Cristiano, arrodillado en el césped

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Málaga 1-1 Real Madrid

El Real Madrid se abandona a la Champions

Tras el espejismo de Roma, los de Zidane evidenciaron en Málaga su agorafobia, la enfermedad del que teme salir de casa. A los madridistas les falta el aire lejos del Bernabéu, vicio invariable desde que Benítez llegara al banquillo. Contra los de Gracia, entrenador de presente, pero sobre todo de futuro, se dejó las pocas aspiraciones de Liga que mantenía.

Por @MarioCortegana

El Madrid afrontaba el partido con un par de certezas a evitar: 1) Si Carvajal y Ramos veían la amarilla, no jugarían el derbi; 2) Si no ganaba, decía adiós a la Liga. Los de Zidane sortearon la primera, pero de poco sirvió al corroborarse la segunda. Lo que se veía venir, el prematuro adiós de los blancos a la competición del día a día, se confirmó porque cada vez que salen fuera de casa, conscientes de lo utópico de ganarla, se limitan a disimular, más que nada por el que dirán, como el que llega de fiesta un domingo a las 9 de la mañana y hace ver que viene de estudiar al cruzarse con Paqui la del cuarto en el portal.

Con importantes bajas en defensa y en ataque, Zidane resolvió el sudoku con Kovacic -descanso para James- y con Jesé en lugar de Benzema, con lo que la BBC se transformó en la 'C' de Cristiano, la 'J' de Jesé y la 'I' de Isco, que hizo tan bien de falso '9' que pasó desapercibido. Lo más destacable que se le puede atribuir es presentarse afeitado en su Málaga natal, como el emancipado que vuelve a casa y quiere complacer. (¿Por qué los padres denostan tanto las barbas?).

Habrá quien subraye la salida de los locales, pero lo cierto es que fue el Madrid el que se complicó más a sí mismo que el propio rival, con Keylor y -sobre todo- Ramos corriendo inexplicables riesgos en el nacimiento de varias jugadas. Con todo, apareció antes que nadie Jesé, al que Kameni, portero tan robusto como ágil cuando tiene la tarde, le impidió el gol en el primer síntoma de que, como acostumbra contra el Madrid, iba a hacer el partido de su vida.

Tras ello, se sucedieron aciertos de Keylor y fallos malacitanos a partes iguales. Pero fue Cristiano, cinco minutos después de que Kameni repitiese parada a Jesé, el que abrió la lata. En el 33', cabeceó a la red en fuera de juego una falta botada por Kroos: 0-1. Al portugués poco le había afectado el golpazo de Albentosa, que debió haberle costado la roja dos minutos antes. Tal vez sí se sintiera algo aturdido en el 35', cuando Kameni le paró un penalti que le había hecho Weligton.

El partido era vibrante, de esos en los que te pierdes algo si caes presa de un microsueño en el sofá, totalmente lógico un domingo alrededor de la cuatro de la tarde, hora traicionera que se presta a la siesta. Antes de poder respirar en el descanso, Juanpi volvió a estrellarse contra Keylor.

Pero la esperanza se había puesto muchos minutos antes el traje de luces blanquiazul y andaba toreando al Madrid. Desde el principio de la segunda mitad, como en el final de la primera, el Málaga merecía más. Keylor lo impidió en el 49' y, mientras Albentosa seguía a lo suyo, barrer y repartir -placó a Nacho al atacar en un córner-, tuvo tiempo también para empatar el partido en el 66': 1-1. Ante la falta de pericia de los atacantes, fueron dos defensas, centrales para más señas, los que equilibraron la balanza. Lejos de sentirse desnortado en área rival, no necesitó Weligton GPS para servir un balón peligroso que cazó Albentosa para hacer el nudo de la soga que acababa con el Madrid en Liga.

Desde entonces hasta el final, otro paradón de Keylor, esta vez a Charles, evitó el 2-1 en el 75' y un penalti no pitado a Modric alejó el 1-2 en el 84'. Más allá de las inocentes ganas de Lucas Vázquez, poco solucionó Zidane con los cambios. Su Madrid creyó haber pasado el examen con el 0-1 y, cuando le cambiaron las preguntas, no halló respuestas. Quien soñase con amor propio, épica y esas cosas que se estilaban en otro tiempo, aún seguirá esperando. Porque el Madrid fue víctima de su propia ruleta rusa, la misma de la que le salvó Modric en Granada, y se pegó un disparo mortal de necesidad. Lejos de jugar con el corazón saliéndosele por la boca, lo guardó en el pecho, resguardado de sofocones e infartos. Y eso, la tarde en que perdía definitivamente la Liga y se abandonaba a la Champions, quizá sea lo más preocupante.

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