MIRADA PSICOLÒGICA
¿Por qué cuesta volver a vivir con los padres después de independizarse?
Si cuando vuelves a casa de tus padres te sientes de nuevo como si fueras adolescente, que sepas que no te pasa solo a ti. Independizarse hace que cada uno se organice y viva a su manera y, volver a tu casa de la infancia, es aceptar las normas impuestas.

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¿Te ha pasado que vuelves unos días a casa de tus padres y, sin darte cuenta, discutes por tonterías, te sientes observado o te entra una especie de rebeldía interior que no sabes de dónde viene? Estabas feliz con tu vida adulta… y de repente, ¡zas! Parece que vuelves a la adolescencia, que hace años dejaste atrás. No te preocupes, no estás perdiendo la cabeza.
¿Por qué ya no sabemos vivir con nuestros padres?
Hay razones emocionales y psicológicas muy concretas detrás de esta sensación que siente mucha gente cuando vuelve a casa de los padres a vivir una temporada larga o unas simples vacaciones.
1. El cerebro recuerda más de lo que crees
Tu casa de la infancia está llena de recuerdos emocionales. Y no solo por los objetos o las fotos, sino por el ambiente, los olores, las voces. Es normal que el ambiente lleve a repetir patrones y dinámicas que estaban establecidas con anterioridad, aunque hayan pasado años.
Es bastante inevitable escuchar a tu madre decir "¡a ver si recoges eso!" y que tu cuerpo reaccione antes que tu mente: sientes una punzada de irritación, como si tuvieras 15 años otra vez.
La explicación de por qué sucede esto está en lo que llamamos regresión situacional: Tu entorno activa patrones emocionales antiguos, aunque hoy seas una persona adulta y funcional.

2. Roles familiares que no se han actualizado
En muchas familias, cada persona tiene una especie de papel que ha repetido durante años: el responsable, el desastre, la que siempre protesta, el mediador… Por ejemplo: si tú eras "la que siempre dejas la cocina sin recoger", aunque hoy seas una persona meticulosa en tu propia casa, en la de tus padres te siguen recordando ese rol… y tú, sin darte cuenta, lo repites.
Esto se llama efecto Pigmalión. Es difícil crecer si los demás te tratan como si no hubieras cambiado. Y más aún si tú también vuelves a actuar desde ese lugar. Acabas actuando como los demás creen que eres.
3. Tus padres no siempre ven al adulto que eres
Para ellos, sigues siendo su hijo o hija pequeña, aunque tengas pareja, hijos o un cargo de responsabilidad. Puedes ver esa mirada de tus padres hacia ti en detalles pequeños como, por ejemplo, cuando sirves una copa de vino y te recuerdan que quizá no debas beber más, como si no supieras cuidar de ti. Lo que recomendamos en casos como ese es responder desde tu yo adulto: "Gracias, pero me cuido. No te preocupes". Sin sarcasmos, sin enfadarte. Desde tu lugar actual.
4. Tus logros no caben en tu antigua habitación
Tu habitación puede ser un pequeño museo de tu adolescencia: pósters, libros del instituto, objetos olvidados... Dormir en esa cama individual de siempre, rodeada de recuerdos adolescentes, puede hacerte sentir que no ha pasado el tiempo. Algo que te puede venir bien en esos casos es traer contigo algún objeto actual (tu libro de lectura, tu ordenador de trabajo, tu agenda), o hacer pequeños cambios en el espacio si vas a estar más de unos días.
Adapta tu habitación a tu personalidad o necesidad actual y guarda esos recuerdos que sean más especiales en un lugar accesible, pero no tan visible.

5. La libertad adulta se reduce en casa ajena
Por otro lado, aunque te inviten con amor, no dejas de estar en una casa con normas que no has puesto tú. Por ejemplo: quieres quedarte en el sofá viendo una serie hasta tarde, pero tu padre apaga las luces del salón porque según su rutina "es hora de dormir". En casos como esos es importante pactar ciertos espacios o rutinas: "¿Te importa si hoy me quedo aquí un rato más y luego apago yo la luz?". La clave es comunicar sin confrontar.
Cómo actuar en casa de tus padres para no sentirte como si volvieras a ser pequeña
Algunas recomendaciones generales para evitar caer en nuestro "yo adolescente" son las siguientes:
- Obsérvate con curiosidad: En vez de culparte por reaccionar, pregúntate qué parte de ti está hablando ahora.
- Haz pausas activas: Sal a caminar, llama a alguien de tu vida adulta, haz planes fuera de casa.
- Actúa desde tu yo actual: Si surge un conflicto, pregúntate cómo lo resolverías si estuvieras en tu casa, con tus reglas.
- Practica el humor interno: A veces, reírse de uno mismo ayuda a cortar el bucle. "¡Uy, acaba de hablar mi versión 2006!"
En conclusión, volver a casa de tus padres puede remover emociones dormidas. No porque no hayas crecido, sino porque ese entorno tiene el poder de activar tus versiones más antiguas. Y eso no es malo: es una oportunidad para observarte, entender de dónde vienes y practicar cómo quieres relacionarte hoy.
Puedes volver a tu casa de siempre… sin dejar de ser quién eres ahora. Recuerda que si tienes conflictos sin resolver que incluso a día de hoy no entiendes, es recomendable acudir a terapia con un profesional de la salud mental (psicólogo o psiquiatra).
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