Fusión por todo lo alto
Mexsia, sushi a ritmo de mariachi
Mexsia, con una cocina que no es mexicana ni tampoco asiática, marca en Santander el modelo a imitar para los restaurantes creativos. Las ostras con salsa de tomatillo y cilantro o los rollitos vietnamitas de pato gritan a la vez una única consigna: globalización.
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Estaba a punto de comer por primera vez en Mexsia (restaurante que se llama así en un arrebato lingüístico por fusionar México y Asia, según una antiquísima tradición patria a la que son muy aficionados en las autoescuelas y en las fruterías, donde si el marido se llama Pepe y la señora Asunción, pues el establecimiento se bautiza como Frutas Asunpe o Autoescuela Pesun, y a cascarla, que ya le podrá el vecindario a la tienda el sobrenombre que le venga en gana), y sentado allí, consultando la carta, donde todos los platos mezclan –efectivamente- lo mariachi con lo samurai, me di cuenta de que mientras leía y sopesaba la comanda no me podía quitar de la cabeza la imagen de Alberto Kenya Fujimori.
Me sentí bastante idiota, y también frustrado, al verme incapaz de encontrar otro referente latinoamericano con raíces orientales más allá de aquel menudo expresidente del Perú, sin ningún otro atractivo pop que su pelo de playmobil cuadrado e invariable. Me exprimí las meninges, pero solo pude añadir a Gastón Acurio, igualmente peruano, e igualmente hermanado con Asia, solo que a través de su aventura gastronómica (según he leído, porque no he probado nunca nada salido de su cocina, la verdad). Renuncié, pues, a tirarme el moco delante de mis amigos, con cierta rabia de mí mismo.
Llegó una de las camareras, de apariencia mexicana, como casi todas las demás, y elegimos varios platos para compartir. Al cabo de unas semanas regresé, y probé algo más de su variada lista de viandas transoceánicas.
Después de ambas expediciones puedo afirmar que Mexsia, abierto hace apenas tres meses en pleno centro de Santander bajo las filosofías conjuntas de Gastón y Asunpe, constituye un ejemplo de por dónde ha de tirar la restauración española para capear la crisis económica general, por un lado, y la crisis de identidad particular que propició el frenesí culinario de los alegres años dosmil, cuando si algún ingrediente o alguna descripción le sonaban al comensal de algo, esa familiaridad respecto a lo que anunciaba la carta significaba que el cocinero era un rancio, un amago, un ignorante de la nueva revolución. Hasta hace bien poco, amigos, en este país se cobraban, demasiado a menudo, unas minutas impresentables por largos menús degustación en base a un único concepto: la confusión total. El comensal (a menudo un esnob) se sentía como un pato mareado por las manos de un engolado metre, cuyo recitado de conceptos vanguardistas no entendía ni dios. ¿Cuántas veces has acabado una comida en un presunta estrella Michelín sin tener ni puñetera idea de lo que te habías zampado, y con cierta sensación de pirotecnia? ¿Cuántas veces has intentado explicarle luego uno de esos menús complejísimos (al menos en su definición) a tus amigos o a tu moza, y te has descubierto incapaz de describirlo, más allá de un paupérrimo: “Todo riquísimo, oye, unas cosas superoriginales”?
Pues a eso lo llamo yo “comerte un Fujimori”.
En Mexsia, sin embargo, no te acabas tragando a ningún expresidente peruano de apariencia exótica con más afán de amasar posteridad y fortuna que de servirte. No. Mexsia es un restaurante moderno y de precio asequible que se han inventado los propietarios de un restaurante efectivamente galardonado con una estrella Michelín: Annua, sito en San Vicente de la Barquera y dirigido por Óscar Calleja.
Calleja y su equipo siguen aquí la versión modesta del camino que en Madrid ha marcado David Muñoz con su StreetXO. Por unos 30 euros pruebas cosas desconcertantes. Yo aullé con las ostras Mexsia, donde al bicho, criado en la susodicha localidad costera, le añaden una salsa de tomatillo verde y cilantro que la transforma en un pequeño Speddy Gonzáles submarino. O con los rollitos de pato vietnamita con menta, acompañados por una cristalina salsa de mirin y vinagre de arroz, tan pequeños como delicados. Un auténtico bocado de cardenal, si algún cardenal católico hubiese viajado alguna vez hasta aquellos mares a evangelizar entre los campos de arroz.
En Mexsia, amén de comer, pruebas; te sientes un poco Marco Polo. Algo que hasta hace bien poco parecía reservado a los menús degustación de cien euros. Su cocina, que acaba por no ser ni mexicana ni oriental, sino otra cosa igual y distinta a la vez, combina las dos características que han revolucionado la cocina española en las últimas décadas: tecnología y globalización. Pero la actitud es sencilla, el precio moderado, el planteamiento, grupal: raciones para compartir. Quizá su única pega sea ésa, que funciona mejor para ir dos o tres personas que para sentarse cuatro o cinco, pues en algunos casos la cantidad de comida en el plato tiene más de minimalismo japo que de banquete azteca. Pero es una pega ligera, porque hablamos de un sitio donde, además de disfrutar comiendo, te diviertes.
Si actualiza con frecuencia su carta y no renuncia a su ambición, Mexsia no tardará en convertirse en un modelo al que le saldrán pronto imitadores, de la misma forma que la primera Autoescuela Stop le apareció al poco un duro competidor con la Autoescuela Paso de Cebra, cuyo cartel además era más largo. Ojalá todos los cocineros con negocios enfocados hacia las clases altas intenten probar, ahora que el país se ha empequeñecido, con restaurantes de capricho para los que aún nos pretendemos clases medias. Quién sabe, quizá en breve conozcamos un Chitalia, o un MarroqUSA, o incluso un Fujiespaña al que le caiga una demanda de la empresa fotográfica por pasarse de agudo con el nombre. Entretanto, ya sabéis dónde encontrar algo de creatividad buena, bonita y barata.
Mexsia. Gandara, 3. Santander. Precio medio: 30 euros.
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