Trufados, de avestruz, cocidos en un volcán...
Cinco huevos insólitos (algunos apetecibles, otros no tanto)
Las tortillas y los huevos fritos no tienen por qué ser aburridos. Aquí van cinco variedades que quizá nunca pensaste que podrías llegar a comer.
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Los huevos vuelven a estar de moda. Lo dicen cocineros como Sacha Hormaechea, que afirma sin dudar que el plato más difícil de hacer en el mundo es “una buena tortilla francesa” y que la yema en crudo es, sin duda, “la mejor salsa que existe”. Al mismo tiempo, hay una cierta fiebre por tratar de buscar los huevos de corral más exclusivos, por cocinarlos a baja temperatura o, simplemente ofertarlos como lo más exclusivo que se puede tomar en tu local, tal y como sucede en Viridiana, donde uno de los hits de Abraham García es su famoso huevo con trufa negra. 'Bocato di cardinale'.
Pero, además de los huevos de gallina, existen algunas variedades francamente sorprendente ante las que nuestra reacción puede ser de ¡yum! o de ¡agh!, pero que están ahí para poner a prueba nuestro paladar. Bienvenido al mundo de los huevos rarunos.
Los de trufa. La primera vez que los vi en el mostrador de mi pollero no pude reprimir mi asombro. ¿Qué contenía esa media docena de huevos que se vendía a ocho euros y pico?, ¿dónde venía la trufa? La respuesta es, en ningún sitio. Como si se tratara de uno de los aromas con los que Ferran Adrià sorprendía a sus comensales, lo que se hace es poner estos sencillos huevos en una atmósfera cerrada junto a unas cuantas trufas de olor potente. El aroma inconfundible de la trufa acaba traspasando la cáscara porosa del huevo e impregnando su yema y clara. Para comérselos fritos y jartarse a untar pan. Se pueden encontrar en www.petramora.com.
Los de avestruz. Ay. Que levante la mano el que no ha hecho alguna broma mala cuando se ha encontrado un huevo de avestruz en algún mercado. De tamaño más que respetable, cada uno equivale a dos docenas de los normales. Se puede utilizar para hacer tortillas pantagruélicas y lo cierto es que el sabor es diferente, más potente que el que tienen los de gallina. Asimismo, su yema (o yemón) y su clara resultan más consistentes, algo lógico teniendo en cuenta el tamaño del animal. Dan un poco de yuyu, pero están buenos.
De color azul. Entrar en la web de la empresa avícola británica Clarence Court es encontrarse con un universo flipante en forma de óvalo. Los tienen de ganso, de pavo, de emú… Pero si tenemos que quedarnos con unos, creemos que elegiríamos los que son de color azul clarito. Los dan unas aves que se denominan “Cream Legbar”, de una raza originada en 1930 gracias al cruce de otras dos. Se supone que se distinguen por lo cremoso y sabroso de su yema porque una vez que llegan al plato ya no son azules. Ohhhhhh…
El huevo negro japonés. Irte a Japón y coger un tren para ir a visitar el Monte Fuji es lo más normal del mundo. Acabar cambiando de planes y comiendo huevos negros… eh, no tanto… A mí me pasó. Simplemente, el monte Fuji no se veía aquel día por la niebla y acabé en la zona volcánica de Owakudani, donde aprovechan las calderas volcánicas naturales para… ¡cocer huevos! Al sacarlos, tienen un color negro inconfundible y, aunque al pelarlos vuelven a ser normales, sí que conservan un saborcillo mineral inconfundible. Hasta tal punto están obsesionados en la zona con sus huevos negros, que hasta tienen souvenirs.
El balut filipino. Si estás a punto de comer, te aconsejamos que dejes de leer. El siguiente huevo no es apto para estómagos sensibles. Considerado un manjar en Filipinas, el balut es un huevo de pato ya fertilizado con su embrión dentro que se cuece al igual que un huevo normal. Si tenemos suerte, solo nos enfrentaremos a una masa muscular inidentificable. Si el feto está más crecidito, veremos ya un protopato antes de llevárnoslo a la boca. Se toma con un poquito de sal y pa’ dentro. Dicen que sabe a pato, solo faltaba…
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