Pedro Alonso en el final de 'La casa de papel'

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PEDRO ALONSO DICE ADIÓS A BERLÍN

La emotiva (e inmensa) despedida de Pedro Alonso tras el final de 'La casa de papel'

Pedro Alonso, el actor que ha encarnado al chamánico y maravilloso Berlín en 'La casa de papel', ha compartido en redes sociales una emotiva y sincera despedida hacia su personaje que le ha acompañado durante siete meses de rodaje y que seguro, permanecerá en él para siempre. Saca un poco de tiempo porque seguro que te hechizará. ¡Hasta siempre Berlín!

Esta es la carta al completo:

"162. Al modo Berlín. Esto es una despedida.

1. No es la primera vez que lo digo. Aprender a la vista de todos, no es fácil. Pero como todo lo que no es fácil, si no naufragas y mueres, o incluso más si naufragas y mueres, tiene después, con el tiempo, contraprestaciones.

Maravillosas.

Esto quiere decir. Morder el polvo, comerse los mocos, haberlo hecho mal tantas veces, es a la larga, una maravillosa forma de aprender que si uno recibe un regalo, ha de agradecerlo. Y más si se lo ha ganado.

De tal forma que crecer (y me refiero a crecer en lo íntimo, aprender, seguir haciéndolo) acaban convirtiendo el a veces tortuoso y misterioso camino de la vida, en una asombrosa posibilidad de reconciliación. Con uno mismo. Y con el orbe.

2. Pero esto lleva tiempo. Lo de aprender. Y lo de saber digerirlo cuando uno lo hace a la vista de todos. A la vista de todos quiere decir, básicamente, que uno se equivoca y todos te ven. Pues estás a la vista. Y tus vergüenzas expuestas. Pero no solo eso. Sino que además, cualquiera tiene el derecho de plantarse delante de ti y decírtelo a la cara.

Impunenente. Bueno, impunenente en principio. Porque todo tiene un precio. Pero ese es otro tema.

3. Hablo del trabajo del actor. Y por extensión de cualquier disciplina que implique salir al ruedo. Y jugársela.

4. En este sentido, aprovecho para decir algo. Reconozco básicamente dos clases de talento. El talento "fuente" y el otro, al que yo pertenezco. El talento fuente lo he visto varias veces. Peligrosísimo.

Aparece en gente muy joven, de forma innata. Almas tocadas con la varita mágica y que están conectadas al misterio. Que cuando escuchan "acción", "entran" sin contemplaciones en la creencia, y vuelan.

El peligro de todo eso, es dar por sentado que siempre será así.

He visto a alguno de estos casos (actores, pero también cantantes, escritores, músicos) perecer con el tiempo. Demasiado rápido. Porque el talento, si no lo cuidas, no lo cultivas, no lo atiendes, no lo rezas, muere. Y eso es duro. Un día de la fuente, no mana y el que fue talento "fuente", de pronto se ha quedado sin talento y sin nada. Porque al mismo talento lo fiaba todo. Y creía que era inagotable.

...

Ahora que lo pienso. Quién sabe. A lo mejor yo viví algo de eso en otra vida. No tan lejana.

Pero eso fue antes de que estuviese muerto.

...

Luego, claro está, hube de volver a nacer. Pues estaba muerto. Y sin talento. Y muerto como estaba, sin talento y sin nada, solo podía avergonzarme, pues ya no era más que un apestado y sin posibilidad de enmienda.

Por eso cuando volví a nacer, decidí conducirme con mucho más cuidado.

Y a ser posible, no dar ruido.

Absolutamente empecinado.

Muy concentrado y absorto.

Y silencioso en lo posible. Aunque no siempre. Porque morir y volver a nacer, tampoco aseguran para los restos no volver a tener arrebatos de imbécil.

Pero para seguir el relato, después de morir y volver a nacer, decíamos, yo ya tenía un talento del otro. Cuando digo del otro, ya saben, me refiero al talento obstinado. El que a base de equivocarse y equivocarse, de caer y volver a intentarlo, de asumir progresivamente las propias y a veces dolorosas y sangrantes limitaciones, descubre que las limitaciones lo son todo.

