Cara de miedo

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¿Por qué nos gusta escuchar historias de miedo?

Seguro que durante la infancia has pasado alguna noche con tus amigos contando historias de miedo. La tensión y los sustos pueden hacerte vivir una experiencia memorable pero...¿qué pasa en nuestro cerebro para que sea así?¿Recuerdas alguna de esas historias? Cuéntanoslo en el módulo de comentarios.

Te proponemos un juego. Piensa en la última vez que escuchaste una historia de miedo o leíste un libro de intriga. Recuerda el momento en el que más tensión pasaste, quizá incluso llegaste a gritar. ¿Qué pasó cuando la historia acabó? Probablemente te reíste y sentiste cierto relax.

¿Por qué te gustó esa sensación de pasarlo mal? El catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Alcalá y presidente de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental, Jerónimo Saiz, asegura que esto se debe al control que tenemos sobre las situaciones. "El pasaje del terror excita y estresa, pero no es real, lo que conlleva una sensación de control que puede reducir la ansiedad", señala.

El doctor atribuye estas sensaciones a las personas que "necesitan adrenalina para sentirse bien", es lo que se denomina "buscadores de emociones fuertes".

"El miedo es un alimento para el coco", dice el psicoterapeuta Luis Muiño

Volvamos al juego de antes. Aunque después del susto te rieras, la semilla del miedo se quedó dentro de ti y si es de noche, probablemente temas ir a solas a otra habitación o imagines que algo malo va a ocurrir. ¿Por qué no somos capaces de olvidar esa sensación de miedo?

Al entrar en un estado de alerta activamos el "pensamiento divergente" que estimula la creatividad y nos permite asociar unos hechos con otros. "Vemos cosas más allá de la realidad, intentamos buscar conclusiones a partir de los pocos datos que tenemos", asegura el psicoterapeuta Luis Muiño. Así, el miedo se convierte en un "alimento para el coco" ya que propicia la sensación de "estar explorando algo desconocido sin reglas claras".

No obstante, la clave para poder disfrutar del miedo es saber controlarlo. No podemos olvidar que hay personas que alcanzan tal nivel de estrés que la adrenalina que sueltan no les compensa. Si eres uno de esos, no te preocupes, nadie te obliga a vivir Halloween.

¿Recuerdas alguna de esas historias? Cuéntanoslo en el módulo de comentarios de esta noticia.

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