NO ES COSA DE NIÑOS

Así se vive el acoso silencioso del bullying

El bullying no se manifiesta siempre en golpes o gritos. A veces solo hay miradas que excluyen, palabras que hieren, comentarios pasivo-agresivos en redes o conductas que hacen que otros tengan la sensación de que no son bienvenidos. Los adultos no debemos mirar hacia otro lado, debemos actuar.

Una joven víctima de bullying

Una joven víctima de bullyingFreepik

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El bullying no termina con la infancia, simplemente se transforma. Cuando pensamos en bullying, nos imaginamos empujones en el recreo, risas crueles o insultos gritados en voz alta. Pero en más de 12 años de acompañar familias, adolescentes y comunidades escolares, he aprendido algo que no se dice lo suficiente: el bullying no desaparece al crecer, solo se vuelve más silencioso. Más difícil de ver. Más fácil de justificar. Y más profundo en sus heridas.

Bullying, el acoso silencioso y silenciado

Un adolescente empieza a callar, a retraerse, a perder su brillo, y muchas veces nadie lo nota.

Porque como ya es mayor y está en una etapa de transformación, esperamos que aguante, que lo resuelva, que no le afecte tanto.

Y, sin embargo, está sufriendo bullying y le está dejando marca. Puede generar baja autoestima, miedo a expresarse, dificultad para confiar, ansiedad social, o incluso síntomas físicos como dolor de estómago o insomnio. Lo que no se nombra, se guarda. Y lo que se guarda, pesa.

Dos adolescentes comunicándose a través del teléfono móvil.
Dos adolescentes comunicándose a través del teléfono móvil. | Pexels

La juventud y la necesidad de buscar aceptación

Desde la neurociencia sabemos que el cerebro en etapa de desarrollo está programado para buscar aceptación. No es un capricho: es una necesidad real de su etapa de desarrollo.

Por eso, cuando alguien los excluye, los ridiculiza o les hace sentir que no encajan, el dolor no es solo emocional. Se activan en el cerebro las mismas áreas que se encienden con una quemadura o una herida física. Y si ese dolor no se acompaña, si no se valida, el mensaje interno que queda es devastador:

  • "No soy suficiente"
  • "Tengo que cambiar para que me acepten"
  • "Algo está mal en mí"

He escuchado muchas veces a padres decir "yo no sabía que eso le dolía tanto" o "nunca me dijo nada". Y es cierto: a veces no lo dicen con palabras.

Pero con sí con su cuerpo, su silencio, su mirada apagada… en realidad, lo gritan.

No están exagerando. No están siendo más sensibles que el resto. Están intentando sobrevivir en un mundo que muchas veces los hiere sin que nadie se dé cuenta.

Un adulto que escucha puede cambiar toda la historia

El bullying no se combate diciéndoles "ignóralos", ni esperando que la escuela haga algo. El bullying se previene cuando hay adultos emocionalmente presentes, que no solo preguntan si les fue bien en la escuela, sino si se sintieron acompañados. Adultos que ven lo que otros no ven, y escuchan lo que no se dice en voz alta.

Jóvenes en el vestuario deportivo
Jóvenes en el vestuario deportivo | Pexels

A veces, un hijo no necesita que lo defendamos con fuerza. Necesita que le creamos. Que no minimicemos. Que no lo hagamos sentir como si fuera el más dramático. Solo necesita que alguien le digamos: "Estoy aquí. No estás solo. Esto que te pasa sí importa".

Y si tú también viviste algo parecido, si eso te dejó marcas que aún duelen, esta puede ser tu oportunidad: No para quedarte en el pasado, sino para cortar con ese ciclo. Para ofrecerle a tu hijo lo que tú necesitaste y no tuviste.

Porque lo que no se nombra, recordemos que duele en silencio. Pero lo que se acompaña… eso sí, empieza a sanar.

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