En la ría de Muros y Noia (Galicia), el mariscador se dedica a la extracción de ese sabroso bivalvo conocido como navaja. La relación de amistad entre el mariscador y el delfín ha cuajado tanto que en sus últimas inmersiones Roger y Manoliño incluso se han fundido en algún que otro abrazo, tan escasos en superficie por el distanciamiento social en estos tiempos de pandemia de coronavirus.
La relación entre este delfín mular y el mariscador Roger Suárez se remonta a principios de año, cuando el buceador empezó a detectar que en sus inmersiones para recolectar el sabroso marisco del que vive, un animal marino de unos dos metros de longitud, merodeaba por su espacio de trabajo. A pesar del imponente porte del delfín, Roger no se asustó y siguió a lo suyo, para poder acabar con éxito de capturas su dura jornada laboral.
El delfín le seguía mientras mariscaba
El asombro del mariscador ha ido en aumento al detectar que Manoliño, que así le acabó bautizando cariñosamente, le acompañaba siempre, a pesar de que él cambiase su área de buceo. Daba igual dónde se sumergiese Roger y su grupo de navalleiros, porque Manoliño le acababa localizando, rondaba su embarcación y le custodiaba en su jornada de trabajo.
Roger y su grupo obedecían las recomendaciones de la Consellería do Mar e intentaban no interactuar con el delfín, pero poco podían hacer, como nos relata el propio mariscador: “Yo estaba en mi zona de trabajo, en mi horario, y era él quien venía a mí. Si cambiaba de zona, me encontraba”.
El pasado viernes sucedió lo que parecía inevitable, después de muchos meses de flirteo subacuático. Manoliño se acercó, como tantas otras mañanas de buceo, pero decidió dar un paso más, para sorpresa mayúscula de su amigo humano. Mientras Roger usaba su utensilio metálico para recolectar navajas del fondo del mar, notó un contacto. Cuando se giró tenía la cabeza del cetáceo entre sus aletas y se rozaba con ellas.
Busca el contacto y le gustan las caricias
El mariscador, como un acto de confianza mutua, decidió acariciarle, primero debajo del morro. Notó como el delfín “se ponía contento”, primero subía y luego volvía para abajo “igual que un perro”, dice. Después estuvo jugando con las aletas que el mariscador llevaba en sus pies. Hubo un intercambio de caricias “y al final lo abracé”, acaba reconociendo Roger.
Este lunes se acaba la campaña de la navaja. Hemos hablado con Roger a las 10:40 de la mañana, cuando estaba a punto de realizar una inmersión, y tras responder a nuestras preguntas nos ha despedido amablemente con un “tengo que dejaros, porque ya tengo a Manoliño merodeando por aquí, debajo de la lancha, y ya me está llamando”. La relación continúa.