A las 11 en punto de la mañana sonó en Buñol el cohete que marca el inicio de la batalla. Entonces, 120 toneladas de tomates se arrojaron desde los cinco camiones que han recorrido las calles del municipio. La vestimenta blanca de la mayoría de los asistentes fue tomando poco a poco el color rojizo propio del protagonista de la fiesta: el tomate.
Se calcula que unos 45.000 jóvenes procedentes de todo el mundo se han dado cita en esta particular fiesta que se celebra cada último miércoles de agosto desde 1945. Entonces una gamberrada se convirtió en un acontecimiento internacional.
Los tomates vuelan de un sitio para otro sin enemigo ni objetivo concreto. Personas próximas o lejanas, espectadores e invitados oficiales en ventanas, periodistas y fotógrafos, cualquier diana es válida en un espacio que poco a poco se convierte en un estanque de salsa triturada. Este ejercicio de histeria colectiva ha sido grabado, fotografiado y contado por medio centenar de medios de comunicación, algunos de ellos procedentes de Ucrania, Taiwán, Japón o China, país este último en el que la fiesta popular de Buñol ha adquirido una gran fama, llegando al punto de ser imitada.
Una hora y media antes del desenlace, el centro del municipio se satura con una multitud expectante de la que parten gritos en todos los idiomas, y que presta su tiempo de espera a cualquier entretenimiento -entre ellos la guerra de camisetas mojadas, prohibida por la autoridad municipal-, mientras los vecinos alivian su calor arrojando cubos de agua desde los balcones.
Este año, un fuerte dispositivo de seguridad ha velado por el buen transcurso de la fiesta, y una veintena de personas han tenido que ser atendidas por los servicios médicos por padecimientos leves como irritación de ojos.
