De 'hits' de King África a Celine Dion
Diez canciones que no mola nada que suenen en un restaurante
Una lista de los horrores que puede sonar en cualquier restaurante, en cualquier momento, en cualquier lugar... Pero, ¿no había más opciones, hombre de Dios, que calzarme a Coyote Dax o La Barbacoa de Georgie Dann?
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En el restaurante de un barco / My Heart Will Go On
Todos estaremos de acuerdo en que si uno se encuentra de crucero por el Mediterráneo, el Caribe o cualesquiera otras latitudes soleadas del planeta, lo último que desearía escuchar en el restaurante del barco sería el tema principal de la banda sonora de Titanic. Daría como mucho repelús, ¿no es cierto? El problema que muchos tenemos con este súper hit de la canadiense Celine Dion (entre ellos, los lectores de la revista Rolling Stone, que la votaron como una de las peores canciones de los 90) es que nos produciría idéntico espanto escuchar este monumento a la cursilería en cualquier otro contexto o circunstancia. Y ya pueden quejarse sus fans, que nos importa un bledo que ganara el Oscar a la mejor canción y varios premios Grammy.
En una 'trattoria' / Tutta forza
En un sketch estupendo de 'El peor programa de la semana' (emisión de culto que dirigieron los hermanos Trueba en TVE en los 90), un equipo de investigadores científicos concluye que Luis Cobos carece del más mínimo talento propio. Para los más despistados, quizá convenga aclarar que la víctima de la parodia es un famoso director de orquesta que vendió millones de discos en los 80. Su melena lacia y su bigote grueso lo hicieron tan reconocible como la fórmula de su éxito: unos popurrís vergonzantes de piezas clásicas adaptadas para todos los públicos. Si se halla usted en una trattoria y tiene la desgracia de escuchar Tutta forza, del álbum Tempo d’Italia, tápese bien los oídos. Sepa, además, que es muy posible que la comida tenga lo mismo de italiana que la recreación del puente de Rialto en el Strip de Las Vegas y la misma originalidad que el propio Cobos.
En un Hard Rock Café / Callin’ Elvis
El placer de comerse una hamburguesa rodeado de objetos de coleccionismo propios de un museo del rock and roll, como una guitarra de Jimmy Hendrix, un traje de Elvis o un par de gafas de pasta de Buddy Holly, puede irse al traste por culpa de una mala selección musical. El bajonazo alcanzará proporciones bíblicas si al desaprensivo disc jockey se le ocurre pinchar Callin’ Elvis, de Dire Straits. Los que en algún momento de nuestra adolescencia fuimos fans de la banda (por mucho que nos duela reconocerlo, fuimos unos cuantos), recordaremos que fue con este tema cuando nos dimos cuenta de que eran realmente unos pesados. Aunque la canción es muy mala, el vídeo musical era una maravilla: un homenaje a las marionetas de la serie británica de los 60 y 70 The Thunderbirds, en el que además de la música solo sobraba el muñeco de trapo del plasta de Mark Knopfler.
En un vegetariano / Simply Irresistible
Sirva de introducción aclaratoria que Robert Palmer mola y mucho. No cualquiera es capaz de grabar temazos como Addicted to Love o la canción que nos ocupa, que le dieron gran notoriedad en los 80. Entonces, se preguntarán la mayoría lectores, ¿por qué demonios figura una de sus canciones en una lista como esta? Para obtener la respuesta bastaría con ver el fantástico vídeo clip de Simply Irresistible, considerado por la crítica especializada como uno de los iconos de una industria creativa que para muchos alcanzó su máximo apogeo aquellos años. En él, el cantante británico aparece rodeado de bellas modelos con cara de porcelana y siluetas de infarto. La sucesión de miradas seductoras, escotes sugerentes y sensuales movimientos de caderas constituye toda una invitación a la carne. Y ya sabemos que no es precisamente eso lo que vamos a encontrar en un vegetariano.
En un asador / La Barbacoa
Quien haya prestado un mínimo de atención a los estribillos de las canciones de Georgie Dann, estará de acuerdo conmigo en que el francés no nació para emular el ingenio de Petrarca. Rimas facilonas, humor verduzco e insufribles ritmos caribeños son los rasgos distintivos de un hombre que, en todo caso, nació para torturarnos los veranos. Conviniendo de antemano que nunca hay un buen momento para oír a Dann, permitir que suene La Barbacoa en un asador puede tener consecuencias catastróficas. De entrada, los comensales presentes no podrán volver a probar una parrillada durante una buena temporada por la ya insalvable asociación con la canción. Para rematar, el restaurante quedará herido de muerte: es seguro que ninguno de los clientes damnificados se atreverá a volver a pisar el local ni a recomendárselo siquiera al peor de sus enemigos.
