Está en tensión, contraído. Las palmas de las manos contra las rodillas. Nada se mueve. Trata de aparentar relax sin perder el control sobre sus emociones. Es la opinión de expertos en comunicación no verbal sobre la postura que adoptó Basterra la mayor parte del primer interrogatorio ante el juez. Cuando le informan de que está acusado de homicidio, reacciona con estas palabras: “No es encubrimiento, sino el homicidio de doña Asunta Yon Fam Basterra”.
Con frialdad y no con ira. Como se podría esperar de un inocente. Llega incluso a tratar de controlar la situación tomando la iniciativa de las preguntas. Así interactúa con el fiscal: “No sé cómo dirigirme a usted, porque no sé quién es”. No obstante, luego le pide disculpas: “Ah, perdón”.
Y Basterra miente. Cruza las piernas y esconde las palmas de las manos para hacerlo. Alfonso Basterra ofrece su testimonio: “Se marcharon las dos juntas. Yo las despedí en la puerta con un beso a cada una”. Pero su testimonio difiere con respecto al de Rosario Porto: “No, salió la niña sola”.
Rosario dice aquí la verdad. Lo demuestran las cámaras de seguridad. En varias ocasiones más, Basterra oculta sus manos, especialmente cuando el juez le interroga sobre detalles que le pueden incriminar. “Los polvos blancos, ¿en qué casa estaban?”, pregunta el magistrado.
Está muy nervioso, muy tenso. Y hasta en 15 ocasiones se coloca el cuello de la camisa que viste. Indica su necesidad de mantener el orden, de esconder sus auténticas emociones en una declaración en la que es su cuerpo el que le traiciona.