En cierto modo, aprender es no ir más allá de uno, sino más acá.

Y no decir nada más de lo que uno pueda decir. De lo que uno pueda defender. Y no ya con las palabras, que las carga el diablo a veces, sino con los propios actos. Y porque luego cualquier cosa que un día digas, llegará el día en que habrás de defenderla. Así que en esta nueva vida, me dije, concentración y mucho cuidado.

Cuidado extremo e invisibilidad en lo posible, para no ir más allá de donde uno esté. Eso es sagrado. Porque no hay traición mayor que salirse de uno para ser algo quizá muy aparente y vistoso, pero que implica dejar en ese mismo instante de ser lo que uno es.

Esto quiere decir algo muy simple.

No hay talento más grande que el de ser honesto.

Pero es este un durísimo aprendizaje. Muy solitario a veces. Pues uno es tantas veces un capullo. Y un bocazas. Y porque además vivimos en un mundo donde básicamente la gente no hace silencio y todo el mundo habla.

Puto ruido.

5. Bien. A lo que iba.

Desde el cuidado y la propia asunción de las limitaciones y sabiendo que cuando uno se expone, conviene reservar fuerzas, uno casi sin querer va dejando de hacer cosas.

Hoy voy a concentrarme en una sola. Hay muchas otras, pero ahora no hablaré de ellas.

Esta una a la que me refiero es.

Uno deja de preguntar sobre la propia valía.

Sobre si lo que uno ha hecho está bien. Así resumiendo, esta es la idea.

Te ha gustado?

No.

No, no, no, no, no, no, no!

Basura. Eso no se pregunta. Ni en broma.

Pd: Ojo. No quiero decir que no escuches y estés abierto a valoraciones serias y exigentes sobre tu trabajo. Pero por supuesto en el contexto adecuado.

Y siempre que la mirada sea constructiva.

6. Es más. Y este es un matiz. No solo uno no debería preguntar. Te ha gustado?

Si realmente fuese implacable, un actor, ya que estamos, no debería tener vida pública más allá de su trabajo.

E incluso, ni siquiera tener familia.

Y dedicarse únicamente a su relación con el misterio.

Por qué?

7. Esta última, es la pregunta que motiva este relato de mirada berlina. Espero que al final del mismo, esté resuelta. O en su defecto haya dado paso a una pregunta más grande.

8. Vuelvo para atrás.

Cuando eres actor (o cantante, pintor, escritor o torero, o lo que seas que implique saltar al ruedo) y te equivocas, has de sumar a tu propia frustración el hecho de que cualquiera pueda venir a la puerta de tu casa y vomitarte encima.

Oye. Es muy lenta ese peli que has hecho, no? O, está muy bien la función, está muy bien, pero al principio no se te oía. O, es que a mí lo que me gustan son la historias de acción y esto... O incluso, me ha gustado mucho tu trabajo pero seguro que ahora te encasillas. O directamente, eres una mierda. O estás pasadísimo. O siempre pones la misma cara.

O lo que ustedes quieran.

Y claro. Cada una de esas apreciaciones están hechas según la mirada del que opina. Que dicho sea de paso, en semejantes situaciones es lo único que me interesa.

Cómo retrata una opinión a quien opina.

Otra cosa es que su opinión sea válida. Que a veces sí. O interesante. O rica. O mínimamente articulada. Algo más allá del exabrupto.

Porque puede ser que no vaya más allá en su elaboración de un caca, culo.

Pd: Así que mejor concentrarse en el misterio, decíamos. Y luego salir al ruedo. Y jugársela realmente.

Como José Tomás. Para que nos entendamos.

Salir al ruedo.

Ir a muerte.

Pd: Aclaro que no soy seguidor de la "fiesta". Pero he visto vídeos de este hombre y solo acierto a decir. Es eso. Es eso.

9. Entonces. No pedir opinión. Eso uno. Y desaparecer. Cero vida pública.

Y lo otro. No tener familia.

