VIOLACIÓN EN PAMPLONA
Los autores de la violación grupal de Pamplona tenían una orden de expulsión y vivían en un asentamiento ilegal
Lo que debía ser una noche universitaria cualquiera se convirtió en una pesadilla. Una joven fue violada por cuatro hombres en un asentamiento ilegal escondido entre matorrales, a las afueras de Pamplona. Tres de los agresores, de origen argelino, vivían en España de forma irregular y contaban con orden de expulsión.

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Era sábado, de madrugada. Pamplona dormía. Entre las sombras, una joven regresaba sola a casa tras una fiesta universitaria.
El camino del seminario, un trayecto habitual, se transformó de pronto en un corredor del horror. Cuatro hombres la interceptaron, la arrastraron hacia un asentamiento improvisado, cuatro tiendas de campaña ocultas entre matorrales, rodeadas de basura, plástico y silencio. Allí la agredieron sexualmente. La dejaron desnuda, inconsciente, bajo un árbol.
El amanecer la encontró así: derrotada, rota, apenas respirando.
Un asentamiento olvidado entre la maleza
El lugar del crimen no era desconocido. Agentes policiales habían advertido en al menos dos informes sobre la inseguridad del campamento. Incluso el mes pasado se realizó una intervención por drogas, tras descubrirse que se vendía hachís.
El asentamiento, formado por cuatro tiendas, era refugio de los ahora detenidos. Todos ellos de origen argelino, de entre 20 y 33 años. Tres tenían orden de expulsión por estancia irregular en España. Vivían entre basura, desperdicios y silencio administrativo.
A pesar de las alertas, el Ayuntamiento de Pamplona, gobernado por EH Bildu, no actuó. Las advertencias policiales quedaron archivadas.
“Lo advertimos”: la voz de los vecinos
Los vecinos conocían el lugar. Sabían que allí se consumía y se vendía droga. Sabían que las noches eran largas y los gritos, frecuentes. “Llevábamos meses avisando, nadie nos escuchó”, lamenta una vecina.
El miedo se había instalado antes del crimen, pero ahora se ha vuelto insoportable. Pamplona amanece temblando.
Una ciudad consternada
La indignación es total. “¿Por qué, si tenían orden de expulsión, seguían aquí?”, se preguntan muchos. La ciudad recuerda inevitablemente a aquella otra manada que marcó un antes y un después.
Hoy, una nueva herida se abre en el mismo suelo. Pamplona se siente traicionada. Por la violencia, por la desprotección, por la desidia.
El silencio que pesa
En las redes, en las calles, en los bares, la conversación es una sola: el miedo. El miedo de las jóvenes que ya no se atreven a volver solas a casa. El miedo de los padres que esperan despiertos a que su hija conteste un mensaje. El miedo de una ciudad que, una vez más, ve cómo la historia se repite.
La pesadilla de Pamplona vuelve a resonar como un eco oscuro: otra violación grupal, otra mujer marcada, otra ciudad que se pregunta por qué.
Un grito en la noche
Pamplona no duerme. Entre los árboles donde la dejaron tirada, aún se siente la respiración del miedo.
Y entre las calles, el murmullo de una pregunta que no cesa: ¿Cuántas advertencias hacen falta para actuar antes de que sea demasiado tarde?
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