Galicia
Emigrantes gallegos regresan a su tierra natal tras una vida en el extranjero: "Fui feliz, pero la morriña me acompañó"
El programa Emigrantes Retornados de la Xunta ha permitido a cerca de 200 gallegos que superan los 80 años reencontrarse con sus raíces décadas después de haber emigrado: "Hemos encontrado otra Galicia".

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La RAE define morriña como: “Tristeza o melancolía, especialmente la nostalgia de la tierra natal”. Es una palabra que ha pasado a formar parte del diccionario de la Real Academia Española, pero que procede del gallego ¿Cómo no? No en exclusiva, por supuesto, cualquiera puede sentir morriña de su lugar de origen. Pero, sin querer pecar de presuntuosa, el pueblo gallego es uno de los que más arraigado tiene ese sentir.
Da buena cuenta de ello el éxito del programa Emigrantes Retornados de la Xunta de Galicia. Gracias a él, unos 200 emigrantes gallegos que tuvieron que dejar sus hogares en los años 50 han vuelto a su tierra durante un par de semanas. Visitas a lugares emblemáticos como el Puerto de Vigo del que casi todos partieron, y distintas actividades les esperan durante un viaje también, en cierta medida, en el tiempo. Hasta donde les lleven los recuerdos.
Algunos se plantean regresar para vivir su jubilación en Galicia
Proceden, sobre todo, de Venezuela, Argentina y Brasil. Todos ellos tienen palabras de agradecimiento para los países que les acogieron. Tienen hijos allá, nietos, amigos. Trabajos que les permitieron ganarse la vida y millones de vivencias. Pero no olvidan sus orígenes.
María recuerda perfectamente el día que dejó su casa. “Tenía 16 años, mi padre ya había estado en Venezuela y contaba cosas preciosas, yo me fui feliz. No recuerdo ni haber llorado”, nos dice. Fue la emoción de la juventud y de los deseos de libertad. “Pero después, a lo largo de los años sí que sentí mucha morriña. Echaba de menos mi terruño”, añade.
Ahora, desea volver a vivir la última etapa de su vida aquí, en Galicia. “Tengo allá a mis dos hijas pero ahora que me quedé viuda yo sería feliz viniendo para aquí. Ojalá pueda”, sueña en voz alta.
"Fue duro, yo no me quería ir"
Manuel no habla de un regreso permanente pero sí espera poder venir, al menos, una vez al año. Hoy es su cumpleaños, celebra los 81 paseando por la playa de Nigrán, en Pontevedra, y su sonrisa lo dice todo. “Llegué a Argentina pocos días antes de cumplir los 15 años. Fue duro, muy duro. Yo no me quería ir. A esa edad ya tienes amigos y recuerdo que fue difícil”.
La intención era obvia. Todos buscaban lo mismo, un futuro mejor. Aquí las cosas estaban difíciles entorno a los años 50 y Sudamérica ofrecía muchas posibilidades. Algunos lo decidieron ellos mismos, otros se fueron por decisión familiar. Cada uno tenía que aportar como podía. “Trabajamos mucho, mucho”, nos dice.
Y ninguno de ellos se olvidó de su tierra nunca. “Todos los domingos nos juntamos en la casa de Galicia que tenemos allá, escuchamos la música de las gaitas”. Pasión y sentimiento que le han trasladado a sus hijos. “Yo incluso traje a mis nietos aquí en cuanto pude, para enseñarles dónde era la casa del abuelo, la iglesia a la que iba el abuelo, todo”, afirma. Sentimiento de pertenencia a miles de kilómetros de distancia.
"Recuerdo la tristeza cuando se alejaba el barco"
Otro Manuel –Manolos hay unos cuentos en el grupo- recuerda la impresión de la primera vez que vino. Cuando se encontró con la casa de sus padres y los recuerdos le inundaron la cabeza –y el corazón- de repente. “Yo tenía 7 años cuando me fui. Viajé solo. Mi madre le pagó a un marinero para que me cuidase durante el viaje. 18 días duró”, recuerda. Historias que impresionan casi desde antes de empezar. “Recuerdo cuando se alejaba el barco, la tristeza. Me llevó mi abuela Ramona al puerto de Vigo”, añade. En cuanto pronuncia ese nombre los ojos se le llenan de lágrimas. Supera los 80 años pero se convierte en aquel niño de 7 al contarlo.
Hoy se ha encontrado una Galicia distinta. “Preciosa, espectacular, es una maravilla”. Todos coinciden. Nada que ver con la que dejaron. Pero, a la vez, exactamente igual. Su mar, su verde, su rural, acompañados ahora por los avances, la innovación, la prosperidad. ¿Cómo no sentir morriña?
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