Sergio Ramos levanta al cielo de Milán la Undécima del Real Madrid

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Real Madrid - Atlético de Madrid

A 11 metros sobre el cielo

Totalmente confirmado: la Champions es un torneo en el que juegan los mejores equipos del mundo y siempre gana el Real Madrid. El éxito no tiene un solo camino, ni un solo estilo, pero con los blancos tiende a parecer que sí. La UndéZZima, la cuarta en lo que va de siglo, ya es Real.

Lo tenía muy difícil el Madrid porque no sólo se las tenía que ver con el vecino coñazo, con el equipo más puñetero, sino que encima se enfrentaba a un ejército de antimadridistas que no por habituales son menos incómodos. Con el Real todo es diferente, no hay una escala intermedia entre el blanco y el negro: los que no le aman le odian. Por eso el antimadridismo es la afición más grande del mundo. Pero ni por esas. Habrá quien siga queriendo discutirle, quien encienda el ventilador de la porquería para enmarronarle, quien quiera vivir por desacreditarle, y aun así quedará igual de claro que el Madrid es genéticamente superior, una cuestión de selección natural: mientras los más meticulosos y pudorosos analistas tratan de encontrarle explicación al fútbol, más difícil que conocerle esquinas al mar, los blancos continúan ganando. Con suerte en los sorteos y esas cosas; siempre hay espacio para una excusa más.

Empezó a ganar el Madrid en el último entrenamiento antes de la final. Ahí se pudo ver, más allá de los Richard Gere de turno, a Mijatovic y Raúl, rostros perennes en las retinas madridistas por su afición a irse de copas: la Séptima, la Octava y la Novena, por ejemplo. Como en Lisboa, el mensaje era claro: esto somos nosotros, esta es nuestra historia. En el del Atleti, en cambio, apareció Raúl García, el jugador rojiblanco con más partidos europeos.

El partido se inició con Koke empeñado en seguir los cánones de las grandes noches: primera falta y primer tiro –tirito-. Pero no sirvió de nada. El Madrid salió como tenía que salir, nada que ver con los últimos derbis. Ganó en kilómetros al Atleti, consciente de que con ello la pelota estaría cerca. Y así fue: la movió muy bien, tanto que las ocasiones fueron de su exclusiva propiedad. Benzema tuvo la primera en el 6’, pero Oblak le robó el gol y un principio de gloria. En el 15’, en una falta que peinó Bale y remató Ramos en fuera de juego, llegó el 1-0: los héroes siempre vuelven.

El Madrid era quien mejor entendía el quid del partido: el que antes se comiese al centro del campo rival habría ganado media final. Y los Augusto, Gabi, Saúl o Koke no fueron ni aperitivo para los Casemiro, Modric y Kroos, capitales en un Madrid poseído por entero por el espíritu de Makelele, como si correr fuera tan del gusto como tocar el balón.

Cerca del 30’ empezó a enterarse el Atleti de que estaba en Milán jugando una final de Champions. Como los lejanos intentos de Griezmann en el 34’ y en el 43’ no alcanzaron categoría de peligro, no se puede decir que transformase su resurgir en ocasiones, pero al menos ya no se le intuía en las antípodas de una victoria de la que le pudo alejar definitivamente Benzema con un chotis a Godín al que le siguió un pase que Oblak impidió que fuera de la muerte.

La mejoría de los de Simeone dejó pistas de lo que sería la segunda parte, pero no las suficientes como para que los de Zidane les siguieran más de cerca. Ya sin Augusto y con un Carrasco dispuesto a faena grande, aún en los albores de la segunda mitad, Pepe hizo penalti sobre un inteligente Torres. Las crónicas dirán que Griezmann mandó al larguero la suerte rojiblanca; Keylor asegurará que Dios subió unos centímetros ese balón. Pura vida…

Volvió a tenerla Savic, tras más rebotes que en una pregunta enrevesada de ‘Saber y Ganar’, en el 54’, y Saúl en el 59’, pero no sólo no consiguieron el premio, sino que ni hicieron que Keylor se ensuciara más el traje. Respondieron por el Madrid Benzema en el 70’, dándole un pelotazo a Oblak cuando tenía en su bota la llave para cerrar la final, como Cristiano y Bale en el 79’. La precisión que les faltó la aprovechó el Atleti, que con una triangulación de escándalo Gabi-Juanfran-Carrasco puso a los fantasmas de Lisboa de su parte: 1-1 a falta de diez minutos. Entonces se entendió que las lágrimas de Carvajal al ser cambiado no eran tanto por una lesión que le puede dejar sin Eurocopa, sino más por la que podría liar Danilo, que efectivamente no atinó a cerrar el segundo palo. Hacía rato que el partido era de los de ponerse pañal para no perderse nada. Bale tuvo un cabezazo en el 86’ y Ramos pudo ser expulsado en el descuento, pero todo cuanto fuese a ocurrir debía ser en la prórroga.

En 30 minutos acababa el mundo o llegaba el éxtasis, dependiendo de para quién. Ya no había vuelta atrás. Los cambios de Zidane, una apuesta algo suicida por dirimir todo dentro de los 90 minutos, había acabado cerca de la bancarrota. En la prórroga, con Cristiano tieso, la épica importaba mucho más que el fútbol.

No fue una prórroga prolífica en ocasiones, apenas una de Cristiano en el 94’, porque el duelo era una guerra llegando a su fin: cada dos minutos, casi por respetuoso orden, iban sucediéndose los caídos. Como el fútbol no tiene que rendirle cuentas a la salud, quiso que hubiera más infartos, que la última palabra la tuvieran los penaltis. En ellos metieron los cinco de blanco, incluido Cristiano, el autor del decisivo, y falló el cuarto Juanfran, un exmadridista.

El Madrid le enseñó al Atleti que no basta con creer; a veces también hay que tener y proponer. Pasado el partido, repartida la gloria y el fracaso, no había dudas: mientras exista el Madrid, el Atleti no podrá dejar de ser ‘El Pupas’. Y esa derrota es peor que la de Lisboa y que la de Milán. Porque mientras aquel chico volvía a preguntarle a su papá que por qué son del Atleti, Cristiano ponía a su equipo en el lugar que le corresponde: a 11 metros sobre el cielo. Cómo no te van a envidiar…

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