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Si las ves, echa a correr sin mirar atrás

Diez cosas que deberían hacerte huir de un restaurante (o enviar a Chicote)

Máquinas tragaperras, teles a volumen salvaje, mayordomos de cartón piedra en la puerta... bienvenidos al decálogo de los horrores de la restauración. Nosotros es verlos y hacer el moonwalker en la dirección contraria.

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Tragaperras, cocineros XXL de cartón piedra, fotos junto a Rocío Jurado... ¡Huye!Cocinatis

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Los restaurantes nos mandan señales. Muy claras. A veces no las vemos, somos así. Por ejemplo, si al llegar a un local, un sonriente aparcacoches (no confundir con el gorrilla, ojo) nos ofrece ponernos por ahí nuestro flamante Seat Marbella podemos estar seguros de que nos espera un palo legendario. Si el sitio dispone de área infantil, 'horreur'. Seguro que la comida transcurre entre gritos, accidentes infantiles leves y empujones por parte de pequeños 'quaterbacks' que no entienden por qué han puesto tu mesa en el camino hacia la piscina de bolas.

Además de estas, que son muy muy obvias, hay otras que indican que el restaurante en el que estamos a punto de meternos va a ser un fiasco. Un desastre total. Y tal como están las cosas económicas, mejor no tentar a la suerte, ¿no? Aquí van nuestras pistas para darte cuenta de que este local NO mola.

Un mayordomo/cocinero/camarero de ¿cartón piedra?

Lo hay en muchas versiones. Puede ser el mayordomo de Tintín, Néstor, ofreciéndote amablemente unos 'flyers' del local o un cocinero barrigudo que muestra en una hojita el menú del día. Da igual, con ese aspecto a medio camino entre descartes del museo de cera y ninots sin posibilidad de indulto, te están diciendo que des media vuelta, que en el sitio en el que vas a entrar ni hay gusto estético ni se le espera. ¡Ay, si estas criaturas pudieran hablar!

Pantallones y pantallitas. Para esquivar un restaurante lleno de 'hooligans' dipuestos a vibrar con un partido de la liga escocesa, entra, date una vuelta como si estuvieras buscando a tu mejor amigo y si detectas una presencia negra y plana escupiendo deportes, da media vuelta. Hay versiones peores, como las que irradian 'realitys' por la tarde mientras la dueña del establecimiento asiente mirando fijamente a la pantalla o incluso hablando con ella. Ojo, los restaurantes que tienen tabletas para elegir el menú tampoco son de fiar. Seguro que han preferido invertir su presupuesto en eso que en un buen chef.

Serrín. Salvo que se trate de una sidrería asturiana, no debe haber serrín en el suelo. Lo próximo será ver salir, recién levantado de la siesta y en pantuflas, al dueño del local de detrás de la barra. Te ofrecerá cocina de mercado... del mes pasado. Otro guiño: los locales modernetes que echan arena en el suelo en plan oasis urbano tampoco nos la cuelan. Serrín y arena falsa la misma cosa son.

Restos crec-crec por el suelo. Hay decisiones que uno debe tomar en la vida. Ser del Madrid o del Barça (o del Atleti) o, a partir de los 40 años, elegir entre la cara o el culo (o eso dicen). Cuando uno regenta un restaurante, puedes poner dos tipos de pincho: o unas asépticas, pero dignas, patatas fritas o, por ejemplo, alitas de pollo. Con esta decisión te expones a que los clientes lancen los huesecillos al suelo y acaben convirtiendo tu restaurante en una pista de patinaje de la que Nancy Kerrigan saldría con una triada. Lo sentimos, pero no nos la jugamos.

Un cartel de paella industrial. Si entráis en un local con un cartel de "paellas riquísimas" estándar, es que no tenéis perdón de Dios. Si encima pedís una, bastante castigo extra ya será digerir ese amasijo de arroz precocinado, gambas descoloridas o verduras 'chuchurrías.' Suelen estar afuera, al lado del mayordomo sonriente, así que no hay pérdida. Los únicos que caen en la trampa son los guiris. Los borrachos.

Mural de fotos del dueño. Con Rocío Jurado, con un político regional, con un ex jugador de fútbol reconvertido a empresario, con un actor de series españolas... Hay muchos restauradores que invierten más tiempo en decorar sus paredes con fotos, muchas veces pegadas al gotelé con 'blue-tack', que en tratar que lo que sale de la cocina tenga el mínimo mimo.

Maquinitas.

"Avance, ¡1,2,3,!" Si escuchas este soniquete, la has cagado amigo. Estás en un mesón o similar en el que vas a tener como hilo musical el bip-bip de una tragaperras, con el inconfundible cling-cling de las monedas cayendo cuando salga el premio. Gira la cabeza: ahí está un ludópata profesional mientras recoge sus ganancias. Te sonríe. Ya no vas a seguir comiendo. Normal.

Decoración publicitaria. Entendemos que muchos locales tienen acuerdos con marcas comerciales, pero hay unas mínimas normas: si la pared central del restaurante la ocupa un logo king-size de una bebida energética en lugar de una lámina artística, tu verás. Con la cantidad de sitios monos que hay, íbamos nosotros a comer ahí...

Platos incorruptos en el escaparate (o versiones en plastiquerre).

Sí, ya sabemos que en este restaurante se sirven churros de buena mañana, pero, ¿hay necesidad de tener un plato de porras momificadas en la cristalera que da a la calle? Qué mal rollo, por Dios... y no digamos ya cuando el local en cuestión es especialista en marisco o carnes a la brasa. Tampoco somos muy favorables a esos bodegones con animalitos de mentirijillas, ¿qué le vamos a hacer?

Mugre. Parece una obviedad, pero un restaurante tiene que estar limpio. Y no nos referimos solamente a que la vajilla y el menaje estén lustrosos, que por supuesto, sino también a restos de migas, manchurrones en manteles, etc. Y si no, os mandamos a Chicote...

 

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