Atentados del 11M
Atocha, hora punta: 20 años después
Natalia, Juan y Javier regresan a la mañana del peor atentado de nuestra historia: móviles sonando sin que nadie los cogiera, compañeros que nunca llegaron a clase, vecinos del bloque que viajaban en uno de los trenes. Son recuerdos que no se borran.
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Subimos al octavo piso de un bloque de viviendas del barrio de Santa Eugenia. Nos abre la puerta Estrella. Han pasado 20 años, pero reconocemos a la mujer que aquel 11 de marzo nos abrió la puerta para mostrar la tragedia desde su balcón. Aquel día un tren destrozado y sin techo permanecía a apenas 50 metros de su casa. Hoy lo sigue teniendo presente. “Todos conocíamos a algún vecino que había muerto en aquellos trenes”.
"Escuchábamos el sonido de los móviles entre los restos, pero no podíamos cogerlos. Teníamos que seguir rescatando cuerpos"
Regresamos al escenario que nos sacudió como nunca había pasado antes. Quien escribe llegó a la Glorieta de Carlos V (Atocha) apenas 20 minutos después de las explosiones. Decenas de viajeros, desorientados y muchos ensangrentados deambulaban por las aceras con la intención de comunicarse con sus familiares. Juan Redondo era entonces jefe de bomberos del Ayuntamiento de Madrid. Describía aquel día con horror, la escena que habían encontrado en las vías. Hoy aún recuerda el silencio con el que trabajaban y cómo iban depositando en bolsas negras los cuerpos desmembrados. “Escuchábamos entre los restos los móviles sonando. Pero no podíamos cogerlos. Veíamos carteras abiertas con las fotos de sus dueños y los restos de comida de los trabajadores que iban a sus lugares”. Nunca asistió a algo parecido en sus 35 años de profesión.
Javier Ayuso trabajaba entonces para las emergencias del Ayuntamiento. Hoy realiza la misma labor en el 112 de la Comunidad de Madrid. No olvida a aquella mujer mayor que llevó a la morgue de Ifema un termo con café. “Era su forma de ayudar. Recuerdo de aquel día cómo se volcaron los madrileños”.
"Dos de mis compañeros nunca llegaron a clase"
“Dos compañeros de clase murieron en aquel tren”. El azar y el curso de la vida trae cada día a Natalia hasta la misma glorieta de Atocha, donde hoy regenta un estanco. Hace 20 años viajaba en uno de aquellos trenes. Bajó una estación antes de que estallara, porque “estudiaba Artes y mi escuela estaba justo antes de Atocha”. Sus compañeros de clase, los que viajaban desde El Pozo o Santa Eugenia no tuvieron la misma suerte.
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