Ante el riesgo de que la contaminación en Pekín y Shanghái pase de seria a directamente irrespirable, al régimen comunista no le ha quedado más remedio que desincentivar la venta de petardos y fuegos artificiales, cuyas explosiones acompañan tradicionalmente la llegada del nuevo año pero que contribuyen gravemente a aumentar los niveles de polución.
El Departamento Meteorológico de Pekín aseguró esta semana que la nube que pesa sobre la capital permanecerá durante al menos los cinco primeros días de las vacaciones, que empiezan el 31 de enero. Ante ello, el gobierno de la capital ha recordado a los ciudadanos, en carteles en la calle y a través de servicios de mensajería instantánea, que deben procurar lanzar "pocos" petardos y los fuegos artificiales quedarán prohibidos si la alerta de contaminación alcanza los niveles naranja o rojo, los más altos de una escala de cinco colores.
Hoy, la concentración en Pekín de partículas PM 2,5, aquellas inferiores a las 2,5 micras y las más peligrosas para la salud por su capacidad de infiltrarse en los pulmones, llegó a los 267 microgramos por metro cuadrado, mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que no sea superior a los 25. En Shanghái, también afectada por la contaminación, una encuesta realizada por la Oficina Municipal de Estadísticas afirma hoy que un 81,1 por ciento de los residentes permanentes mayores de 15 años apoya una completa prohibición de los fuegos de artificio.
El pasado año, la concentración de partículas PM2.5 se multiplicó por cinco en la noche de Año Nuevo, que, según el calendario lunar, en esta ocasión será a partir de la medianoche del 31 de enero. El origen del afán pirotécnico tiene su origen en la intención de asustar a la bestia mítica "Nian" (año en Chino), un depredador de ganado y humanos que huye ante ruidos ensordecedores y el color rojo. Pese al poder de la superstición, un vendedor de petardos de Hangzhou, capital de la provincia oriental de Zhejiang, aseguraba hoy que "las ventas serán definitivamente malas durante las vacaciones". "Simplemente -añadió-, la gente no quiere empeorar más el aire", recoge hoy el diario "China Daily".
Si las vacaciones serán por tanto menos ruidosas, también perderán ostentación, en la línea de la campaña de frugalidad emprendida por el Gobierno de Xi Jinping. Los copiosos banquetes de empresa de estas fechas se han sustituido por frugales aperitivos en las cafeterías de las propias firmas, y ha caído la venta de artículos de lujo, un sector que normalmente disfrutaba de un repunte estos días. Es el caso de la devaluación del hongo de oruga, una curiosa hierba medicinal que sólo crece en el altiplano de Qinghai-Tíbet (suroeste), con un valor similar al oro en el país asiático y codiciado regalo estas fechas entre los funcionarios del Gobierno. "Ya nadie se atreve a recibir regalos tan preciados", dice Dou Qinlian, gerente de un comercio de esta hierba en Lhasa, la capital del Tíbet. Pese a estos cambios, sí continúan otras costumbres menos costosas o menos nocivas para el medio ambiente, a la hora de despedir el Año de la Serpiente y dar la bienvenida al del Caballo.
En un país con arraigadas supersticiones, es habitual ver farolillos rojos en las puertas de las viviendas y comercios -muchos cerrados estas fechas por la masiva migración de la población a sus ciudades de origen- o pergaminos con refranes populares, que también repelen a "Nian" y otros malos espíritus. Todo con el objetivo de atraer la buena suerte en el nuevo periodo que comienza, bajo el influjo del Caballo (uno de los doce animales del Zodiaco chino), considerado audaz y afortunado, y cuya imagen ya aparece en muchas señales e insignias del país. Así, con la contaminación y la austeridad como telón de fondo, muchos chinos coinciden en que, a la fuerza, estas vacaciones quizás sean menos festivas y más domésticas que nunca.