Chaquetas, pañuelos, arroz, bebidas, cestas... podría ser una tienda normal, pero no lo es, porque al comprar te garantizan que la persona que lo ha hecho ha recibido un salario justo y está trabajando en condiciones laborales seguras.
Hace treinta años, un 21 de diciembre de 1986, el primer comercio de este tipo abría sus puertas en la plaza de la Constitución de San Sebastián, en el País Vasco. "Era una tienda estrechita, pequeñita, de dieciséis metros cuadrados", recuerda Javier Pradini, impulsor de esta tienda, Emaús, "era muy colorida, entraba por los ojos".
Esos pocos metros servían de tienda y almacén y Pradini recuerda que entonces se vendían muchos "objetos de saponita", que estaban de moda, que procedían de la India, Sri Lanka y Kenia. "En aquella época fundamentalmente se vendían artesanías, cosas de bisutería, tejidos...", rememora, pero la globalización ha hecho que estos productos ya no sean novedosos y caigan "en desuso".
"Llegan de forma mucho más fácil al público consumidor responsable"
En la otra punta de España, en Córdoba, se encuentra la tienda "Ideas", que fue la segunda en abrir, en 1990, aunque gestionada en sus principios por otro colectivo. Uno de los impulsores de Ideas, Roberto Ballesteros, también constata este cambio en los hábitos de consumo: "Cuando empezamos los productos de alimentación eran testimoniales; hoy por hoy se ha dado completamente la vuelta a la tortilla".
"Son productos de primera necesidad" -explica Ballesteros-, "llegan de forma mucho más fácil al público consumidor responsable que la artesanía o el textil". Además, según Ballesteros, ha sido un cambio progresivo que se ha "acentuado muchísimo en la crisis". La tienda de San Sebastián ya no es tan pequeña como al principio ni se encuentra donde estaba; tampoco la de Córdoba. Ambas han crecido y se han convertido en referentes en sus ciudades.
"La tienda de Córdoba es una institución, es muy conocida y funciona prácticamente sola", asegura su impulsor, y es también un "punto de encuentro de movimientos sociales" y sirve de oficina para varias asociaciones. Han superado el voluntariado de los primeros años y tienen a dos personas contratadas; también han "profesionalizado" la atención, los productos y la tienda en general. "Sepas o no sepas que es de comercio justo, vas a entrar porque la tienda es preciosa", confiesa Ballesteros.
Por su parte, cuando el colectivo de Pradini se puso en marcha para abrir la tienda de Donosti no eran conscientes de que estaban siendo los primeros, ahora combinan el comercio justo con productos reutilizados y desechados y un programa de inserción laboral de personas en exclusión social. Pradini relata que el primer viaje que hicieron para surtir de productos su tienda fue a Holanda y no sabían ni qué trámites debían hacer en la aduana.
Pasaron sin declarar nada en la frontera de Irún y cuando llegaron a casa, tuvieron que dar marcha atrás para volver a atravesar la aduana y declarar que llevaban material que iban a poner a la venta. Después de tantos trámites, dejaron la furgoneta con todos los productos en la calle en San Sebastián y cuando fueron a descargar, les habían robado todo. "Tuvimos que improvisar urgentemente en 48 horas otro viaje para volver a hacer otra compra y poder abrir", recuerda Pradini.
En esos primeros días, hacían las compras "a pequeña escala" y con precios muy caros porque no llegaban a llenar los contenedores; no existían intermediarios como Ideas, la cooperativa de la tienda de Córdoba que abastece de productos de todo el mundo a entre seiscientos y setecientos clientes de toda España.
Trabajan directamente con las empresas productoras y vigilan atentamente todo el proceso "para que los productos sean ecológicos, para que haya igualdad de género, de salario entre hombres y mujeres y para que las cooperativas sean de estructura democrática". Más que una relación comercial, "es una relación de acompañamiento de los productores", dice Ballesteros. El comercio justo llegó tarde a España, pero ya cumple 30 años. No es una opción de compra tan popular como en otros países europeos y aún así personas como Roberto y Javier siguen abriendo cada día sus ahora no tan pequeñas tiendas.