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Calentar y ¡listo!

Diez pistas para reconocer un restaurante de quinta gama (sin cocina)

Platos exquisitos, creaciones atractivas, diseño majo… el restaurantazo en el que estás comiendo puede tener todos estos atributos… y no disponer de cocina. Increíble, pero cierto. Bienvenido al universo de los restaurantes de quinta gama.

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Empecemos por el principio: lo de quinta gama no tiene nada que ver con la calidad del producto. Es decir, no es el quinto escalafón de una clasificación en la que “primera gama” sería lo mejor. Tiene que ver con un modelo de restauración en la que el restaurante compra los platos ya envasados y, como en el anuncio, ¡a calentar y listo! Un magret de pato con arroz basmati aparece ante tus ojos en cuestión de segundos. No ha sido cocinado en el restaurante (que quizá no tenga ni fogones), sino que ha llegado preparadito en versión ración individual, ha estado un ratito en el microondas y ahora aparece humeante ante tus ojos…

El magret puede estar buenísimo, de órdago, de quitarse el sombrero, pero lo cierto es que uno no puede evitar sentir un extraño escalofrío ante este modelo de restauración en el que se ha prescindido de lo que se supone que es lo primordial: la cocina. Aquí te damos diez pistas para descubrir si el restaurante en el que estás comiendo es de quinta gama.

- Una carta interminable. Como si la hubiera escrito Ken Follet. Hay 40 entrantes, 20 propuestas de carne y 20 de pescados. No te preocupes, da igual que no sea temporada de sardina. Si aparece en el menú, la tienen. Nunca hay bajas.

- Un servicio supersónico. Aún no has terminado de decir “risotto de boletus” y ya lo tienes en la mesa. Es posible que entre los camareros y el personal de “cocina” haya conexiones telepáticas, porque no te explicas cómo pueden ser tan endiabladamente rápidos. ¡Ah, que llevan pinganillo! Acabáramos.

- Diseño lujoso, pero de broma. Dorados, drapeados, sillones Chester. Son sitios en los que el diseño va de la mano de la comida. Eso sí, no es mobiliario resistente. Antes solían abusar mucho del metacrilato pero ahora van con la moda y prefieren copiar sin reparo al Balthazar de Nueva York, pero con cuatro perras.

- Precios “psicológicos”. Fíjate bien en la carta. Verás un montón de referencias que están a 9,99 euros. Evitan los dos dígitos por todos los medios. Se trata de que el cliente tenga la sensación de que está comiendo bien a un precio más que razonable, cosa que, ojo, suele suceder. Al César lo que es del César.

- No admiten reservas. No las necesitan. Siempre están llenos. Los fines de semana es un locurón en el que se mezclan jóvenes parejas, hordas de turistas y grupos de amigos que con un billete de 20 euros en la mano juran no volver a pasar hambre nunca. ¡Gracias, quinta gama!

- El olorcillo. “Me encanta el olor del napalm por la mañana”, decía el teniente Kilgore en Apocalypse Now. Si el milico de la peli de Coppola comiera habitualmente en un quinta gama, cambiaría de aroma favorito. Todo huele igual siempre, es un olor característico y que te llevas metido en la pituitaria. Si te vendaran los ojos, te costaría decir si tienes ante ti un plato de pasta o un bacalao. Esto sí que es cocina que engaña a los sentidos.

- Salsa, salsa, y más salsa. No falla. Los pescados y las carnes casi nunca vienen desnuditos. Llegan empapados en salsa. Y, sí, es más que probable que la del salmón y la del solomillo sean la misma. Pruébalas y verás.

- Postres chiripitifláuticos. Perlas de chocolate, lujuria de praliné, delirios de merengue… los postres (que suelen estar buenos, todo hay que decirlo) buscan apabullar, son barrocos en la forma y en el fondo. Con mucho, lo más caro del local, porque suelen andar sobre los 4 o 5 euros, cuando un plato de ternera solo cuesta 9,99…

- Sobremesa: misión imposible. No hay posibilidad de alargar la velada tomando el café. A las puertas se agolpan multitudes en plan The walking dead para decirte que, venga, que hay que levantar el culo. Si ni por esas te das por aludido, un camarero, probablemente oriental, fijará tu mirada en ti hasta que te levantes.

- Busca la cocina. Si después de todo lo anterior, aún tienes alguna duda, ya sabes lo que toca: con el pretexto de acudir al baño, intenta localizar la cocina. ¿No lo has conseguido? Pasa al plan B: dile al camarero que quieres felicitar al chef. Empezarán los sudores fríos, las conversaciones por lo bajini y, al final, te presentarán al encargado, un señor en traje que tiene pinta de no haber tocado una sartén en su vida. Bienvenido al mundo de la quinta gama.

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