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¿Por qué las niñas necesitan referentes femeninos de éxito?

Las niñas necesitan ver a mujeres brillantes siendo brillantes. Ver cómo llegaron dónde están para imaginarse a ellas mismas haciendo lo que ellas hacen, y poder así explotar todo su potencial.

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¿Con cuántos años dejamos de creer que podemos ser lo que nos propongamos ser? ¿En qué momento las niñas dejan de tener grandes sueños, como llegar a ser importantes pensadoras, científicas, escritoras, cineastas, astronautas… para quedarse con las ideas más “normativas” que tiene nuestra sociedad sobre el trabajo que ha de realizar una mujer? La respuesta: en el momento en el que no encuentran referentes femeninos de éxito.

Un estudio realizado por Microsoft en Europa, establece una clara conexión entre la visibilidad de modelos de referencia femeninos en trabajos menos frecuentados por mujeres y el interés de las niñas por estos trabajos. Ya sea en el ámbito familiar, en el educativo o a través de los medios de comunicación, la literatura o el cine… el interés se duplica si conocen a mujeres que trabajen en el sector: 41% frente a un 26%.

Está demostrado que la influencia de los referentes de éxito es mayor en los hombres que en las mujeres, ya que ellas están más influenciadas por los referentes negativos. Y el motivo de esta diferencia se encuentra en las normas sociales que presentan el emprendimiento como una actividad mayoritariamente masculina.

Tanto a la hora de elegir un trabajo como a la hora de emprender, es importante el impacto que nos producen los referentes que tengamos, porque ofrecen ejemplos que influencian el potencial y la intención de crear algo nuevo. De hecho, si preguntamos a las mujeres que hoy día son grandes empresarias la mayoría os dirían que dieron sus primeros pasos después de observar a un referente, que, a menudo, es alguien de su círculo más cercano: amigas, madres, hermanas, primas… Lo que se conoce como referentes reales.

Niña
Niña | iStock

Pero también son importantes los referentes simbólicos, aquellas personas que no hemos conocido pero que a lo largo de la historia han hecho y creado grandes cosas con las que nos podemos sentir identificadas. Mujeres que no salen en los libros de historia porque no se les consideró importantes, no se les quiso estudiar o porque un hombre se adueñó de su trabajo, su investigación o su idea. O simplemente porque la sociedad no las consideró importantes por aquel entonces.

Si las niñas en la escuela no aprenden los nombres de todas aquellas mujeres que rompieron con todo lo establecido, que descubrieron cosas, que lograron cosas…, si en casa no les enseñáramos la existencia de esas mujeres, esas niñas, las niñas que algún día podrían ser esas grandes mujeres, no lo serán, simplemente porque desconocen que otras ya lo hicieron. Desconocen que ¡pueden con todo aquello que se propongan ser y hacer!

Y no yéndonos solo al pasado, hay muchas mujeres que actualmente a través de Internet, sus redes sociales y su presencia en el mundo pueden llegar y están luchando para inspirar a las niñas a romper mitos y tabúes, sus propias barreras, sus límites. Ayudándoles a que vuelvan a soñar. Tenemos que darles visibilidad. Es misión de todo/as (y también incluyo a los hombres porque tienen un papel tan importante como nosotras en la educación de sus hijas) mostrarles y enseñarles que su imaginación es el tope de todo, que ellas también tienen talento.

Tenemos que parar y romper las estadísticas de Google, aquellas que demuestran que los padres buscan dos veces más: “¿Tiene mi hijo talento?”; en vez de: “¿Tiene mi hija talento?”. Internet está plagado de ejemplos de emprendedores y sus historias de éxito inundan a menudo los medios de comunicación, pero ¿cuántos de esos ejemplos son mujeres? Rescatemos esos datos también, visibilicémoslos.

Las niñas no pueden hacerlo solas, necesitan sentirse respaldadas por sus familias, por la sociedad, por el resto de mujeres. Por todas nosotras, por aquellas que ya han emprendido, por aquellas que lo están haciendo. Necesitan la fuerza de todo/as para que algún día puedan mirarse en el espejo y decirse con seguridad: ¡Voy a comerme el mundo!

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