Augusto consigue resolver los problemas legales del taller pero la solución no satisface a Valeria. Se ahonda su decepción por el trabajo con los americanos.
Alfredo sigue dando impulso a El Asturiano a costa de crear malestar entre los clientes históricos del bar. Poco a poco el camarero se va adueñando del espíritu del bar hasta considerarlo como algo suyo.
Entra un caso importante en la agencia de detectives pero todo se va al traste cuando Brigitte se presenta en el despacho y ahuyenta al cliente.
La aparición de unos rateros por las cocheras donde se guardan las armas hace que Augusto tome la decisión de destinar allí los guardas que custodian el dinero de Sarrien.