Raúl González Blanco, con el NY Cosmos.

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El chaval de barrio se retira en Nueva York ganando la NASL

Raúl se va por la puerta grande

Se acabó. Se acabó y el primer paso es reconocerlo. De ahora en adelante, el Raulista profesional tendrá que tirar de bata, cubo de helado y videoteca desde el sofá de casa para ver a su '7'. Ya no será en directo, ya no habrá nada en juego; todo se reducirá a una pugna interna entre la alegría del "yo vi jugar a este" y la tristeza melancólica del "ya no se hacen jugadores así".

Por @MarioCortegana

Saltaban Ottawa y Cosmos al césped, por llamarlo de algún modo, y la imagen en televisión enseñaba el inspirador gesto de Raúl. Era su cara de siempre, la que transmite seguridad a los de su vestuario y la sensación de "cuidado con este cabrón" a los del rival. Rondaban las 23:15 h de un domingo en España y, con el partido por empezar, el eterno '7' ya había ganado: su país veía con sorprendido interés por primera vez un partido de soccer, esa modalidad yanqui de nuestro fútbol que siempre asociamos a las películas de domingo en las que el perro de la familia del prota, o una chica disfrazada de chico en su defecto, lidera a su equipo hasta la conquista de un título.

Entre los deseos raulistas de que el partido durase al menos toda la vida transcurrió la final que bajaba el telón a una trayectoria -21 temporadas- imborrable: la que empezó en la humildad de la Colonia Marconi de San Cristóbal de los Ángeles y acababa en el glamur de esa gran manzana que es Nueva York. Y siempre ganando.

Cuelga el capote de blanco y ganando

8 minutos sobraron para volver a comprobar que, efectivamente, Raúl siempre será Raúl: en el 5' recibió una falta ante la que reaccionó comiéndose al árbitro, marcando territorio, ejerciendo de líder; en el 8', con el 1-0 del Cosmos, su celebración fue la de quien festeja un gol propio, la de quien no viene de ganar, entre otras, tres Champions.

Llegó el pitido final, el Cosmos se llevaba la NASL (3-2) y, entre tanto, Raúl había seguido regalando los detalles que hicieron de él el jugador con nombre propio, sin necesidad de apellido: desde deambular por las inmediaciones del portero esperando un rechace cual perro alrededor de la mesa durante la comida, hasta su aparatosa forma de correr, o su fe en la fructífera sociedad ilimitada -estas cosas nunca se pierden- que formó con los palos para sus rechaces y con los balones sin dueño en el área.

Del mismo modo que cuando jugó por última vez en el Real Madrid, el Schalke 04 y el Al-Sadd, del mismo modo que cuando regresó en 2013 al Bernabéu y la noche en Madrid volvió a ser diferente, el de este domingo fue otro de estos partidos que saben a despedida, a los goles de toda una vida, a un mito que dice adiós. Fue otro de estos partidos en que, sin darse cuenta y sin quererlo, los raulistas se vieron atrapados en una irremediable emboscada del subconsciente: hablar y escribir de Raúl en pasado.

A este punto final, como a aquel de Sabina, tampoco le siguen dos puntos suspensivos. No habrá más partidos de Raúl, pero quedan 22 títulos que, paradójicamente, no son nada comparados con lo simbólico de un icono al que echará de menos hasta una diosa como Cibeles. A su triunfal recuerdo contribuirá que se haya retirado así, colgando el capote de blanco y ganando: por la puerta grande.

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