrada cómo menores encapuchados y a cara descubierta participaban en los robos. Mientras, Scotland Yard acusa a las redes sociales de avivar los incidentes. Los jóvenes se convocan a través de un sistema de mensajería móvil al que los agentes no pueden tener acceso. Pero tal vez la muerte de Mark no fuera más que una excusa. Detrás de la ira y la rabia, se esconden la gran desigualdad social y el problema educativo del país.
La gravedad de la situación obliga al primer ministro David Cameron a regresar de sus vacaciones y a convocar de urgencia al Parlamento. Asyraf Jacik está herido y aturdido. Parece que otros chicos se acercan para ayudarle, pero se aprovechan para desvalijarlo.
En el quinto día de disturbios la calma parece regresar al país. Las autoridades han confirmado que son cinco los fallecidos. Más de 1.000 personas pasarán a disposición judicial.