En una hamburguesería / Achy Breaky Heart
Aunque el nombre de Billy Ray Cyrus no les resulte demasiado familiar, este hombre debería ser mundialmente reconocido como el Stephen King de la música. ¿Y por qué?, se preguntarán. Pues por la sencilla razón de que es el creador de dos engendros dignos del mejor catálogo de monstruos. Ambos datan de 1992, año terrorífico en el que vieron la luz su hija Miley Cyrus, sobre la que huelga hacer cualquier tipo de comentario, y el insufrible y machacón Achy Breaky Heart, su primer y único éxito como cantante de country. Presten atención, por favor, los dueños y encargados de cualquier hamburguesería. Si compran un recopilatorio de country con la idea de amenizar el local, comprueben que la canción de Billy Ray no figura entre la selección. Si en algún momento llegara a sonar, sepan que es una invitación ineludible a dejar de comer, levantarse y enfilar la puerta de salida.
En una taquería / No rompas mi corazón
Un mexicano llamado Coyote Dax logró en 2001 dos hechos insólitos: que después de casi una década alguien se acordara de que Billy Ray Cyrus había sido cantante —por entonces, y aún hoy, se ganaba la vida como actor de series juveniles— y, lo más asombroso, ¡que hasta lo añoráramos! La versión en español de Achy Breaky Heart, llamada No rompas mi corazón, produce tanta grima o más que su predecesora, con el agravante de una inefable coreografía que se propagó como un virus por pubs y discotecas. Por la estética de cowboy latino de Dax, a lo Pasión de gavilanes, y por el enorme éxito que tuvo su canción, no resulta descabellado que pueda sonar en una taquería. Si sucede, cierre los ojos. De lo contrario, será testigo de cómo el local se transforma en una pista de baile y de cómo la gente es capaz de disfrutar haciendo el más espantoso de los ridículos.
En un sitio romántico / I’m Gonna Love You Just a Little More, Baby
Imagínese que ha preparado con esmero una cita romántica en un coqueto restaurante con la idea de que el colofón de la noche sea una formidable sesión de gimnasia amatoria. Pues bien, por improbable que parezca, Baby I´m Gonna Love You Just a Little More, Baby podría arruinarle la cena que había programado a la luz de las velas. Si la música de Barry White está unánimemente considerada como la mejor banda sonora para los placeres de la alcoba, esta canción es directamente una incitación a encamarse. Si suena en mitad de la cena, lo más natural es que usted y su conquista pidan inmediatamente la cuenta y se marchen apresuradamente. Aunque aún no les hayan servido ni el segundo plato.
En un restaurante argentino / La Bomba
Una de las peores torturas que puede sufrir la mente humana es que se te pegue la canción del verano. Lo ilustra de manera elocuente la excelente y disparatada serie de animación Historias Corrientes. En el capítulo en cuestión, uno de los dos protagonistas (una pareja de jóvenes 'losers' de manual compuesta por un mapache y un pájaro azul) enloquece hasta la neurosis por culpa de un viejo hit estival. La canción sale finalmente de su cabeza y cobra vida en forma de cinta de cassette andante hasta que es aniquilada por el dúo y sus amigos. En la vida real, no se me ocurre una canción más odiosamente pegadiza que La Bomba de King África. Escucharla en un restaurante argentino, además de ser una muestra de la peor música del país, puede arruinarle a uno la comida y el resto del día.
En una pastelería / Sopa de amor
Pegarse un atracón de pasteles suele producir entre aquellos que luchan por cuidar la línea un terrible sentimiento de culpa. Algo parecido les ocurre a quienes, como yo, reconocen públicamente que les gusta esta canción con la que Antonio y Carmen, los hijos mayores de Rocío Dúrcal y Júnior, hicieron sus primeros (y yo diría que últimos) pinitos en el mundo de la música cuando apenas eran unos críos. Grabado a principios de los ochenta, el tema destacaba por su pegadiza fuerza pop, pero patinaba por culpa de una letra que es pura melaza. Combinar ambos placeres culpables, canción y dulces, en una pastelería puede provocar una tremenda sobredosis de azúcar con consecuencias dramáticas, especialmente en el caso de los diabéticos.
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