Lo
tenía muy difícil el Madrid porque no sólo se las tenía que ver con el vecino
coñazo, con el equipo más puñetero, sino que encima se enfrentaba a un ejército
de antimadridistas que no por habituales son menos incómodos. Con el Real todo es diferente, no hay una
escala intermedia entre el blanco y el negro: los que no le aman le odian. Por
eso el antimadridismo es la afición más grande del mundo. Pero ni por esas.
Habrá quien siga queriendo discutirle, quien encienda el ventilador de la
porquería para enmarronarle, quien quiera vivir por desacreditarle, y aun así quedará
igual de claro que el Madrid es genéticamente superior, una cuestión de
selección natural: mientras los más meticulosos y pudorosos analistas tratan de
encontrarle explicación al fútbol, más difícil que conocerle esquinas al mar, los
blancos continúan ganando. Con suerte en los sorteos y esas cosas; siempre hay espacio para una excusa más.
Empezó
a ganar el Madrid en el último entrenamiento antes de la final. Ahí se pudo
ver, más allá de los Richard Gere de turno, a Mijatovic y Raúl, rostros perennes en las retinas madridistas por su
afición a irse de copas: la Séptima, la Octava y la Novena, por ejemplo. Como
en Lisboa, el mensaje era claro: esto somos nosotros, esta es nuestra historia.
En el del Atleti, en cambio, apareció Raúl García, el jugador rojiblanco
con más partidos europeos.
El
partido se inició con Koke empeñado en seguir los cánones de las grandes
noches: primera falta y primer tiro –tirito-. Pero no sirvió de nada. El Madrid salió como tenía que salir, nada
que ver con los últimos derbis. Ganó en kilómetros al Atleti, consciente de que
con ello la pelota estaría cerca. Y así fue: la movió muy bien, tanto que
las ocasiones fueron de su exclusiva propiedad. Benzema tuvo la primera en el
6’, pero Oblak le robó el gol y un principio de gloria. En el 15’, en una falta que peinó Bale y remató Ramos en fuera de juego,
llegó el 1-0: los héroes siempre vuelven.
El
Madrid era quien mejor entendía el quid del partido: el que antes se comiese al
centro del campo rival habría ganado media final. Y los Augusto, Gabi, Saúl o Koke no fueron ni aperitivo para los
Casemiro, Modric y Kroos, capitales en un Madrid poseído por entero por el
espíritu de Makelele, como si correr fuera tan del gusto como tocar el balón.
Cerca
del 30’ empezó a enterarse el Atleti de que estaba en Milán jugando una final
de Champions. Como los lejanos intentos de Griezmann en el 34’ y en el 43’ no
alcanzaron categoría de peligro, no se puede decir que transformase su resurgir
en ocasiones, pero al menos ya no se le intuía en las antípodas de una victoria
de la que le pudo alejar definitivamente Benzema con un chotis a Godín al que
le siguió un pase que Oblak impidió que fuera de la muerte.
La
mejoría de los de Simeone dejó pistas de lo que sería la segunda parte, pero no las suficientes como para que los
de Zidane les siguieran más de cerca. Ya sin Augusto y con un Carrasco
dispuesto a faena grande, aún en los albores de la segunda mitad, Pepe hizo
penalti sobre un inteligente Torres. Las
crónicas dirán que Griezmann mandó al larguero la suerte rojiblanca; Keylor
asegurará que Dios subió unos centímetros ese balón. Pura vida…
Volvió
a tenerla Savic, tras más rebotes que en una pregunta enrevesada de ‘Saber y
Ganar’, en el 54’, y Saúl en el 59’, pero no sólo no consiguieron el premio,
sino que ni hicieron que Keylor se ensuciara más el traje. Respondieron por el
Madrid Benzema en el 70’, dándole un pelotazo a Oblak cuando tenía en su bota la
llave para cerrar la final, como Cristiano y Bale en el 79’. La precisión que les faltó la aprovechó el
Atleti, que con una triangulación de escándalo Gabi-Juanfran-Carrasco puso a
los fantasmas de Lisboa de su parte: 1-1 a falta de diez minutos. Entonces
se entendió que las lágrimas de Carvajal al ser cambiado no eran tanto por una
lesión que le puede dejar sin Eurocopa, sino más por la que podría liar Danilo,
que efectivamente no atinó a cerrar el segundo palo. Hacía rato que el partido era de los de ponerse pañal para no perderse
nada. Bale tuvo un cabezazo en el 86’ y Ramos pudo ser expulsado en el descuento, pero todo cuanto fuese a
ocurrir debía ser en la prórroga.
En 30 minutos acababa el mundo
o llegaba el éxtasis, dependiendo de para quién. Ya no había vuelta atrás.
Los cambios de Zidane, una apuesta algo suicida por dirimir todo dentro de los
90 minutos, había acabado cerca de la bancarrota. En la prórroga, con Cristiano tieso, la épica importaba mucho más que
el fútbol.
No
fue una prórroga prolífica en ocasiones, apenas una de Cristiano en el 94’,
porque el duelo era una guerra llegando
a su fin: cada dos minutos, casi por respetuoso orden, iban sucediéndose los
caídos. Como el fútbol no tiene que rendirle cuentas a la salud, quiso que
hubiera más infartos, que la última palabra la tuvieran los penaltis. En ellos metieron los cinco de blanco,
incluido Cristiano, el autor del decisivo, y falló el cuarto Juanfran, un
exmadridista.
El
Madrid le enseñó al Atleti que no basta con creer; a veces también hay que
tener y proponer. Pasado el partido, repartida la gloria y el fracaso, no había
dudas: mientras exista el Madrid, el Atleti
no podrá dejar de ser ‘El Pupas’. Y esa derrota es peor que la de Lisboa y
que la de Milán. Porque mientras aquel
chico volvía a preguntarle a su papá que por qué son del Atleti, Cristiano
ponía a su equipo en el lugar que le corresponde: a 11 metros sobre el cielo.
Cómo no te van a envidiar…