Democracia
Votar a los 16: ¿madurez democrática o adelantada?
La socióloga Lourdes Gaitán defiende la rebaja de edad a la hora de obtener el derecho a voto: "¿Por qué a los 18 sí?"

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Cuando cumples 18 años, se espera que puedas tomar las grandes decisiones de tu vida: votar, gestionar tus cuentas o viajar solo. Hay una barrera invisible que traspasas e indica que ya eres mayor de edad y pasas a formar parte del mundo adulto. Pero, ¿realmente la vida funciona así? ¿Es el calendario el que marca cuándo estás listo para decidir sobre tu futuro, o tu país?
En el Reino Unido acaban de lanzar un debate que retrocede dos años ese reloj, permitir el voto desde los 16. Porque si tienes edad suficiente para trabajar, pagar impuestos y aportar económicamente al Estado, ¿no deberías tener también voz para decidir a dónde va ese dinero o qué gobierno gestiona tu país? Esta idea, defendida por el gobierno británico de Keir Starmer, busca revitalizar la implicación juvenil y modernizar la democracia.
Lo cierto es que, más allá de Reino Unido, solo unos pocos países han apostado por esta vía. Por ejemplo Austria fue pionera en la Unión Europea, y en Latinoamérica, países como Argentina, Brasil o Ecuador han dado ya ese paso. Sin embargo, en nuestro país la mayoría de edad política sigue en los 18, aunque el debate sobre si deberíamos seguir ese ejemplo está presente.
El Gobierno cuenta con esta propuesta en su programa. La ministra de Juventud e Infancia, Sira Rego, trabaja en esta ley "porque ensancha la democracia y porque reconoce la imprescindible participación política de los y las jóvenes". En la misma línea, Lourdes Gaitán, doctora en sociología y miembro de la Asociación GSIA (Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia), ha puesto sobre la mesa sus argumentos a favor de reconocer este derecho político a los menores de 18 años.
"¿A quién se le pide capacidad para votar? ¿A quién se le pide nivel de información, criterio? ¿Por qué justo a los 18?", replanteaba Gaitán, ofreciendo una respuesta contundente, al ser "una razón que obedecemás a la costumbre" cuando realmente se trata de "un consenso social que ha establecido así esa edad".
Edadismo y exclusión de edad
La socióloga relacionó esta limitación con el "edadismo", un prejuicio social que normalmente se asocia con las personas mayores, pero que también afecta a los más jóvenes. Cuando se cree que una persona no tiene el mismo derecho que tú por tener una edad diferente estamos aplicando una discriminación, que "es lo contrario a democracia, porque 'demos' significa 'el gobierno de todos'. No todos los que considere que están a la misma altura que yo", afirmó Gaitán.
También trató la comparación a lo largo de la historia, poniendo de ejemplo que en su pueblo aún quedan pintadas que dicen 'Vota a los 18' cuando tras la aprobación de la Constitución, se bajó la edad mínima de 21 a 18 años, y se permitió por fin a las mujeres votar sin autorización del padre o el marido.
"Son consensos sociales fundamentados en prejuicios", recalca, añadiendo que "la democracia se ha renovado a lo largo de la historia, renovando nuevas capas de población al demos. Primero los hombres no propietarios, luego las mujeres, y hace no mucho las personas con discapacidad". Entonces, ¿por qué no ahora los jóvenes?, pregunta.
¿Votar desde los 6 años?
Gaitán mencionó propuestas, como la del filósofo británico David Runciman, que defiende que el derecho a voto debería empezar cuando un niño entra en primaria, es decir, a los 6 años "porque saben leer y escribir, ya pueden leer una papeleta".
La clave, según ella, está en eliminar la discriminación por motivos de edad porque si los excluimos por el tema de la maduración, ese argumento a Gaitán "se le queda corto", puesto que gracias a "la investigación social" hoy en día, los niños y adolescentes tienen "un criterio y una opinión" sobre temas como la justicia o el medioambiente, incluso cuando no se les pregunta directamente, donde también "surge esa idea política", que "es precisamente eso, la idea del bien común".
En esta línea, mencionó que la juventud de entre 16 y 17 años representa solo un 2% del censo electoral actual. "Su influencia global sería muy pequeña". Pero en el caso de que llegara a suponer un cambio "el problema no estaría en ellos, sino en quienes no sean capaces de convencer "de que su opción es la que mayor ventajas e inconvenientes tiene".
Derechos, no obligaciones
Otro punto clave en su defensa es que reconocer un derecho "no significa una obligación", poniendo en manifiesto que la Ley Electoral ya ha sido modificada y ha habilitado a las personas con discapacidad a votar. "Es la que se podría aplicar a todas las personas menores de 18. Que voten cuando tengan la libertad de hacerlo, solos o acompañados", explica.
Frente a los que critican que los adolescentes estarán influidos por padres, profes o figuras de autoridad, Gaitán recordó otro episodio histórico cuando en la etapa de la República en España, algunas diputadas se opusieron al voto femenino porque creían que las mujeres votarían según lo que dijeran sus maridos o el capellán. Pero hoy nadie pone en duda el derecho de las mujeres a votar, aunque en la actualidad "todos estamos influenciados", señala.
¿Consecuencias del cambio?
En su opinión, bajar la edad de voto no causaría ningún perjuicio, ni a quienes comienzan a ejercer el derecho ni al resto de la sociedad. De hecho, podría tener efectos positivos porque podrían responsabilizarse más si sienten que formas parte, "porque al final a una personas que le excluyes está menos inclinado a hacerte responsable de lo que va a pasar ahí".
Además, considera que las consecuencias "no serían desastrosas", pero, a nivel individual, "como mínimo son indiferentes porque habrá personas que les gustará sentirse consideradas".
Por eso, junto a sus compañeros del movimiento internacional por los derechos de la infancia, Gaitán sostiene que debería eliminarse toda discriminación por edad en la participación política. "Una cosa es tener el derecho a la participación de la vida pública y otra ejercerlo", sostiene.
La socióloga concluye que se trata de una cuestión de justicia, no de madurez: "Es una atribución que a los adultos se nos hace por defecto y los que no son incapaces por definición. Y eso es injusto".
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