'MÁS allá de la línea roja'
"Aquí no trabaja nadie, se come de la 'vital' ". Dentro del barrio 'Los Vikingos' de Córdoba
Apenas existen referencias o noticias en Internet. Lo que queda del asfalto de esta zona del Distrito Sur cordobés está siempre transitado por las mismas caras. "No entréis en la calle Torremolinos", nos advierten. La delincuencia, el desempleo y la desesperanza radiografían la mayoría de las vidas de este oscuro barrio, un intento fallido de reinserción a través de la incentivación económica estatal.

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A la calle Torremolinos le quedan muy lejos el glamour, la ostentosidad y el lujo de las playas concurridas de la Costa del Sol. El aviso de unos vecinos que juegan la partida de cartas en un local que parece un bar (pero que no lo es), se antoja alarmante: "No entréis en esa calle con la cámara". Mi compañero Alejandro y yo hemos decidido dejar el coche aparcado un par de manzanas más allá. Nos reciben en el primer cruce, en horario escolar, seis o siete chavales de entre 13 y 16 años. "Sácame a los pájaros en la tele". El 'Tormenta' o el 'Rafinha' son dos chivones de jilguero que entrenan los más jóvenes del barrio emulando el cante de estas aves. "Por un pájaro bueno te pueden pagar cuatro o cinco mil euros. Estos son dos promesas. Apostamos para ver cuál 'pega' (canta) más". No hemos terminado de entender cómo son las competiciones avícolas ilegales que practican en el barrio cuando nos sobrepasa el primer toxicómano. La imagen es insólita, una mujer físicamente demacrada pasea en un carrito a una niña de unos cinco años.
Niños y drogadictos
Nos paramos a hablar con unos vecinos que están tumbados en los asientos posteriores de un coche. Les observamos ociosos. Como si de un cine de verano de tratase fijan la mirada en un chalet semifortificado. "¿Os puedo preguntar a qué os dedicáis?", les espeto. "Somos chatarreros. Fíjate ahí, son policías. La secreta". Nos acercamos a la vivienda de altos muros y grandes verjas en las ventanas. Los agentes se sorprenden al vernos por estos dominios y nos aconsejan prudencia. "Estamos haciendo una identificación. Una tarjeta de crédito robada marca esta ubicación. Los bloques número 21 y número 23 son puntos de venta de 'blanca' (cocaína) y heroína. Hay además un fumadero. Tened cuidado". El edificio 21 da miedo. Los agujeros en la fachada y techumbres son visibles desde la calle. No hay paredes ni ventanas que 'protejan' los entrepisos. Nuestra sorpresa es aun mayor cuando nos damos cuenta de que suben niños pequeños por aquel tugurio de enganches de luz y agua. En la puerta de la entrada, completamente rota, una familia gitana sentada en sillas de plástico nos advierten de que guardemos la cámara allí. Charlamos con ellos unos minutos y conseguimos convencerles para que nos dejen pasar al bloque y filmar el estado en el que está. "A ver si lo ven en el ayuntamiento y nos lo arreglan". Nos cruzamos con una mamá y su hijo y no podemos dar crédito a lo que van a presenciar nuestros ojos minutos después. Toxicómanos que suben y bajan de un fumadero que habita un vecino que nos invita a pasar. "Mirad en las condiciones que vivo. Aquí se me mete la gente a hacer sus cositas". Las 'habitaciones' rezuman basura, botellas usadas para fumar base y caballo. Las condiciones de insalubridad son horribles y la puerta está abierta al descansillo por el que hemos visto pasar a varios menores. Arriba, en el último piso, suena algo parecido a Camela a toda pastilla. Llamamos a la puerta pero parece que nadie nos oye. Ocho sacos de tierra con plantas de marihuana custodian el pasillo de este túnel del terror.
Vivir de 'la vital'
Recorrer el barrio de 'Los Vikingos' es un ejercicio de reflexión en toda regla. Muchos de sus huéspedes gritan a cámara reclamando que los servicios de limpieza y urbanismo de las autoridades competentes actúen con mayor esfuerzo sobre la zona. Dos calles más arriba, un grupo de adolescentes desayunan cerveza y porro arrojando todo tipo de desperdicios al suelo que les ha visto crecer. En el siguiente cruce, los restos de contenedores completamente calcinados sirven de refugio para las ratas. Las basuras que cuelgan de las farolas dobladas están vacías y en las aceras se agolpa la porquería de la semana. Los niños patalean las latas y los últimos coletazos de la estética quinqui pasean su 'fumada' al sol de un coche tunning esquinado con Los Yakis de fondo. "Aquí comemos del Estado, vivimos de la 'vital' " La escena es entristecedora. Intento explicarles que a la tele no dejan de llegar mensajes de fontaneros, jefes de obra, dueños de restaurantes, agricultores, que necesitan mano de obra urgentemente para que sus negocios sean viables. "Yo paseo por la mañana y descanso por la tarde". Tratar de comprender esta 'filosofía' de vida parece inútil. No hemos descubierto América, pero si hemos puesto la cámara en el corazón de la marginalidad voluntaria para que la sociedad juzgue. Entre tanto despropósito humano, por eufemizar un poco el panorama, un atisbo de esperanza. Un señor aparentemente curtido nos echa un cable en nuestro speech conciliador sobre los beneficios sociales de tener un trabajo. "A trabajar con dos huevos. El tío con casi 50 años... Que aquí no viene el trabajo hombre. Tenéis que salir a buscarlo. Es muy fácil vivir de los impuestos que pago yo, este hombre y este otro (nos señala)" Nuestro mesías laboral sube el tono y el resto de la pandilla vividora le abroncan y gritan para que se calle y no le grabemos diciendo tales verdades. 'MÁS allá de la línea roja, esa que hay que cruzar para desplegar ante la opinión pública realidades propias de los entornos marginales que, al menos, deben ser analizadas con un espíritu crítico e instructivo. Ahí nos verán esta temporada.
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