Galicia
Oficios en peligro de extinción: Carlos es el único afilador de Pontevedra
Tiene 74 años y lleva 50 con un negocio de tres generaciones. No piensa en jubilarse.
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La Cuchillería Gómez en Pontevedra es, como reza en una cartel de la entrada, un “Sanatorio de paraguas”, entre otras cosas. Su historia se remonta a 1952 cuando Serafín, el padre de Carlos, decidió fundar el negocio. “Pero todo empieza antes, porque mi abuelo ya era afilador, aunque él no tenía un espacio, era ambulante”, explica.
Carlos estudió magisterio, fue profesor en el centro de la ONCE, comercial de una empresa de embutidos y, finalmente, siguió con la tradición familiar. “Yo ya conocía bien el oficio, llevaba toda la vida viendo a mi padre trabajar, así empecé afilando cuchillos por la noche, cuando terminaba con mi empleo principal”. El tiempo puso a Carlos al frente del negocio y abandonó toda fuente de ingresos paralela.
Su negocio se ha convertido en un emblema de la ciudad y la bata azul de Carlos en el uniforme que todo pontevedrés conoce. La cuchillería es como un gran baúl de los recuerdos, en su local se puede encontrar prácticamente de todo y destacan las libretas donde el propietario va anotando todo. “Llevo bien las cuentas y eso que a muchos ya no les compensa arreglar los paraguas, prefieren comprar otros”.
Al frente del negocio que emprendió su abuelo
Pero la puerta de la Cuchillería Gómez se sigue abriendo cada mañana. “Nunca he cogido una semana entera de vacaciones pero estos días tengo mucho trabajo porque me van a operar de una rodilla y voy a tener que estar un tiempo sin venir”, explica. En su negocio se afilan buena parte de los cuchillos que se utilizan en el mercado, ubicado al otro lado de la calle, los de la carnicería de un supermercado cercano y los de los clientes de toda la vida. “También vienen jóvenes pero, sobre todo, porque me conocen gracias a sus padres o abuelos”.
Carlos es incansable y no piensa en jubilarse. Abrir la verja del negocio cada mañana se ha convertido en una rutina que ya poco tiene de trabajo y sí mucho de vida. “Me gusta hablar con los clientes, tomar un café a media mañana”, explica el único afilador de la ciudad.
Así que pese a que el oficio se encuentre en peligro de extinción, él garantiza que su negocio va a continuar pese a que “cada vez se tiran más cosas y se arreglan menos”. Admite que la deriva de la sociedad ha condicionado su empleo pero él continuará al frente del oficio que aprendió de su abuelo hasta que el cuerpo aguante.
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