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ESPERADO CONCIERTO EN MADRID

AC/DC ofreció un recital de rock que hizo vibrar al Vicente Calderón

AC/DC ha encendido el estadio Vicente Calderón a golpe de rock. Brian Johnson y Angus Young siguen llevando como nunca las riendas de una banda que cumple ya más de 40 años sobre los escenarios. No han sido pocos los que acudieron anoche a ese concierto, pero sí muy afortunados. Las 55.000 entradas que salieron a la venta se agotaron en cuestión de horas.

Nadie miraba hoy al cielo de Madrid porque el punto de interés en este fin de semana de "hipsters" emigrados al Primavera Sound de Barcelona estaba en una autopista directa al infierno, con Angus Young como menudo y enérgico Mefisto y una marea negra de 50.000 devotos de AC/DC en un aquelarre festivo y roquero.

Más sabe el diablo por viejo que por pellejo y, a la espalda de dos de los grandes templos de la capital española, La Almudena y San Francisco el Grande, los australianos han acometido en el estadio Vicente Calderón un concierto de grandes éxitos sin riesgos, como probablemente ambicionaban las almas cautivas que, a unos 90 euros por entrada, agotaron todo el aforo en apenas dos horas de venta.
Larga vida pues para esta mítica banda que en el primero de sus dos conciertos en la capital española (el martes volverán a actuar con todo el aforo completo) ha mostrado un vigor inquebrantable pese a sus más 40 años de trayectoria y a una lista de bajas que a otros grupos les habría quebrado el espinazo.

Igual que en 1980, cuando salvaron el repentino fallecimiento del carismático Bon Scott con su actual vocalista, el excelente Brian Johnson, la maquinaria en directo no se ha resentido de la ausencia de Malcolm Young, el cerebro en la sombra, aquejado de un proceso de demencia, ni del baterista Phil Rudd, encausado por posesión de droga y por amenazar de muerte a uno de sus empleados.

Y es que al pie del cañón sigue el señor de estos lares infernales, el más joven de los Young, con su "look" de estudiante escolar, su "paseo del pato" heredado de Chuck Berry y, sobre todo, una guitarra chisporroteante que siempre y en cada uno de los temas tiene la última palabra. Por si hubiese dudas, ahí queda el solo de guitarra de diez minutos con "Let there be rock", un derroche de vigor físico en el que a sus 60 años recorre el escenario de lado a lado y se interna entre el público por una pasarela que se iza como un altar, reservado exclusivamente para este momento de gloria personal en el que acaba por los suelos.

A su vera, dos viejos conocidos suplen los puestos vacantes: Chris Slade a la batería y Stevie Young, su sobrino, sustituye a Malcolm a la guitarra rítmica, como ya hiciera brevemente en una gira en 1988. Ahí concluyen los experimentos, hasta el punto de que se repite el mismo final de hace seis años, el de su último paso por España, con un repóker de "hits" compuesto por "T.N.T.", "Whole Lotta Rosie", "Let there be rock" y, ya en la propina, la imprescindible "Highway to hell" y "For those about to rock (we salute you)".

Solo tres temas suenan de "Rock or bust", su más reciente álbum de estudio, el primero desde "Black ice" (2008) y la presunta excusa para iniciar este nuevo "tour" mundial, un trabajo muy breve en el que también olvidaban sus flirteos previos con el soul y el blues para centrarse en lo que mejor hacen: poderosos "riffs" de guitarra, con bajo y música rock.

Hiperpuntuales a la cita, cuando el reloj marcaba las 22 horas y bajo una luna casi llena, un meteorito cruzaba el gigantesco tríptico de pantallas del escenario con forma de hangar en dirección a la Tierra, para impactar precisamente con la canción que da título a ese disco.

A partir de entonces, no ha habido que esperar mucho tiempo para que sonaran las ráfagas más candentes de "Shoot to thrill" o "Back in black", corte que dio título al tercer disco más vendido de la historia de la música, por detrás de "Dark side of the moon" de Pink Floyd y "Thriller" de Michael Jackson. Y si suena otra de las nuevas, en este caso "Play ball", el momento se antoja idóneo para acercarse a por una de las diademas luminosas con cuernos que, a razón de 10 euros, ha llenado las gradas del estadio y, de paso, un poco más las arcas del grupo.

"¡Thunder! ¡Thunder!", ruge el público al inicio de "Thunderstrucks", con Johnson hincando la rodilla en una especie de llamamiento vikingo al combate por el derecho de descanso en el Valhalla, antes de que repique la gigantesca campana de "Hell bells" o el público baile la más blanca y festiva de sus canciones, "Shook me all night long".

Por lo demás, y hasta llegar al consabido final, escasez de originalidad en los recursos escenográficos en favor del músculo y el poderío, tanto en el sonido, con cinco inmensas columnas de audio, como en la luminotecnica, con un atronador castillo de fuegos artificiales.

 

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