VUELVE AL TEATRO Y CON UN LIBRO
Sergio Peris-Mencheta vuelve al trabajo tras un diagnóstico de leucemia y trasplante de médula: "Pierdes el respeto a la muerte"
Sergio Peris-Mencheta vuelve con nuevos proyectos que muestran una faceta más personal y reflexiva tras haber luchado con una leucemia.

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El actor Sergio Peris-Mencheta vuelve con fuerza al universo teatral con la dirección de Blaubeeren coincidiendo con la publicación de su primer libro 730 días, un testimonio con el que reconstruye el proceso y diagnóstico de su leucemia y cómo ha transformado su manera de mirar a la vida y a la muerte.
"Cuando le ves las orejas al lobo, pierdes el respeto a la muerte", dice Peris-Mencheta, con cierta ironía al presentar 730 días, un libro de autoayuda, afirma rotundo, en el más estricto sentido de la palabra.
Peris-Mencheta fue diagnosticado hace dos años de leucemia aguda mielodisplásica que le obligó a someterse a un trasplante de médula (donada por su hermano) y a un duro tratamiento de quimio y radioterapia que le ha provocado secuelas por las que, aunque limpio de enfermedad "siempre hay posibilidad de recaer", toma más de 20 pastillas diarias.
Su objetivo con 730 días, además de ayudar a otras personas que pasen por lo mismo -cuenta- era hacer las paces consigo mismo, preso del síndrome del impostor que le ha acompañado toda la vida "al considerarme un farsante, un vende motos" como jugador de rugbi, como actor, director e incluso como padre.

Un ajuste de cuentas con su autoexigencia y su infravaloración, confiesa que el libro ha servido para destapar sus inseguridades y una sensibilidad que no se permitía mostrar.
Recuerda que su primera reacción ante la falta de esperanza que le dieron en el hospital Función Jiménez Díaz (Madrid) fue optar por métodos alternativos a la medicina tradicional, "por fuera estaba mejor que nunca, por dentro, no".
Fue Penélope Cruz quien le puso en contacto con un médico de la Paz, que le convenció para que iniciara el tratamiento convencional, que finalmente realizó en Estados Unidos, donde ha vivido durante los últimos años, "no porque fuera mejor, hubiera recibido el mismo aquí, es que no había tiempo, y mi seguro médico me cubría" el coste de cuatro millones y medio de dólares.
"En España hubiera costado lo mismo, lo que pasa que la seguridad social no nos envía las facturas para que veamos la inversión, que debería", apunta.
Su mayor obsesión en ese momento no era desaparecer, era dejar a su mujer, Marta, y sus hijos "tan pronto y tan pequeños".
En este proceso de sanación, detalla que permanentemente le duelen cosas, siente náuseas, mareos o picores que le hacen recordar el aquí y ahora.
"Tocaba parar", para conectar consigo mismo y su entorno, "respirar y tomarme las cosas con tiempo, escuchar y escucharme; para ver a mis hijos y estar con ellos de otra manera", admite.
El camino por este proceso le ha llevado a restar importancia a determinadas cosas y por eso se permite exponerse en el libro, donde revela que sufrió malos tratos de su padre -al que dedica el manuscrito- que también los sufrió.
"He podido convivir con el miedo y un amor increíble. Mi padre era la persona a la que más he querido y sé que él a mi también". Por ello, uno de sus máximos temores era continuar con ese patrón cuando iba a tener su primer hijo, "pero rompí la cadena", afirma satisfecho.
Instalado definitivamente en Madrid señala que Hollywood se ha convertido en un lugar "incómodo", por la llegada de Trump y la falta de incentivos fiscales, y reconoce que ya no puede hacer las mismas cosas que antes como actor ni tiene ganas de volver a personajes de acción, "quiero dejar el caballo y la espada".
De momento, vuelve a la dirección con Blaubeeren, un texto del dramaturgo Moisés Kaufman y la guionista Amanda Gronich que reconstruye a partir de 116 fotografías la vida en Auschwitz, en la que no aparece ni un solo preso, realizado por Karl Hocker, teniente adjunto a uno de los comandantes del campo.
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