'La Danza de la muerte' de Verges

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TRADICIÓN DE LA EDAD MEDIA

El municipio girondense de Verges representa su 'Danza de la Muerte'

Esta tradición se remonta a la época de la peste negra y se recuerda con diez esqueletos que la noche de Jueves Santo bailan al ritmo de un timbal para recordar que nadie está libre de morir.

El pequeño municipio gerundense de Verges es escenario cada Semana Santa de una joya histórica: una danza de la muerte que se conserva desde la Edad Media, cuando se asociaba a las epidemias de peste negra, en la que diez esqueletos bailan al son de un timbal para recordar que nadie está exento de acabar sus días en este mundo.

El escenario, clave para esta macabra puesta en escena, es la de un municipio de origen medieval de poco más de un millar de habitantes, en la provincia de Girona, con una plaza clásica rodeada de callejones estrechos, iluminados por la luz de antorchas. La danza, que tiene lugar de noche cuando la oscuridad proyecta las sombras de los esqueletos, forma parte de una procesión, pero es el rasgo diferencial que genera la afluencia de miles de curiosos.

El simbolismo impregna todo el ritual, en el que diez esqueletos recorren las calles de Verges al ritmo de un timbal, que emite un sonido sordo que intensifica este encuentro con la muerte y que coincide con ciertos toques de difuntos propios del lugar. Cinco de ellos, tres adultos y dos niños, acompañan a los que participan en la danza e iluminan la escena con las antorchas que portan en la mano.

La pieza clave son los esqueletos que bailan, dando unos saltos acompasados sin floritura alguna, que despliegan una serie de mensajes relacionados siempre con la muerte. Uno de ellos, adulto, muestra una guadaña en la que aparece la inscripción latina "Nemini Parco", que avisa de que la muerte "no perdona a nadie".

Tras éste, otro esqueleto, que ejerce de eje central de la danza, enarbola una bandera en la que el público puede leer "Lo temps es breu" (El tiempo es breve). Los otros tres personajes son niños, dos de ellos con cuencos que contienen cenizas para recordar el fin que le espera a cualquier persona. Uno de ellos porta un reloj sin agujas y, en su coreografía, señala a cada salto una hora aleatoria para remarcar que la muerte es libre de dar cita en cualquier momento.

Los cinco que danzan visten maillot negro sobre el que se ha dibujado un esqueleto y, en la cabeza, lucen un casco en forma de calavera; los otros cinco van ataviados con una túnica negra y una capucha lila, con guantes y zapatillas negras con huesos pintados e, igualmente, coronados por una calavera. Una procesión de Semana Santa tan vinculada a la tradición macabra está relacionada con los episodios de peste negra, pero mantiene reminiscencias de antiguos ritos ancestrales de culto a los difuntos.

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