Publicidad

Ángela Becerra ha presentado su nueva novela, 'Memorias de un sinvergüenza de siete suelas', una denuncia a la doble moral en la que se llevan los sentimientos a su máximo exponente.

Tiene la cara cansada, lleva todo el día concediendo entrevistas, o quizá es que sus personajes, esos que "están conmigo hasta cinco meses después de haber terminado la novela" y a los que luego echa de menos, le han transmitido parte del agotamiento de pasarse toda una vida amando y odiando, casi a partes iguales, y buscando un fin que no saben si llegará.

La ciudad elegida para la trama es Sevilla, "una ciudad de contrastes" donde los azahares, la música, el incienso y el flamenco "potencian todos los sentidos".

Esta colombiana de rizos de oro dedicó veinte años a la creación publicitaria antes de que, por suerte para sus lectores, se pasara a la literatura, un arte que le ha hecho publicar ya seis novelas. "La literatura me lo da todo", confiesa. Dice no necesitar nada más allá de sus personajes, quienes le dan calor y siente que le calientan cada día que pasa con ellos.

"La novela es un ente que empieza a caminar y tienes que dejarla ir". Precisamente, es esa libertad la que le permite, como por arte de magia, que los simbolismos se reproduzcan inteligentemente por toda la obra.

Un sauce llorón que acompaña en la soledad a la protagonista, de nombre Alma, y no elegido al azar, y que "ayuda a que esa desolación sea mucho más fuerte"; una ciudad sumida en la oscuridad a las dos de la tarde para despedir a su mayor galán, o el pavo real, símbolo de la inmortalidad en la cultura hindú, que guarda una relación con la inmunidad de su protagonista ante el veneno que le suministran.

Se le escapa una pequeña sonrisa, una mueca de felicidad cuando es preguntada por sus personajes. Tanto es el cariño que les coge que les resucita en sus siguientes novelas, no a todos, pero un pequeño acto, en un pasaje en el momento menos esperado, les hace revivir y volver a estar cerca de su creadora.

Lo mismo ocurre con las manecillas del reloj, uno de sus elementos fetiche. No hay reloj en las obras de Becerra que tenga manecillas o marque la hora. Pero no es la única 'manía', si puede llamarse así, de esta colombiana afincada en España. Siempre cuenta con la imagen de un vagabundo o un ilustrado que, aunque su presencia es efímera, su reflexión sobre la vida resulta casi necesaria.

"La literatura me da la palabra para poder manejarla". Este poder que le concede un papel en blanco y un teclado de ordenador, le permite crear a personajes que van a marcar a sus lectores y con quienes éstos se van a identificar. Un poder con el que, en 'Memorias de un sinvergüenza de siete suelas', va a denunciar la doble moral de la sociedad y va a presentar los extremos más puros del amor y del odio.

Publicidad