Cansados a primera vista

Anoche, mientras veía a las dos parejas de recién casados iniciar su aventura en común, en mi cabeza sonaba la voz aguardentosa de Joaquín Sabina y su “yo quería quererla querer, y ella no.” Ayer los contrayentes se enfrentaban al embolao de la boda, y me llamó la atención que, a pesar de las diferentes personalidades de cada uno, la actitud y el comportamiento de los dos hombres y las dos mujeres resultó idéntica entre sí. Ambos recibieron a su flamante novia regalando “guapas” y “preciosas” y “québonitaestás” como si les hubieran emparejado con un ángel de Victoria’s Secret. Daba igual cómo fueran físicamente. Daba igual si la compatibilidad era del 80% o del 1%, o si una miraba al novio como quien cambia un pañal cagao. Podían haber sustituido a la novia por un calabacín clavado en un palo que los dos groupies del amor hubieran seguido sonriendo pletóricos, y piropeando sin descanso.

…Por desgracia las novias no estaban dispuestas a dejarse querer-querer. Llegaron blancas y radiantes al hotel, paraíso de la horterada suma, de sábanas regadas de pétalos, y decoradas con dos toallas enrolladas que formaban una pareja de cisnes cuyo cuerpo, redoble de tambor, representaba un corazón. Seguro que en el cajón de la mesita de noche había un par de bolsitas de papel para vomitar, como en los aviones.

El show parecía ir viento en popa hasta que las novias se enfundaron el vestido nupcial. Entonces les pasó como al gitano del chiste aquel, que se puso un tricornio y le entraron unas ganas enormes de repartir hostias a toda su familia. Al verse en el espejo, se apoderó de las novias el brusco aterrizaje en la realidad. Se negaron a besar a su adulador y recién estrenado marido, y a hacer el más mínimo intento por disimular una situación irreal que, claramente, aborrecían.

Una concursante, a quien le tocó en suerte al belga, celebró su noche nupcial enviando a su marido al sofá con autoridad marcial, mientras él, en pelota picada, deshacía el cisne de algodón blanco y se lo enrollaba alrededor de la cintura para disimular su impotencia. La otra, emparejada con un sosias de Ross, el de Friends, optó por cogerse una cogorza monumental y perrear con los amigos del novio arrimando cebolleta cosa mala, a la vez que su suegra le reprendía el comportamiento mientras, en una esquina, una amiga del novio le declaraba in-extremis su arrebatado amor no correspondido desde la EGB. De traca.

Cuentan que ahora queda la convivencia diaria y el viaje de bodas. No sé si la chispa que surgirá será la llama del amor, o la de la pólvora de una batalla que a, tenor de lo visto, se antoja cruenta. Que empiece el espectáculo.