Halloween
Samaín, la fiesta celta que despierta a los espíritus del otoño
Es la noche que antecede al moderno Halloween y que, en la tierra de las meigas y los druidas, sigue viva con una intensidad que mezcla lo sagrado, lo comunitario y lo mágico.

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Cuando los días se acortan, Galicia se prepara para una de sus noches más antiguas y poderosas. Es la noche en que el velo entre el mundo de los vivos y el de los muertos se vuelve tan fino que casi se puede tocar.
La palabra “Samaín” proviene del gaélico Samhain, que significa literalmente “fin del verano”. Para los antiguos pueblos celtas, marcaba el final de la cosecha y el comienzo de la estación oscura. No era simplemente una fecha en el calendario, sino un umbral entre ciclos, un momento de tránsito donde la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, se encontraban por un instante.
El calendario celta dividía el año en dos mitades: una clara, que se iniciaba en Beltane (30 de abril – 1 de mayo), y otra oscura, que comenzaba en Samaín, entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre. En esa frontera simbólica, el verano moría y el invierno nacía. Los druidas, guardianes del conocimiento y de los misterios de la naturaleza, encendían hogueras para guiar a las almas de los difuntos y proteger a los vivos de los espíritus errantes.
Cuentan las viejas leyendas que recogían el muérdago con hoces de oro bajo la luna, elaboraban pócimas, y vaticinaban el futuro de las cosechas y de los hombres. La noche se llenaba de conjuros, de ofrendas, de fuego purificador. En torno a las lareiras gallegas las familias mantenían el fuego encendido durante toda la noche para que los antepasados pudieran encontrar el camino de regreso al calor de los suyos.
Mucho antes de que las calabazas talladas llenaran las calles de Estados Unidos, los pueblos celtas de Europa ya iluminaban calaveras vaciadas o frutas ahuecadas para guiar a los muertos. Cuando los emigrantes irlandeses llevaron esta tradición al continente americano en el siglo XIX, la adaptaron a lo que encontraron allí: la abundante calabaza. Así nació el Jack O’Lantern, la linterna de Halloween.
Pero en Galicia, el Samaín nunca desapareció del todo. Aunque el cristianismo lo declaró una fiesta pagana y lo sustituyó por el Día de Todos los Santos, el pueblo gallego conservó su esencia, escondida entre rituales domésticos: dejar la mesa puesta por la noche, encender velas por los difuntos, o pronunciar en voz baja el conjuro de la queimada para espantar los malos espíritus. En las aldeas del norte, la frontera entre lo pagano y lo sagrado se desdibujó, y lo que los druidas habían iniciado siguió vivo en la memoria popular.
Ninguna leyenda resume mejor la atmósfera del Samaín que la de la Santa Compaña, esa procesión espectral que, según la tradición gallega, recorre los caminos en la noche de difuntos. Guiada por un vivo condenado a portar una cruz, la Compaña anuncia la muerte a quien se cruce con ella. Las ánimas llevan velas encendidas, y su paso deja olor a cera y silencio.
El Samaín celebra esa misma delgada línea entre mundos. En cada chispa de una hoguera, en cada vela encendida dentro de una calabaza, se recuerda que la muerte no es un final, sino un tránsito, una continuidad invisible que la cultura gallega siempre ha sabido mirar sin miedo.
Durante el siglo XX, el Samaín fue cayendo en el olvido, eclipsado por el auge del Halloween anglosajón. Pero en Galicia, la memoria de las piedras y del mar siempre guarda secretos antiguos. En los años ochenta, el profesor Rafael López Loureiro, de Cedeira, rescató del pasado esta celebración. Inspirado por sus recuerdos de infancia, cuando tallaba calabazas con su abuelo y escuchaba historias de ánima, organizó en 1989 la primera fiesta moderna del Samaín en Galicia.
Desde entonces, Cedeira se ha convertido en el epicentro de esta recuperación. No es una fiesta de disfraces, dicen, sino un encuentro con los ancestros. Las linternas guían el paso de las almas, y las castañas del magosto alimentan a vivos y muertos por igual.
Hoy, decenas de municipios gallegos se suman a esta celebración ancestral Ribadavia celebra la Noite Meiga, con su queimada comunitaria y su “escape room” en la iglesia de A Magdalena. En Catoira, las calles se iluminan con la Procesión das Caveiras, un desfile de calabazas esculpidas que recuerda a los antiguos ritos druídicos. Allariz revive la caminata de la Santa Compaña por su casco medieval, mientras Pontevedra celebra A Noite dos Calacús, en la que niños y mayores tallan calabazas y reparten pan de ánimas. En Sabucedo, el MUSA une muiñada, magosto y Samaín en una procesión con velas y versos dedicados a los difuntos.
Samaín no es el Halloween gallego. Es una tradición propia, la memoria encendida de un pueblo que conversa con sus muertos y que sabe que la magia no es un truco.
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