Carlos do Carmo tiene 72 años y hace 48 que canta fado. Ha visto cómo esa música, que es al alma portuguesa lo que el flamenco a la española, ha ido cambiando, cadenciosamente, como la propia vida, porque de eso tratan unas canciones que, reconoce, tienen un público fiel pero no mayoritario.
Esta "memoria viva" del fado será "el broche de oro" del I Festival de Fado de Madrid, organizado conjuntamente por la Embajada de Portugal y los Teatros del Canal, en el que también actuarán dos jóvenes talentos: Carminho, mañana, y Cuca Roseta.
Do Carmo asegura que el género que él interpreta no tiene que ver, a pesar de la creencia de los no iniciados, con la "saudade", la melancolía por lo perdido, sino más bien con la condición humana, con la forma de sentir. "Son pequeñas historias, de poesía de gran calidad, que tienen un publico devoto, fiel como pocos, pero es verdad que no es no mayoritario", señala. "En un mundo muy agotado nadie escucha algo por primera vez más de 30 segundos y el fado requiere tiempo, concentración. Es una composición que pone más el acento en el texto y tiene mucho que ver con la persona que lo canta", resume.
No quiere definir lo que son esas composiciones -"el fado no hay que describirlo, hay que escucharlo", advierte- y ya "ni se atreve" a asegurar, como habría hecho hace 4 ó 5 años, que para cantarlo "hay que ser portugués". "Sí creo que es una ventaja ser portugués a la hora de cantarlo", matiza, pero alaba acto seguido la capacidad de los japoneses para aprenderlo o el talento de la española María Berasarte.
No sabe si ahora canta mejor o peor que antes, lo que sí tiene claro es que canta con más pasión e intensidad: "Los años que pasan dan otra manera de cantar y de pensar la vida, que cada día es más corta". "Hace 48 años que canto pero no soy eterno. En realidad no me siento aburrido conmigo, me gusta la vida, me gusta vivir. Todo lo que pasa alrededor... tener amigos, el lado bueno del ser humano".
Tampoco puede predecir si el fado vivirá siempre aunque su generación "hace todo por preservarlo", como, por ejemplo, apoyar con denuedo su candidatura ante la UNESCO para que sea declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, como el año pasado lo fue el flamenco. Ahora, dice, se vive una situación "impensable" hace 15 años porque se ha pasado de que la gente "o detestaba el fado o lo adoraba y había demasiada polémica para hacer nada serio a tener un museo dedicado a él".