Pepito, el sastre de Villareja, quiere hablar con Pablo. Éste, al principio, reacciona mal porque cree que quiere aprovecharse de él pero ambos acaban en la taberna haciéndose amigos y hablando de sus duras vidas por culpa de su condición sexual.

Por otro lado, todos los vecinos se quejan al señor cura de la inutilidad de Lucero con el telégrafo. Pero, además de lidiar con la infernal máquina, el torero debe hacerlo con la alegre y ardiente viuda Ribadesella que ha puesto los ojos en él.

Asimismo, Ferrer confisca la caja de cebos de Rafalín y le acusa de relacionarse con bandoleros, pero el trampero consigue convencerle de que se equivoca. Después, en las cuevas, Rafalín llora la pérdida de su tesoro y lo único que le consuela es hacerse un retrato fotográfico…