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Fue una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia.  Un seismo de 7, 1 grados, con epicentro a 15 kilómetros de la capital del país Puerto Príncipe, provocaba más de 222.000 muertos y 250.000 heridos.

La tragedia dejó sin hogar a cientos de miles de personas. La Comunidad Internacional se comprometió a ayudar a Haití con 4.000 millones de dólares. Sólo el 5% de ese dinero ha llegado.

Un año después pocas cosas físicas han cambiado en Haití, sólo la desesperación, la falta de esperanza que el pueblo haitiano sí llegó a albergar. Una esperanza frustrada por un lado porque sus propios dirigentes no han sabido administrar la ayuda que ha llegado, y por otro porque esas promesas al final resultaron no ser tanto como se les había anunciado desde el exterior.

En el país siguen trabajado muchas ONG, algunas de ellas españolas, pero toda ayuda es poca. Una familia haitiana, afortunada por no haber perdido a ninguno de sus miembros, malvive en una pequeña chabola: "Mal, vivimos muy mal, todos son problemas cada día, y es mucho más complicado cuando se tiene un bebé", aseguran con una mezcla de resignación y tristeza.

Misa por las víctimas del terremoto
Por primera vez desde la catástrofe los haitianos pueden ir aregistrar oficialmente a sus desaparecidos. Un servicio religioso ante las ruinas de la catedral iniciaba este miércoles la jornada de recuerdo a las víctimas del seísmo.

La mayoría de los haitianos viven en arrabales de miseria, campamentos improvisados en medio de una penuria extrema a la que hacerle frente cada día con una exitencia al aire libre entre plásticos y chabolas, instaladas incluso al lado del Palacio Presidencial, aún sin demoler.

Hasta en las calles más céntricas lo único en pie son ruinas, la población vive entre ellas. Calles donde la vida intenta avanzar inmisericorde para hombres, mujeres y niños que apenas han conocido la infancia; por todas ellas hay un ajetreo mercantil primitivo. Al drama diario se le suman los estragos de la lluvia que multiplica los peligros de la vida diaria.

El rostro de la miseria
En medio de la tragedia, hablamos con una niña de 10 años que perdió a su padre en el terremoto, y que vive con su madre y sus cinco hermanos en una chabola. Le pedimos que cierre los ojos y pida un deseo: "Tener un trabajo y poder ayudar a mi madre y a mis hermanos". Es la respuesta de una pequeña que ha caido en el infierno y aún no está claro si encontrará la salida.

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