APRENDER A SOLTAR

¿Por qué nos aferramos a relaciones que nos hacen daño?

Si sabemos que hay personas que no quieren lo mismo que nosotras o que no nos hacen bien, ¿por qué seguimos adelante con ellas? En este artículo te lo explicamos.

Mujer triste con su pareja

Mujer triste con su parejaFreepik

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Hay relaciones que, desde fuera, parecen abocadas al sufrimiento. Una persona quiere una vida tranquila, formar una familia, estabilidad emocional… y, sin embargo, elige a alguien que le deja claro desde el principio que no quiere compromiso, que prioriza su libertad, que evita los sentimientos o que no está emocionalmente disponible. Desde fuera, familiares y amigos se frustran: "¿Cómo no lo ves?", "¡Te mereces algo mejor!". Pero quien está dentro, muchas veces lo ve… y aun así no puede soltar.

¿Por qué ocurre esto? ¿Qué hace que nos aferremos a relaciones que claramente nos hacen daño? La respuesta está en nuestro estilo de apego, en las heridas vinculares del pasado y en una trampa muy común: la ilusión de que el otro cambiará.

Ruptura de una pareja
Ruptura de una pareja | iStock

Apego inseguro: cuando el amor se confunde con necesidad o evitación

Los estilos de apego que desarrollamos en la infancia condicionan la forma en que nos relacionamos en la adultez. Si nuestras figuras de referencia no estuvieron disponibles emocionalmente o no nos ofrecieron seguridad, es probable que establezcamos vínculos inseguros.

  • Apego ansioso-ambivalente: las personas con este estilo suelen tener miedo al abandono y una necesidad intensa de aprobación. Por eso se aferran a relaciones inestables, con la esperanza de que, si se esfuerzan lo suficiente, el otro se quedará.

Por ejemplo: alguien que necesita respuestas constantes de su pareja, se angustia si no contesta al momento y, aunque se sienta maltratado emocionalmente, justifica todo con tal de no quedarse solo. Además, normaliza sentirse con esa inseguridad y ansiedad.

  • Apego evitativo: aquí se prioriza la independencia por encima de todo. Se evita la intimidad por miedo a perder el control o a sufrir.

Por ejemplo: una persona que corta la relación en cuanto empieza a sentir algo profundo, o que huye emocionalmente cuando su pareja expresa necesidades afectivas.

  • Apego desorganizado: mezcla del ansioso y del evitativo. El amor se vive desde la confusión: se desea la cercanía, pero también se teme.

Por ejemplo: alguien que busca una relación intensa y, cuando la consigue, empieza a sabotearla, alternando momentos de mucha dependencia con otros de rechazo.

Pareja triste en la cama
Pareja triste en la cama | Freepik

Trauma vincular: cuando el pasado marca el presente

Muchas personas arrastran heridas de apego generadas en relaciones tempranas: figuras que fueron impredecibles, negligentes o incluso dañinas. Esto deja una huella emocional que influye en cómo elegimos y toleramos a nuestras parejas.

  • Repetimos lo conocido: aunque sepamos que algo no nos hace bien, emocionalmente buscamos lo que nos resulta familiar. Por ejemplo: si en casa crecimos entre gritos y tensión constante, es probable que más adelante veamos como normal discutir a diario o tener relaciones con altibajos extremos.
  • Confundimos amor con sufrimiento: si el cariño que recibimos de pequeños venía acompañado de rechazo o crítica, es fácil que asociemos el amor con ese tipo de malestar. Por ejemplo: una persona que se siente "viva" solo en relaciones donde hay celos, discusiones intensas o reconciliaciones dramáticas.
  • Buscamos reparar en el presente lo que no se resolvió en el pasado: a veces, intentamos inconscientemente sanar viejas heridas eligiendo a alguien que se parece a quien nos dañó, con la esperanza de que esta vez la historia sea distinta. Por ejemplo: alguien que tuvo una madre distante y ahora se enamora de personas frías emocionalmente, intentando "ganarse" el afecto que no recibió.

La ilusión de cambio: cuando creemos que con amor será suficiente

Otra trampa habitual es pensar que, si insistimos lo suficiente, el otro cambiará. Nos quedamos esperando que la relación evolucione, que la persona madure, que lo que hoy duele mañana se transforme.

  • Idealizamos el potencial, no la realidad: no estamos enamorados de lo que el otro es, sino de lo que creemos que podría llegar a ser.

Por ejemplo: alguien que dice "sé que tiene un gran corazón, solo que no sabe demostrarlo", mientras justifica conductas de desprecio o egoísmo.

  • Confundimos comprensión con justificación: es válido entender que el otro tiene heridas, pero eso no justifica que nos trate mal.

Por ejemplo: "Es que tuvo una infancia difícil" se convierte en la excusa constante para perdonar faltas de respeto, mentiras o conductas evasivas.

  • Nos aferramos a momentos puntuales de conexión: aunque la relación sea mayoritariamente dolorosa, basta con un gesto amable o una promesa de cambio para seguir esperando.

Por ejemplo: después de días de silencio, un "te echo de menos" nos llena de esperanza y nos hace olvidar todo lo demás.

Una pareja mirándose a los ojos de forma cómplice y amorosa
Una pareja mirándose a los ojos de forma cómplice y amorosa | Pexels

Soltar no es fácil, pero es posible

Dejar ir a alguien que no nos hace bien no se trata solo de tomar una decisión racional. Es un proceso emocional que requiere consciencia, autocompasión y, muchas veces, apoyo terapéutico. Algunas claves para empezar:

  • Reconocer patrones que se repiten en nuestras relaciones.
  • Validar nuestro malestar en lugar de minimizarlo.
  • Trabajar el vínculo con uno mismo: no desde el juicio, sino desde el cuidado.
  • Comprender que una relación sana no necesita drama para sentirse viva.

En conclusión, a veces, lo que nos impide soltar no es el amor, sino el miedo, la costumbre, la herida sin cerrar o la ilusión de que todo cambiará. Pero el amor verdadero no duele así. Mereces un vínculo en el que no tengas que rogar cariño, ni justificar faltas de respeto, ni vivir con ansiedad constante. Y eso empieza por elegirte a ti.

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