VAS A COMER DE MUERTE... Y MUCHO
Si vas a Cerdeña... no dejes de comer todo esto
Nos escapamos a la isla, hacemos un recorrido por sus hermosas playas y paisajes, y descubrimos cómo incluso en el más sofisticado de los hoteles de cinco estrellas, el maitre lleva en su interior una 'nonna': te dan de comer con amor, como si no hubiera un mañana... y mucho. Muchísimo. Como en tu vida. Si la vida te lleva a Cerdeña –y si no lo hace, procura orientarla en esa dirección– ya puedes comer todas estas delicatessen.
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Pane carasao
Y su modalidad –nuestra preferida– el pane guttiàu. Es un pan crujiente que encontrarás en todas partes y que es muy pero que muy adictivo. Se elabora al horno con agua, levadura y harina, es fino y crujiente y alcanza su máximo esplendor cuando se baña de unas gotas de aceite de oliva y se convierte así en pane guttiàu. Que el pane carasao sea una maravilla no va a significar, en el caso de cualquier mesa sarda, que no vaya a haber más panes: habrá para elegir, generalmente de muy buena calidad incluso en los locales más modestos.
Fregola
Es una pasta muy típica de la isla, del tamaño de las lentejas, que se elabora con masa de semolina, muy presente en el día a día de los sardos. En líneas generales, suele cocinarse a modo de risotto, con caldo junto al resto de ingredientes, aunque también hay quien la cuece por separado y después añade la salsa. En cualquier caso es una pasta compacta y deliciosa, que muchos sardos comen simplemente con un buen aceite de oliva de calidad y queso pecorino sardo.
Así fue como la probamos en Agriturismo Agave, un establecimiento que se nutre únicamente de ingredientes de km 0 procedentes de los elaboradores locales, donde hicieron para nosotros la pasta a mano a la manera tradicional. Este espacio se encuentra en el Parque Natural de Porto Conte, un enclave con increíbles acantilados, aquel lugar mágico en que una terminal Liz Taylor paseaba sus fantasmas en Boom (Joseph Losey, 1968). Es recomendable pasar un día en este rincón de la isla, bañarse en la preciosa playa de Mugoni y visitar la antigua prisión de Tramariglio, ahora convertida en un museo.
Paella algherese
Antes de que Jamie Oliver decidiese que era una buena idea echar chorizo a la paella, el restaurante La Pergola, de Alghero –una ciudad con mucho encanto, coronada por un paseo marítimo espectacular– ya había ideado su llamada paella algherese. Sus responsables insisten, tal vez temerosos de la mundialmente conocida furia ibérica, que en ningún caso pretendían imitar el plato original, sino hacer una versión libre y simpática de la paella. Y lo han conseguido. La elaboran con fregola, mariscos –especialmente rape, un pescado que en italiano responde al adorable nombre de rana pescatrice– y carne de cordero. Y es un escándalo. Si decidimos disfrutar de un paseo por Alghero, algunas opciones interesantes son cenar en el restaurante The Kings y tomar un cóctel en Blau al caer la tarde, para disfrutar de las hermosas vistas desde lo alto del Hotel Catalunya.
Seadas
Típico plato de origen rural, equivalente, entre otros, a nuestras torrijas, que ahora se sirve incluso en los más reconocidos restaurantes. Es una pasta rellena de queso (pecorino según los puristas, cualquiera que nos guste según los heterodoxos) y recubierta de miel o azúcar. Una bomba de relojería que vamos a encontrar en todos los establecimientos y que constituye uno de los postres más populares de la isla.
Bottarga
La octava maravilla del mundo se llama bottarga y son unas huevas de pescado secadas y sazonadas, un manjar que se elabora en numerosos puntos del Mediterráneo pero que alcanza su máximo esplendor en la isla de Cerdeña. La bottarga es tan sabrosa que los sardos no se complican demasiado a la hora de cocinarla: espaguetis, un poquito de ajo, perejil, sal, pimienta y un buen aceite de oliva. El resultado es un manjar de los dioses que, evidentemente, querremos trasladar a nuestros domicilios, de manera que cualquiera que tenga un paladar bien entrenada acabará adquiriendo su bottarga en polvo y agasajando en casa a sus seres queridos. En el restaurante Fofò, de Castelsardo, probamos una pasta con bottarga, entre otras especialidades locales, espectacular. Tras el ágape, es obligatorio subir caminando al castillo que corona la población, con un agradable museo de cestería diseñado por el arquitecto italiano Paolo Paoli.
Vermentino
La variedad de uva más popular de Cerdeña se llama vermentino, y da lugar a unos vinos blancos excepcionales, frescos, ligeros y con un buen nivel de acidez. Entre los tintos, destaca la Cannonau, que podremos conocer mucho más a fondo con una visita a alguna de las bodegas de la zona. Nosotros escogimos Parpinello, donde degustamos algunos de sus vinos más representativos (y premiados), y aprendimos sus particularidades. Desde el Vermentino Alla Bianca 2015, un vino sencillo, fresco, amable, equilibrado... hasta el Sesantaquattro, más complejo y con más estructura, pasando por un Cannonau di Sardegna, un tinto fresco con un ligero toque de barrica, o el sui generis Cagnulari, elaborado con la variedad del mismo nombre y perfecto para acompañar, por ejemplo, sus populares porchette.
Pecorino. En un lugar con tres millones de ovejas por 1,5 millones de habitantes el queso pecorino, contundente y de fuerte sabor, se ha perfeccionado hasta límites insospechados.
Malloreddus. Nuestra pasta favorita de Cerdeña son esta especie de ñoquis estupendos, que se elaboran con sémola de trigo y pueden acompañarse de las más diversas salsas.
Dónde alojarse:
Una buena opción es reservar habitación en cualquiera de los ocho resorts que la cadena Delphina Hotels tiene esparcidos por la isla. Nuestra opción fue el bonito Marinedda, un coqueto cinco estrellas cuya construcción destaca por no ser nada invasiva con el paisaje local, que cuenta con varias piscinas, un spa y una notable oferta gastronómica. En su restaurante, tanto de carta como de bufé, abierto al público se puede reservar mesa incluso si no estamos alojados. Aquí vamos a encontrar una cocina sarda con un punto más creativo en un entorno inigualable con vistas al mar, y podremos adquirir productos locales de gran calidad, que se venden al público.
Cómo llegar:
Si decidimos huir de las aglomeraciones de julio y agosto, e incluso de finales de septiembre, y disfrutar de esa Cerdeña real y mágica que sólo encontramos en otoño, vamos a encontrarnos con que apenas hay vuelos. Una buena opción es tomar desde Barcelona un ferry de Grimaldi Lines, en el que podremos, además, llevar nuestro coche y traerlo repleto hasta los topes de todos los alimentos que hemos citado en el artículo, a un precio moderado y durante todo el año. Una opción económica, cómoda y, claro, romántica a más no poder. ¿Otra ventaja de escoger el barco? En sus restaurantes también se come de miedo.
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