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FEMINISMO

Guía básica para reconocer a un hombre feminista

Trabajar por la igualdad de género va más allá de repetir grandes discursos y reflexionar sobre el tema en clave teórica. Hay numerosas conductas del día a día que nos demuestran que un hombre –ya sea en el entorno laboral, familiar, sentimental, sexual o afectivo– trabaja para alejarse de los roles impuestos tradicionalmente por el patriarcado.

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"Más que teorizar sobre nuestros privilegios, es importante saber buscar aquellos elementos cotidianos que nos sirven para articular una reflexión y provocar cambios: tomar conciencia de los privilegios a través de cuestiones concretas que nos lleven a un cambio de subjetividad y, por tanto, a modificar también nuestro comportamiento", explica Miguel Lázaro, vicepresidente y cofundador de Masculinidades Beta, una asociación feminista de hombres y mujeres que trabajan para, en palabras de Lázaro, "Aprender a ver esas cosas que a los hombres se nos entrena desde pequeños para no ver". Si observamos nuestro día a día y analizamos las relaciones que mantenemos con hombres en los diferentes ámbitos de nuestra vida, nos daremos cuenta del machismo –a veces sutil y otras descarado– presente todavía de forma transversal. También veremos, probablemente, que algunos hombres empiezan a adoptar una serie de conductas, como es el caso de todas estas, en pos de la igualdad de género.

No está obsesionado con tus genitales (ni con los suyos)

La sexualidad centrada en la genitalidad y el coitocentrismo es una conducta típica de muchos hombres aprendida del porno. "Entender que la sexualidad va más allá de los genitales y que todo nuestro cuerpo nos puede proporcionar placer, desde los hombros a los brazos o las piernas, los susurros, etc., es fundamental para una sexualidad mejor, libre de presiones. Existe una erótica que va más allá de la sexualización y cosificación a la que estamos acostumbrados y a la que solemos aproximarnos con cierta ansiedad", explica Lázaro, quien explica que desde Masculinidades Beta se promueven una serie de talleres de sexualidad para revisar estas conductas.

Te hace preguntas en la cama

"A los hombres se nos enseña a demostrar todo el rato que somos unos buenos amantes, que sabemos bien lo que hacemos y, por tanto, no preguntamos", explica Lázaro. "Una señal de que un hombre ha revisado este tipo de cosas es que no tiene miedo de reconocer que no sabe, que acepta que a sus diferentes parejas sexuales, ya sean hombres o mujeres, les pueden gustar cosas diferentes, y por tanto no tiene reparo en preguntar porque sabe que no hay que dar por hecho que a las mujeres les gustan determinadas cosas que en muchas ocasiones hemos aprendido en el porno".

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No está obsesionado con los orgasmos

Muchas mujeres se quejan de que sus parejas sexuales se toman el sexo como una carrera de obstáculos en que el objetivo final es proporcionar un orgasmo. Es una actitud que en un principio puede parecer considerada o feminista, pero que esconde en realidad unos patrones de género evidente. "La figura del hombre como proveedor de orgasmos es también fruto de una manera nociva de entender la sexualidad: todavía muchos hombres creen que su calidad de amantes viene dada por la cantidad de orgasmos que provocan. Entender que puede haber buena sexualidad también, en ocasiones, sin orgasmos, es una manera de salir de los estrechos mandatos de la sexualidad heterosexual hegemónica", explica el vicepresidente de Masculinidades Beta, quien insiste en que abandonar ese marco conceptual reporta un montón de beneficios.

Se calla

El hecho de que la mujer haya ocupado siempre el espacio privado, mientras que el espacio público ha sido y sigue siendo tradicionalmente masculino, se refleja en numerosas conductas aprendidas típicas del día a día. El hombre tiende a ocupar, pues, tanto el espacio físico como el discursivo, mientras que las mujeres tenemos tendencia, en líneas generales, a renunciar a él sin darnos cuenta. "Es necesario que hagamos un esfuerzo consciente de callarnos", explica Lázaro. "Estamos acostumbrados, y de hecho hemos sido educados para ello, para decir cualquier cosa que se nos pase por la cabeza, de manera que ahora lo que toca es esperar a ver si son otras personas las que hacen las aportaciones, y entender que nuestra opinión no es tan importante como creemos", explica Lázaro. "El hecho de que muchas mujeres sigan sintiendo un síndrome de la impostora en determinados entornos, que tiendan a callarse, a no expresar a sus opiniones por miedo a que se minimice su aportación, solo puede diluirse si nosotros aceptamos que no es cierto que nuestra opinión merezca ser escuchada y expresada".

No ocupa todo el espacio

Además del espacio discursivo, el hombre ha sentido tradicionalmente usuario único del espacio público, del que sigue sintiéndose dueño. Esto se refleja en numerosos aspectos: "Desde la apropiación de las calles para celebraciones típicamente masculinas, como las victorias deportivas, al uso masculino de las plazas para tomar algo, quitarse las camisetas en el espacio público... y una serie de conductas que indican posesión, la creencia de que lo público es nuestro", señalan desde Masculinidades Beta. Estas conductas, muy visibles en espacios como el transporte, son un claro ejemplo de hombres que no han revisado sus privilegios y, por tanto, siguen haciendo uso de ellos con todas las consecuencias.

No las prefiere discretas

"Los hombres solemos sentirnos intimidados ante mujeres que tienen carácter y personalidad y solemos sentir una resistencia a aceptar que las mujeres pueden comportarse de forma típicamente masculina. Se nos ha entrenado para preferir a una mujer discreta, con presencia únicamente en el ámbito privado", continúa Lázaro. Esto significa que muchos hombres se sienten aún incómodos ante una mujer que gane más dinero que ellos, que sea más valiente o más emprendedora, un mensaje que se refuerza en los espacios típicamente masculinos. "En estos foros a menudo se emiten mensajes como que las mujeres son unas lanzadas, o unas marimachos o unas frescas", continúa Lázaro.

No se ofende cuando le señalas un privilegio

Es habitual que al señalar un privilegio a muchos hombres les cueste aceptar que lo es, a menudo porque su propia posición de poder no le permite verlo. Es habitual que recurra al "not all men" o a relatarte todas las veces que él también se ha sentido menospreciado en otros entornos, argumento que no hace más que debilitar el tuyo. Si no es capaz de escuchar atentamente y empatizar ante el privilegio que le señalas, probablemente no sea feminista por más que en su fuero interno se crea que sí. "Admitir los propios privilegios y renunciar a ellos es el primer paso para vivir en un mundo más igualitario", concluye Lázaro.

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