MI VECINO ES UN ASESINO
“Vivimos a metros de un monstruo”: un asesino múltiple se instala en una aldea de nueve vecinos en Ourense
A Bola, una aldea gallega de apenas nueve habitantes, era un rincón tranquilo donde la vida transcurría sin sobresaltos. Hasta que llegó Antonio Gali Balaguer, un hombre de 74 años al que todos recibieron con ayuda, comida y solidaridad. Nadie imaginaba que aquel anciano de piernas maltrechas y mirada cansada había dejado tras de sí un reguero de crímenes que hielan la sangre.

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Intentos de abuso, asesinatos con hacha, agresiones sexuales, estrangulamientos. Cuatro décadas de horror con un mismo protagonista. Hoy, está en libertad. Y puede ser tu vecino.
El monstruo en la colina
Antonio Gali Balaguer no es un nombre cualquiera. En 1979 intentó abusar de dos niñas en Teruel, de once y trece años. En 1982 mató a un hombre a hachazos en Zaragoza. Dos años después, violó y asesinó a una niña de once. En 2005 volvió a matar, esta vez a una mujer en Ourense, a la que asfixió hasta la muerte. Su historial es una sucesión de delitos imposibles de olvidar. Pero las condenas se cumplieron, las penas prescribieron, y en 2025 salió en libertad. Un hombre libre, jurídicamente limpio… pero con las manos manchadas de sangre.La llegada del nuevo vecino
Cuando llegó a A Bola, nadie sospechó nada. Le vieron anciano, enfermo, casi arrastrando los pies. Compró una infravivienda y los vecinos, movidos por la compasión, se volcaron en ayudarle. Le ofrecieron herramientas, comida, apoyo. “Nos dio pena”, confiesan. “Le vimos solo, con las piernas destrozadas, y pensamos que sería un pobre hombre que quería pasar tranquilo sus últimos años”.
No sabían quién era. Ni qué había hecho.
El día que todo cambió
La alcaldesa, María Teresa, fue la primera en descubrirlo. Tardó una semana. Lo hizo por las redes, buscando su nombre tras verlo en el buzón. La curiosidad se convirtió en horror cuando aparecieron los titulares: violaciones, asesinatos, un historial que parecía imposible. “No podía callarlo”, admite. “Se lo conté a los vecinos porque tenían derecho a saberlo. No he cometido ninguna ilegalidad. Solo he dicho la verdad.”
Desde entonces, la convivencia ha cambiado. “No nos molesta, no hace ruido… pero no lo queremos aquí”, dicen los vecinos. El miedo se ha instalado entre las paredes de piedra de la aldea. Un miedo silencioso, de esos que se sienten incluso cuando todo parece en calma.
Un asesino entre nueve almas
El inspector jefe de la Policía Nacional, Serafín Giraldo, no se sorprende: “Cada vez que este tipo ha estado en la calle, ha delinquido. Es normal que los vecinos tengan miedo. Su historial lo dice todo.”
El hombre casi no sale de casa. Vive recluido en la vivienda que restauró con la ayuda de quienes ahora evitan cruzarse con él. No tiene familia, no tiene arraigo, no tiene explicación para haber elegido A Bola. “No sabemos qué le atrae de aquí”, asegura la alcaldesa. “Pero no tiene ningún vínculo. Ninguno.”
Quizá lo más inquietante de esta historia no sea la presencia del asesino, sino la fragilidad con la que el mal se cuela en lo cotidiano. Un buzón con un nombre. Un anciano solitario al que todos ayudan. Una comunidad diminuta que, sin saberlo, abre sus puertas a un hombre con un pasado de horror.
El miedo se ha instalado en A Bola, sí. Pero no es el miedo al crimen. Es el miedo a no poder reconocerlo cuando llama a tu puerta, cojeando, pidiendo ayuda y sonriendo como un vecino más. Porque a veces el monstruo no ruge: susurra, agradece, y se gana tu confianza antes de recordarte de qué está hecho.
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