Porque la familia te conoce. Y entonces te ven. A ti. Y claro, como te conocen, al menos en parte, lo mezclan todo.

Como es normal. Porque no es fácil observarte con distancia.

A eso me refiero.

Con perspectiva. Limpiamente.

Visto así, la creencia en la creación de uno, es mucho más fácil en el desconocimiento de la persona.

10. Pero claro, qué vida sería esa para un hombre como yo que ama el silencio. Pero también socializar. E incluso a mi familia.

Mucho.

Así que como no me he convertido en un misántropo y tengo una familia a la que aprendo a querer más cada día, opté al menos, por no preguntar sobre mi trabajo. A ellos ni a nadie.

Hace tiempo.

Y si alguien llega a la puerta de mi casa y quiere decirme lo que opina, yo callado.

Y digan lo que digan y siempre cuando hayan acabado, digo gracias.

Y observo, eso sí.

Pero por lo demás, callado.

Ciego ante los me gusta/nomegustayademásmecagoentuputamadre.

11. Porque, y concluyo con esta parte, en el viaje del crecimiento, no hay nada como hacerlo mal y volver a intentarlo, para, si uno lo hace desde el compromiso con la verdad, ir viendo cómo poco a poco, se van cayendo las costras. Que básicamente por errores propios y sometidos como estamos a la presión de una sociedad enferma, han ido sepultando el corazón de uno.

Y para eso, no hay ejercicio mejor que concentrar las fuerzas.

Y volver a intentarlo.

12. Entonces. Podríamos convenir que el viaje del conocimiento y la expresión, como el de la vida, es y seguirá siendo para quien opte por él, básicamente, un camino de borrado y de desaprendizaje de todo lo aprendido.

Hasta regresar al ser.

Desnudo.

Primitivo.

Puro.

E indiferenciado. Que con todo se iguala.

Aquel que todos disfrutamos el día que lloramos de la risa al sorprendernos genuinamente con algo, por poner un caso.

Y la gozamos.

13. Todo esto que he dicho viene al caso de lo que he de reconocer ahora.

El otro día, mi sobrino me pilló con la guardia baja.

...

Tío. Mi madre ha visto tu serie.

Mhm.

Le gustó.

Mhm.

Dice que ya te ha visto más veces repetir un gesto que tú haces.

Aghhh, mierda. Me ha pillado absolutamente desprevenido y con la guardia baja. Lo noto porque me está subiendo por las piernas un arrebato de pura mala hostia.

Y porque en lugar de quedarme callado, le digo.

Y a ti qué te parece(?)

Cómo? Mi sobrino se da cuenta de que me está entrando un arrebato de mala hostia. Lo huele. Y titubea.

Sí. Qué te parece. Qué te parece que el comentario que tengo que escuchar ahora que estoy en el salón de la abuela tan a gusto, protegido de las inclemencias, no solo se refiera a lo que opine tu madre sobre mi trabajo, sino específicamente sobre el hecho de que tu madre que me conoce desde años, me ha “pillado”. Porque esa es la idea, no? Lo que importa ahora no es que esté bien o mal, que guste o que no guste, me llegue o no me llegue, sino el “veo en el personaje algo que quizá no es del personaje sino del humano que lo interpreta. Así que te he pillado” (!)

Y sigo.

Porque yo te quiero mucho, sobrino querido. Y a tu madre también la quiero mucho. Pero tú, que por tu sensibilidad especial ya estás al tanto de la cochina costumbre de este mundo de compararlo todo con todo y de dedicarse cochinamente a la persecución y a pillar en falta y nunca al refuerzo positivo, ya deberías saber que no tengo ningún interés en que nadie me venga a contar nada que tenga que ver con la sagacidad de su ego y toda esa mierda.

Claro. Mi sobrino, se queda loco.

Pero le gustó, eh. A mi madre le gustó.

Pausa. Me doy cuenta de que he flaqueado. Claramente. No solo eso. Porque, todo hay que decirlo, mi sobrino es un bendito.

Lo es(?) bueno, sigo.

