Bares con historia

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ASÍ HAN EVOLUCIONADO LOS BARES

Cien años de bares: donde todo ocurre

Ellos lo han visto, aunque muchos hayan tenido que echar el cierre. Han visto atizar sorbos a una cerveza entre un llanto y el siguiente. Han sido testigos de euforias y robustos abrazos con la victoria de un equipo. Se han llenado de nostalgia rebobinando recuerdos de los que están y de los que ya no. Han visto manos entrelazadas que en ese momento parecían eternas. Han creado un patrimonio de costumbres amoldadas a los nuevos tiempos, también a los viejos y a los que vendrán. En ellos desaparecen los eufemismos porque, con su permiso, estoy en un bar.

A principios del siglo XX, cuando Cernuda compartía versos, la muerte se llevaba vidas en la guerra y el Titanic se hundía, comenzaron a llegar los primeros bares a Europa. El investigador Carlos Azcoytia explica que la llegada de este nuevo concepto de taberna no caló en la sociedad, "pagar altas cantidades por un pequeño bocadillo o por sentarse en taburetes incómodos no se veía con buenos ojos". Pero fue en esos taburetes altos en los que entre teorías, pinceles y versos, Pío Baroja, Unamuno y Picasso cambiaron la historia.

En los años 30 llegó el futbolín. Pero no llegó porque sí. Su inventor, Alejandro Ramírez, fabricó un juego que permitiese a los niños heridos entretenerse mientras estaban ingresados en un hospital de Valencia durante la Guerra Civil. En esa década aterrizó también el pinball. Mientras la bola chocaba con los elementos del tablero y el jugador en cuestión evitaba que cayese, sucedía el Crack del 29 y estallaba la Segunda República y los totalitarismos europeos. También lo vieron los bares.

Cuando Elvis Presley comenzó su carrera, allá por los años 50, los bares eran toda una institución inexorable, inoxidable. Llegó entonces la televisión para hacer de cada momento un ritual, se produce la entrada de Coca Cola en España, que empieza a protagonizar los brindis en los bares, acompañando a los grandes momentos. En esa década ya había 3.000 televisores en España, para que el mundo pudiera ver a Marilyn Monroe convertirse en la musa del siglo XX. O tal vez no verlo, y en compañía de The Beatles, Rolling Stones o Bob Dylan, en el fondo del bar, apretar manos, brindar copas, elevarlas a la altura de promesa y volver a empezar.

Llegó la imagen en color y entre entusiasmo, cervezas, apuestas y brindis, los bares fueron testigo de los mundiales de Brasil, Suiza o Suecia de los 50. Una década después los mesones vieron los mundiales de México, Alemania y Argentina.

Ya avanzados los 60 llegó la revolución americana de la hamburguesa, el mayor icono de la gastronomía norteamericana. Era predecible, hasta formaban parte del guion de películas históricas como Grease. Ya eran habituales en los bares, en esos en los que todo el mundo se vuelve un impecable juez, cuenta glorias pasadas y enseña o esconde cicatrices. A saber por qué, a saber por quién.

Años más tarde, cuando la cafetería de Pepe o Paco pasó a llamarse El Rincón de Pepe o Paco, Diana de Gales se casó con el heredero al trono de Inglaterra y Reagan se alzó con el puesto más poderoso del mundo.

La Movida Madrileña de los ochenta coincidió con el lanzamiento de recreativos de Estados Unidos. Y fue con Hombres G, Mecano o Gabinete Caligari con quien se consagraron los bares, esos lugares tan gratos para conversar. Bares, donde la conciencia anestesiada rompió el silencio y acogió a la historia.

La globalización juró avanzar y el wifi se convirtió, en el último siglo, en una especie de emblema. Entonces, Paco y Pepe, los de la taberna, el mesón, la cafetería y ahora el gastrobar, tuvieron que amoldarse a toda prisa al nervio social.

Siempre hay un bar, donde aún no has mirado.

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