Jonathan y Sabrina disfrutan de Marrakech. Cada día se quieren más. Jonathan tiene más pluma que la fábrica de edredones de Ikea pero a Sabrina sólo le preocupa saber si se dice dromedario” o “dormedario”.

"El programador del test de compatibilidad sigue en busca y captura desde la primera edición"

Respecto a la pareja gay, se han ido a París y uno le ha confesado al otro que tiene un gato, y su marido ha respondido que los gatos le provocan una alergia tal que directamente palma. El programador del test de compatibilidad no ha dicho nada porque sigue en busca y captura desde la primera edición del programa, y ya le siguen el rastro la Interpol y el Mossad israelí.

Hablando de compatibilidad, Bernardo, el pastor-agricultor-hombre de campo y Andrea, la borde, están en Nueva York, donde como dijo Mecano no hay marcha, ni jamón de york, ni química ni Cristo que lo fundó. Para Bernardo Nueva York es “como los Picos de Europa” y no entiende que haya “tantas luces en la calle”. Bernardo es un cruce entre el gañán de Ernesto Sevilla y ese otro reality donde traían indios del Amazonas y los plantaban en Madrid en hora punta. Andrea, por su parte, le tiene asco. Odio no, asco. Si hubieran estado las Torres Gemelas en pie, se habría subido para tirar a Bernardo.

Una de las parejas más extrañas es la del gaditano Tito y la barcelonesa Cristina. Él tiene un grupo de amigos que están todo el día de fiesta y de “quillo” p’arriba y “quillo” p’abajo; los típicos que te partes de risa los diez primeros minutos, y a la hora quieres darles con una pala en la cabeza. Tito es gogó pero, oh dulce misterio de la vida, a su mujer no le despierta morbo alguno. De hecho, está todo el día tratando de besarla y no hay manera. Ha habido más cobras en dos programas que en toda la serie de documentales de National Geographic. Para demostrar que no es sólo un cuerpo bonito, Tito escribió en el espejo a su amada “Buenos días prinsesa” y, como remate, le puso regaetton para despertar (ya hay que ser hijo de puta) y se marcó un baile con un movimiento sexy, un movimiento sensual en la cama para sonrojo de la población mundial. Da para un sketch: “El peor gogó del mundo”.

Terminamos con las estrellas indiscutibles: Mónica y Pedro. Él, apático, con horchata en las venas y ella bipolar perdida, lucha por su matrimonio y le odia, pero le ama, pero no le soporta pero está loca por sus huesos. Así cada diez minutos. Pedro se la lleva a su terreno: al bar. Y allí encuentra el antídoto perfecto: El alcohol. Con dos chupitos de mezcal Mónica se transforma en una devorahombres y acaba frotándose más que un dominicano en una discoteca.  De pronto decide que sí, que idolatra a su marido y decide regalarle algo que llevaba guardando: Una piedra. Lo que no sabemos si hay un mensaje oculto o se la piensa reventar en el occipital si le pilla mirando a otras. Estos dos van a acabar como el rosario de la aurora.