"Jack, ¿por qué siento esto por ti y no por Alma?", se pregunta el ranchero Ennis en la ópera 'Brokeback Mountain', estrenada mundialmente este martes en el teatro Real de Madrid con éxito y en medio de la expectación internacional por conocer lo que ha sido un duro y honesto viaje al "puro deseo de amor". Esta versión para la escena, con libreto de la propia autora de la novela, Annie Proulx, y música de Charles Wuorinen, es simplemente ópera, mucho más peligrosa, oscura y densa que la "almibarada" que hizo para el cine Ang Lee en 2005, y que tanto irritó a la escritora.
Lo visto en el Real es cero sentimentalismo y cero de provocación gratuita; apenas un par de besos y unos torsos desnudos para la historia de dos vaqueros rudos pero pusilánimes que viven durante dos décadas la condena de la homosexualidad clandestina en una sociedad profundamente homofóbica y patriarcal. Con el patio de butacas 'tomado' por los directores de catorce de los principales teatros de ópera del mundo y 31 críticos de medios extranjeros, la obra, dos horas de reflexión sobre el permanente y ardiente deseo de amar y ser amados, ha sido muy aplaudida y jaleada con bravos al finalizar.
El privilegio de tener en el teatro al compositor y a la autora del libreto ha sido acogido con una ovación cerrada, así como el trabajo del director de escena, el belga Ivo van Hove, aunque los más aplaudidos han sido el director, Titus Engel, y los protagonistas, el bajo barítono canadiense Daniel Okulitch y el tenor estadounidense Tom Randle. Pero también ha sido inusual -se está tratando de un cáncer en Alemania- contar con la presencia de quien fue no solo el intendente del Real, Gerard Mortier, hasta este verano, sino el "ideólogo" de este título y el responsable del encargo para la próxima temporada a tres compositores españoles la adaptación de obras de García Lorca, Onetti y Unamuno.
Van Hove, Proulx y Wuorinen viajaron a las montañas de Wyoming para grabar el vídeo que se proyecta en el primer acto, un paisaje montañoso desolado, áspero, duro, inhabitable e inabarcable que contrasta con el mundo cerrado y burgués del pueblo donde ambos vivirán más tarde. El director de escena se reconoce fan de Lee pero nadie puede reprocharle ni el mínimo parecido con la película, ni en las escenas "de montaña" ni en las "urbanas".
Se ha inspirado en los cuadros de Edward Hooper y en las películas de David Lynch, al estilo "gótico americano", una especie de hiperrealismo tras el que se esconde el verdadero significado de los objetos. En la primera parte, en la que se presenta dos sencillos chicos del campo que se conocen cuando encuentran trabajo como vaqueros, hay numerosos interludios orquestales, mientras que en la segunda se prescinde de ellos.
Como en 'El oro del Rhin', de Wagner, Wuorinen, autor de más de 270 composiciones, elige un centro tonal para la representación de la naturaleza, un profundísimo Do contragrave, que suena desde el principio en los contrabajos, el contrafagot y la tuba, encabalgándose desde el pianissimo al forte. Wuorinen (1938) y Proulx (1935) comparten no solo generación y haber logrado premios Pulitzer, sino una forma muy característica de sintetizar, de ir al grano sutilmente, de sugerir aceradamente, de economizar siendo pródigos en ideas con lo que logran una atmósfera cautivadora, sencilla y hermosa a la vez que amenazadora.
Después del profundo Do suenan el Si natural y el Re bemol en el timbal y el solo con sordina del trombón, las notas que encarnan a Jack y Ennis, cercanas pero que no pueden estar juntas. Muy pocos lectores comprendieron el significado de las últimas palabras de Ennis en la historia, "lo juro", y por eso Proulx ha querido explicarlo con la última canción, la que ilumina la profundidad de su miseria y su inútil promesa, que ya llega demasiado tarde. La respuesta, según recalca Proulx en su nueva vuelta de tuerca a la historia que escribió en 1997, es que "uno siente lo que siente" aunque no lo desee ni sea lo que más conviene a los demás.