MAS allá de la línea roja

A pedradas, amenazas e intentos de atropello: nos adentramos una noche en 'Los Pajaritos' de Sevilla

Mirlo. Tórtola. Colibrí. Gavilán. Estornino. A priori, aves inofensivas, pero el canto de estos pájaros deja de ser dulce y sonoro cuando se transforma en el nombre de varias de las calles más peligrosas de España y de Europa. De ellas, tuvimos que salir 'volando'.

Antena3

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La Policía Nacional nos avisaba. "Al final de esta calle tenéis que tener mucho cuidado. Hay cuarenta mil colgados ahí. Si os pasa algo, llamad al 091 inmediatamente". "¿Cómo os metéis en 'Los Pajaritos' de noche?" Es la pregunta que he estado recibiendo toda una semana por parte de mis amigos sevillanos.

La sensación general de estupefacción por lo que ocurre dentro de esos edificios de nomenclatura avícola es, precisamente, el late motiv de nuestros reportajes. Poner la cámara donde, como apunta en el plató de Espejo Público, "la ausencia del Estado siempre es notable".

En uno de los barrios más marginales de Europa también hay vecinos que alzan la voz contra la deriva delincuencial que han tomado las calles que en las que crecieron (probablemente) atrapados en ilusiones imposibles que dibujasen un futuro civil muy lejano a la realidad en la que sus vidas se encuentran atrapadas. "Entráis aquí con una cámara y os tratan mal. Es normal que esta sea la fama que tiene el barrio".

Alabamos la valentía de este chico de veinte años que nos pide que no tapemos su cara cuando nos confirma que ha crecido entre yonquis y narcotraficantes. Nosotros grabamos el reportaje y nos vamos, pero él se queda allí. "Es muy difícil encontrar la armonía en este barrio, muy difícil".

Reconoce resignado que soñar con una vida fuera de la marginalidad y la hostilidad que supuran los poros de hábitat, es casi una utopía. Nos agradece la denuncia en forma de imagen televisada y vuelve a las sillita de pesca que comparte con otros dos amigos menores de edad en una charla nocturna de noche de jueves que se parece mucho a los veinte juegos anteriores del año.

Niños en patinete en las puertas de narcopisos

Adentrados en este fortín de la droga, nos llama la atención una fachada carcomida por las humedades, graffitis con mensajes de amenazas y cercos negros de averías en el sistema eléctrico proporcionadas por los enganches de luz ilegales. Nos acercamos. Una mujer en avanzado estado de 'esqueletismo' que nos indica que se dedica a la limpieza de casas, busca y rebusca en la basura.

Cuando se hace con una especie de spray sin tapón se dirige hasta la infravivienda en cuestión. Nos reconoce, antes de subir, que existen pisos destinados a comprar y fumar droga. Dos en uno. Pero cuando tratamos de preguntarle si estamos a las puertas de uno de ellos, una voz enfadada irrumpe. "¡Illo, quitaros ya de aquí del bloque! ¡Venga, vámonos!".

Los comerciantes en cuestión ponían la oreja desde el primer piso. Les hemos cazado en una de esas noches de trasiego, compra/venta y consumo. "Me van a pegar un tiro o una puñalada como me vean aquí con vosotros. Soy toxicómano y 'vivo' en ese edificio".

En el camino que hacen del narcopiso a los contenedores de basura desparramados en la acera, conseguimos intercambiar algunas palabras con personas que apenas pueden mantenerse en pie tras pasar por esa casa del infierno. Me duele especialmente encontrarme con un joven marroquí de veintinueve años que presenta mejor aspecto que el resto de transeúntes.

"Tienes dos años menos que yo. ¿Por qué estás aquí, tío?" Le espeto. Casi avergonzado me cuenta el chico que llegó de marruecos con la idea de encontrar un futuro laboral en España, pero probó la cocaína y luego el caballo. Lleva dos años enganchado. "Si la vuelvo a liar entraré en la cárcel. Hace unos días robé un bar para consumir".

Mantenemos una conversación de unos diez minutos en la que le hago todo tipo de preguntas, quiero entender qué hay detrás de este tipo de vidas. Un motorista parece pegarle una voz y decide apartarse de nosotros. "Voy a intentar pedir ayuda". Nos dice mientras se encamina al bloque del veneno chutado.

Cuando por autoprotección decidimos salir de esta calle, un grupo de seis o siete niños de entre ocho y diez años juegan al pilla-pilla versión motorizada en sus patinetes. Echamos la vista atrás y vemos cómo sortean a algunos de los enfermos de la droga que deambulan hacia la zona de contenedores...

Agredidos y 'volando' de 'Los Pajaritos'

Tras una travesía a oscuras por una plaza que antecede a la 'zona cero' del barrio, nos topamos con dos chicos de origen africano que nos cuenta su experiencia en el barrio. Pagan unos 300 euros por habitación en un metagueto.

Al principio, un grupo de chavales nos vacila en tono semi amable y se ponen delante de la cámara. "Estamos en 'Los Pajaritos', un barrio sin ley donde respetamos a los hombres surmano". Acto seguido, un joven de pupilas dilatadísimas derrapa con el coche a nuestro lado.

Maniobra y se enfrontila a nosotros. Acelera, saltamos a la acera para esquivar sus embestidas y el resto de la banda de la calle ríe y anima al susodicho. A partir de ahí, lluvia de naranjas de un árbol y objetos que no identificamos y que impactan en nuestro cuerpo y en un coche en el que nos parapetamos. ¿Podemos hablar con alguno de vosotros sin que nos agre...?

Para cuando trato de terminar la frase ya hemos tenido que meter una marcha más y correr. Antes de la espantá, mi compañero Arturo y yo tratamos de enfocarles con la cámara para grabar la prueba del delito. Se encapuchan y tapan las caras mientras nos insultan y lanzan objetos en una metáfora perfecta de lo que es el ADN de sus vidas, escondidos, hostiles, delinquiendo, insultando y agrediendo a los que tratamos de reflejar una realidad existente que asfixia a la otra parte del barrio, a ese chaval de origen obrero que nos pedía no ocultar su cara en la emisión del reportaje, mientras denuncia que el estigma social que sufren los vecinos de esas calles está abocado al imperio de la ley de aquellos que la ultrajan días sí y día también.

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