Y porque si estuviese en mi, simplemente me hubiese quedado callado. Consciente de qué esconde el comentario y de qué retrata.

Pero me ha pillado con la guardia baja.

14. (…) Bien. Avancemos. Lo sucedido me viene de perlas para resaltar algo.

En este caso, especialmente sobre Berlín (ahora que estamos discurriendo berlinamente), el personaje del que me despido con este escrito.

Aclaro. Yo no imito. Yo no copio. No hago “como que”.

Una parte esencial de mis personajes, soy yo. Pues los encarno. Y es mi cuerpo, desde luego, quien les da cabida. Mi materia física. Y luego, además, mi archivo sensible. En el que yo voy picando de la mano del guión como en una mina, en busca de vetas de sentimiento, pensamiento y emoción, desde las que yo pueda vislumbrar cómo se conduce el personaje.

Es como tocar una nota junto a un instrumento. En el instrumento se produce un eco que reproduce sin tocar nada, la nota que suena. Ese fenómeno tiene un nombre. He de buscarlo (si alguien lo sabe, por favor, no deje de decirlo).

Pulsa.

El guión hace resonar y pone en marcha mi cuerpo cuando llego a la veta adecuada.

Y cuando eso se pone en marcha, y se alinea todo, curiosamente, casi como por milagro, el personaje toma mi cuerpo. Se hace carne. Hasta el punto de que en ocasiones, lo transforma.

Una locura.

Alquimia.

Esoterismo.

Transubstanciación.

Amplificación y juego.

...

Y también una maravillosa manera de conocerse. Desde otro ángulo.

15. Berlín soy yo.

En una medida que respira mucho mejor que yo.

Resumiendo, una medida chamánica.

E impúdica.

Él es capaz de parar el tiempo. Y suspenderlo. Sin contemplaciones. Y observar desde ahí, fundamentalmente la parte sucia del turbio humano. Como la parte clara. Sobre todo para testarla y acabar con ella. Pues es débil.

Así que se concentra en la parte turbia.

Porque es sin duda un maestro de las sombras. De modo que en situaciones de presión y de estrés, a las que él es adicto, goza al ver cómo el corazón humano se corrompe. Y se traiciona.

Y lo usa.

Lo escudriña.

Lo pone a prueba.

Y abusa.

...

Abusa en un ejercicio de reafirmación de su falta de fe en la pureza del corazón del hombre.

Con el objetivo de abrir las puertas del caos y dejar libre la expresión de las fuerzas.

Más allá de toda impostura.

A muerte.

Que las cosas sean lo que son. Y así se comporten.

Ese espectáculo para él no tiene precio.

Porque en su atrocidad, le parece auténtico.

16. Y no solo eso. Como además es un kamikace, Berlín es un cachondo. Al darse el tiempo en primera fila para despertar la trampa en el proceder humano, pone el foco en la cochambre en el mismo momento en que esa flor podrida está brotando. Pura comedia ahí.

Tú pillas en falta a tu jefe. A tu pareja. A tu hermano, a ti mismo o hasta el mismo papa y, falto de pudor y sin contemplaciones, paras el tiempo y enfocas con todas las cámaras a todo ese filón de patéticas respuestas en que se convierte el hombre cuando se comporta como una rata.

Ay el humor. El humor y el flow, Berlín.

No solo sombra.

Pues sí es un cachondo Berlín. Un cachondo absoluto. De eso no hay duda.

...

17. Y además la muerte.

Berlín sabe que sus horas están contadas. No solo por su enfermedad. Que también. Y ha decidido ir hasta el final en su intento de liberar la auténtica cara de los seres con lo que se encuentra.

Y sembrar el caos. Donde él sabe conducirse. Y donde él más que nadie está capacitado para llevar el mando.

Es un brujo. Una bestia muy fina y perversa sin nada que perder, empeñada en reafirmar en una última y gran fiesta que el hombre está desnortado. Y su corazón podrido.

Un brujo malo.

En su nihilismo, en su terrible lectura del mundo, su autenticidad es que es absolutamente implacable.

Es lo que es.

Y desnuda sin contemplaciones la miseria humana. Y su trampa.

