Día del Apostol Santiago
25 de julio: el latido de Galicia que se escucha en todo un país
Hoy es 25 de julio, Día de Galicia, la esquina noroeste de la península deja de ser frontera y se convierte en brújula. Más que una jornada festiva, la efeméride destila leyenda historia y pulso emocional, y explica por qué la tierra gallega ocupa un lugar tan central en la memoria cultural colectiva.

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Amanece. Las campanas de la Berenguela rompen la bruma Atlántica, la piedra húmeda de la plaza del Obradoiro brilla con los primeros rayos y el humo del botafumeiro se alza como una bandera aromática de incienso y loureiro.
La devoción a Santiago como patrón de España quedó sellada en el año 1630 cuando Urbano VIII ratificó la antigua devoción jacobea. Tres siglos después, en 1919, las Irmandades da Fala declararon la fecha del 25 de julio Día Nacional de Galicia otorgando un acento laico que la autonomía preconstitucional oficializó en 1979 blindando el símbolo en el calendario estatutario.
Con el paso del tiempo, el 25 de julio se convirtió en una fecha que rebasa lo institucional. Es un día donde lo religioso, lo cultural y lo emocional confluyen en un mismo eje: el de una identidad construida sobre mitos compartidos. Porque más allá del santo y del patrón, la figura de Santiago ha sido faro, bandera y relato fundacional, uno de esos hilos que, sin ser visible, cose generaciones enteras.
Una leyenda con olor a sal y a incienso
La festividad se remonta a la Antigüedad tardía. Según la tradición, tras ser decapitado en Jerusalén, los discípulos de Santiago navegaron con sus restos en un “arca marmórea” hasta el puerto de Iria Flavia (hoy Padrón). Desde allí, un carro de bueyes —guiado, se dice, por señales divinas— condujo el cuerpo hasta un bosque de estrellas: Campus Stellae, -Compostela-. Ocho siglos más tarde, el hallazgo de la tumba (año 813) convirtió aquel confín del Imperio carolingio en uno de los tres grandes centros de peregrinación de la cristiandad.
La ciudad erguida sobre ese relato fue inscrita como Patrimonio Mundial en 1985 por la UNESCO que destaca que la ruta fue un “eje de intercambio de avances culturales” y motor de crecimiento urbano entre los siglos XI y XV. A través de sus rutas se difundieron estilos artísticos como el románico y el gótico, músicas litúrgicas, manuscritos y saberes que conectaron a Galicia con el corazón de Europa.
Por esos mismos caminos circularon especias, libros prohibidos, ideas ilustradas y exiliados. Lejos de ser un rincón aislado, Galicia actuó como puerto de entrada y salida de corrientes culturales, comerciales y espirituales que irrigaron el conjunto de la península.
Galicia y el Camino: un cordón umbilical con el mundo
El Camino de Santiago inauguró el programa de Itinerarios Culturales del Consejo de Europa en 1987. El peregrinaje, que entonces parecía un eco medieval bate ahora sus propias marcas históricas año tras año. En 2024 se entregaron casi medio millón de compostelas (499.239), un 12% más que el año anterior.
La Compostela es, al mismo tiempo, reliquia medieval y pasaporte contemporáneo. El incesante desfile de mochilas y acentos alimenta un universo creativo que se funde con la piedra barroca. En cada plaza resuenan lenguas cruzadas, gestos, cánticos, risas, ampollas y confesiones. El Camino no solo lleva cuerpos: transporta mundos. Se cruzan un canadiense que camina por su hijo, una coreana que busca silencio, un italiano que aprendió gallego en los foros. Vienen con credenciales, sí, pero también con cuentos, recetas, canciones, heridas. Y al llegar, Galicia no los traduce: los acoge. Porque aquí el milagro no siempre es religioso, a veces es humano. Y ese milagro se repite cada día, cuando cientos de caminos desembocan en un mismo abrazo.
Porque al final, lo que permanece no es solo el camino andado, sino el eco que deja. Y ese eco suena. Suena en las plazas y en los cascos antiguos, en los escenarios y en el pecho. Galicia no solo se pisa: se escucha, se canta, se escribe y se siente.
Latir en gallego, sonar en el mundo
El 25 de julio también invita a afinar el oído y repasar la huella gallega en el patrimonio común español. En la banda sonora, gaitas y autotune conviven sin conflicto. Las Tanxugueiras lo gritan claro: “non hai fronteira que pare unhapandeireta”. Baiuca convierte la muiñeira en pulsación electrónica. Xabier Díaz y las Adufeiras de Salitre hacen sonar esas mismas panderetas con acento de barrio y beat urbano. Carlos Núñez, como un juglar contemporáneo, lleva la gaita por los cinco continentes. Cada generación recompone el mismo código ancestral sin borrar su raíz.
La literatura vibra al mismo compás. De la morriña de Rosalía a la mirada satírica de Castelao; de los naufragios y las meigas de Manuel Rivas a los mundos posibles de Ledicia Costas. Dos lenguas, un solo latido. Galicia escribe como canta: con memoria, con pasión y con futuro
Galicia no se explica: se siente
Hace un siglo, la vida transcurría en torno a la lareira, el carro del país o la palloza; hoy las vacas lucen collares con GPS y las bateas se monitorizan por satélite. Pero el pulpo sigue cociéndose en cobre, las abuelas guardan la receta de la queimada y en muchas casas aún se escucha un “come, meu rei” que no necesita traducción. La emigración que llevó apellidos gallegos a Buenos Aires, La Habana o Caracas ahora regresa en forma de startups de biotecnología, documentales premiados o nómadas digitales que descubren el poder creativo del orballo
Por eso el 25 de julio desborda fronteras: porque Galicia no cabe en una sola. Ni política, ni lingüística, ni emocional.
La celebran quienes están, quienes se fueron y quienes vuelven con acento mezclado y alma entera.
Cuando los Fuegos del Apóstol tiñen de pólvora la fachada barroca y el Rey —o en su nombre el presidente de la Xunta— realiza la ofrenda al Apóstol bajo un mar de incienso, queda un murmullo ancestral que dice “Galicia nai e señora”. Porque la esencia —esa mezcla de morriña y valentía— sobrevive al 5G y al gemelo digital. La piedra canta, la gaita conversa con sintetizadores y el superordenador imagina mañanas, pero todos esos caminos desembocan en una misma certeza:
Galicia non é un recuncho: é un punto cardinal.
Ser gallego —ou galega— no es solo haber nacido entre montes verdes, en plazas de piedra o con el olor del salitre tatuado en nuestra piel: es una manera de mirar el mundo con los pies en la raíz y la frente en el viento. En algunos lugares, “gallego” es sinónimo de “español”; en otros, es un acento que se escucha antes de abrir la boca. Pero para quien lo lleva dentro, ser gallego no tiene traducción, un orgullo, un latido que no se jubila. Es llorar por dentro y brindar por fuera. Es recordar a los que se fueron y abrazar a los que vuelven. Y el 25 de julio todo eso se enciende, como un faro que recuerda que Galicia—aunque llueva, aunque duela— siempre está ahí, alumbrando y esperando.
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