Londres, 9 de noviembre de 1951

Querida Ana:

Llevo tres meses aquí y no me canso de recordarte y de quererte. Siento no haberte escrito antes pero hasta hoy no me han levantado la prohibición de enviar cartas. Y eso que hace más de cinco días que terminó mi último castigo. ¡Por fin!

Durante tres semanas lo único que he hecho ha sido ir a clase, estudiar, limpiar encerados, sacar brillo a los suelos de las aulas… así, día tras día. Me aislaron en uno de los cuartos y no tenía compañeros de habitación. Pero eso no ha sido lo peor. Mi padre se empeñó en que el castigo fuera ejemplar y no he podido cruzar palabra con ninguno de mis compañeros. Creí que me volvía loco, Ana. Con el único que pude comunicarme fue con Mateo. Aprovechábamos la hora del almuerzo. Yo me sentaba solo en una mesa y cuando él pasaba a mi lado, negaba con la cabeza. Era su forma de decirme que no habías escrito. Y todos los días el mismo gesto.

¿Por qué no me escribes?, ¿por qué? Tu recuerdo me ha dado fuerzas durante este tiempo pero cada día que pasa, me cuesta más soportarlo. Si solo supiera que tú también piensas en mí, que no me has olvidado… Solo con eso podría aguantar mil castigos como este.

He dejado de hablar con mi padre. Este mes ha estado llamando pero me he negado a ponerme al teléfono. Ayer se presentó aquí con mi hermana y Gloria. Pasé el día por la ciudad con ellos, pero te juro que ni le miré a la cara. Él está muy furioso e insiste en que entre en razón… que si me estoy comportando como un niño caprichoso… que si mi cabezonería me va a costar más de lo que creo… pero yo no digo nada. Mi silencio es mi respuesta. Sé que esta indiferencia le hace daño pero es lo que se ha buscado al separarnos. Si no quiere que esté en Madrid, no tendrá hijo… no hay nada más que decir.

Estoy cansado de que nadie entienda que lo que por ti no se puede cambiar de la noche a la mañana. No lo entendía tu tío, ni mi padre… pero tampoco lo hace Mateo. Ayer Mateo me insistió en salir a dar una vuelta y como se puso tan pesado, acepté. Cuando estábamos en la esquina de la calle me pidió que esperara porque iba a unirse más gente. Al cabo del rato, llegaron dos chicas del internado cercano con las que Mateo había quedado y me di cuenta. Era una encerrona. Discutí con él y volví a mi habitación. Según Mateo, la doble cita era para ayudarme a olvidarte. Si hubiera estado enamorado de verdad, igual que yo lo estoy de ti, sabría que eso es imposible. Aún así le he convencido para nos ayude. No sé si es a mí al que no le llegan tus cartas, así que si me escribes, hazlo a nombre de Mateo Ruiz, a la misma dirección que a mí. Si él recibe tu carta me la entregará.

Te quiero, y nada ni nadie podrá cambiar eso.

Alberto