17. Así que Berlín es un hechicero. Un chamán que perdió la fe en La Luz.

Y se pasó a la sombra.

(...)

18. Hasta aquí todo bien. Pero apareció un asombroso matiz en la progresión de la trama que, finalmente, acabó por reordenarlo todo.

Porque fue aquí cuando llegó el gran y más hondo regalo.

La perla.

Esa que al final de todo proceso de auténtica búsqueda, espera a que la descubran, bien escondida.

Va.

Acostumbrado a llevar el control. Y poderoso como es al filo del abismo, a Berlín le espera una sorpresa.

...

A medida que físicamente se debilita. Y que el final se acerca, también el del plan, y todo se desbarata, empieza a no tener claro como siempre tuvo, lo que siente. Y en especial cómo reaccionar ante el afecto. Especialmente el de sus compañeros, quizá su primera familia real en la vida... y que, aún limitados como son, hacen crepitar en él, aunque solo sea como en un rescoldo, la llama del amor primero.

Su protección y sentido de pertenencia.

Esa necesidad.

O esa falta.

Cuando todo cruje.

...

19. Un amor que quizá sea elemental, o imperfecto. Incluso chapucero y torpe.

Pero que en el inminente como en el justo instante de la muerte, a todos parece hacer recuperar para el asombro, que no hay nada como empatizar con el corazón de los demás, para estar vivo.

20. Así que Berlín no solo tendrá alguno de mis gestos. Sino que es la encarnación de una de mis más presentes paradojas.

Por un lado, mi recelo y mi asco ocasional y cierto, ante una parte del discurrir del proceder humano. Dispuesto a dividirlo todo en bandos para encontrar una confirmación que haga fuerte la propia frustración y localice un enemigo para vaciar su rabia. Da igual el bando. Todo miseria.

Y por otro, la certeza y una y otra vez el asombro al ver y volver a ver el milagro. Cuando todo pareció perdido.

Un milagro que en el vértigo del final y la vulnerabilidad y la pérdida de fuerza del personaje, se cuela imperceptiblemente como por una grieta. Y que hace que su rotundidad pierda pie.

Y se tambalee.

Un milagro que se reconoce y brilla, asombrosamente, en la “muy humana imperfección del otro.”

...

21. Y así, después de tantas y tantas manifestaciones terribles de la historia, algunas muy recientes, Berlín descubre casi al final, cómo se hace carne ante sí y en una banda de ladrones, la pura luz de una tribu invisible que, llegada al punto en el que todo está perdido en el mismísimo corazón de la última tormenta, simplemente se protege y quiere.

Una perdida tribu que, en cierto modo, conformamos todos.

(…)

Ese raro vínculo.

Sí.

Imperfecto.

Sí.

Incomprensible.

Errático.

Defectuoso.

Pero que precisamente por lo que tiene de limitado e imposible, resulta por momentos tan humano.

Como irresistiblemente hermoso.

Pd: Gracias hermanitos, por semejante viaje.

Pd: Y como remate final, ahora sí, no puedo evitar mencionar la respuesta que me dio aquel hombre.

Fue en la asociación de enfermos de ELA que visité durante la preparación del personaje.

Estábamos él y yo, a solas, y le pedí permiso para preguntarle sin contemplaciones. Adelante, dijo.

Entonces le planteé. El hecho de saber que tu tiempo se acaba, que la enfermedad avanza como un tren irremediable, más allá del shock al enterarte, qué ha puesto en foco para ti.

Hay algo que ahora mismo sea de vital importancia y que antes de la noticia no contemplabas?

Me miró.

Y sin dejar de hacerlo, muy delicadamente dijo.

Sí.

Estar aquí.

Contigo.

(...)

Conectado en el absoluto presente.

Como si este preciso momento que ahora mismo estamos viviendo tú y yo juntos, que compartimos, fuese el último.

(...)

O el primero.

(...)

Pd: Solo eso."

Durante un Facebook Live con Pedro Alonso pudimos conocer como el actor preparaba su personaje en 'La casa de papel':

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