ASÍ NO SE HACE
¿Riegas poco tus plantas para no ahogarlas? Lo estás haciendo mal y este es el motivo
Regar las plantas parece una tarea sencilla, pero hacerlo mal es más común de lo que crees. Muchas veces no es el exceso de agua lo que daña las raíces, sino la frecuencia con la que la aplicamos. Descubre el error más habitual y cómo solucionarlo para que tus plantas crezcan sanas y fuertes.

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Si alguna vez has notado que las hojas de tu planta se ponen amarillas, se caen o, peor aún, que la planta comienza a morir sin razón aparente, es muy probable que estés cometiendo un error que muchos pasamos por alto: no saber cuándo ni cuánto regarlas. Aunque solemos preocuparnos por no "pasarnos con el agua", la realidad es que tanto la frecuencia como la cantidad del riego son claves para mantener unas raíces sanas.
Uno de los mitos más extendidos entre los amantes de las plantas es que regarlas demasiado puede provocar que las raíces se pudran. Y sí, esto es cierto… pero con matices. Lo que suele dañar a las plantas no es solo la cantidad de agua, sino el hábito de regar con demasiada frecuencia y en dosis insuficientes. Así que si eres de los que piensa que mojar un poco cada dos días es lo correcto, es momento de que tomes nota. Marta Rosique nos comparte en su Instagram @planteaenverde, un vídeo explicándonos cómo se debe regar correctamente las plantas.

Riegos superficiales: un error más común de lo que crees
Es muy habitual que, por miedo a encharcar, terminemos regando solo un poquito cada vez. Esto provocaría los riegos superficiales que apenas hidratan la parte superior del sustrato. ¿Y qué pasa con eso? Que debajo, el resto del sustrato queda seco, creando zonas con poca o ninguna humedad. Como consecuencia, las raíces empiezan a crecer únicamente en la superficie, justo donde el agua llega con frecuencia, pero también es la zona donde se seca más rápido.
Esto genera un desarrollo desigual de las raíces y obliga a la planta a vivir con una inestabilidad constante en su acceso al agua. Las raíces más profundas no se desarrollan, y toda la vitalidad de la planta depende de una zona muy limitada y vulnerable. Esto provoca que la planta esté más débil, más expuesta a enfermedades y con alto riesgo de que sus raíces se pudran.
¿Cómo debe ser un buen riego?
Un riego adecuado es que el agua llegue a todo el volumen del sustrato, de arriba abajo, permitiendo que las raíces se desarrollen de forma homogénea por toda la maceta. Esto asegura una estructura sana, fuerte y equilibrada, capaz de soportar mejor la hidratación y los cambios de temperatura.
Y si ahora mismo estás pensando: "¿Pero no se va a encharcar?", tranquila. Regar bien no es dejar la planta nadando en agua. La clave está en el drenaje y en el control posterior. Después de regar, asegúrate de vaciar el cubremacetas o el plato donde haya caído el exceso de agua. Dejarla ahí durante horas, eso sí que puede hacer que las raíces se pudran por estar constantemente en contacto con humedad estancada.

¿Cuándo volver a regar?
No vuelvas a regar hasta que el sustrato esté seco. El truco para saberlo, es introducir un palito de madera (como uno de brocheta) en el sustrato. Si al sacarlo ves que sale limpio, es hora de regar. Si, en cambio, tiene restos de sustrato mojado, es mejor esperar unos días más.
Recuerda que es más importante regar bien que regar "mucho" o "poco". Con la cantidad adecuada, con la frecuencia correcta y asegurándote de que toda la tierra quede bien hidratada.
Una planta con raíces fuertes y bien distribuidas es una planta feliz. Cambia el chip, abandona los riegos superficiales y apuesta por hidrataciones completas. Tus plantas te lo agradecerán con hojas verdes, flores duraderas y un crecimiento saludable.
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