FILIAS Y FOBIAS DE MAFALDA Y COMPAÑÍA
¡Los personajes de ficción también comen! Todas estas cosas...
Mafalda y la sopa, Garfield y la lasaña, Doraemon y los dorayakis, las Tortugas Ninja y la pizza, Carpanta y... ¡nada! ¿Recordáis otras filias y fobias gastronómicas de los personajes infantiles?
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Según de qué generación seáis, los recuerdos que tengáis de los personajes del TBO, de las series de televisión de dibujos animados, de los cuentos y de los cómics, serán unos u otros. Todos tenemos los nuestros y si hacemos un poco de memoria, enseguida nos trasladamos a aquellos días de inocencia y felicidad ¡Ay!, (léase como un suspiro…).
Muchos de estos personajes tenías sus filias y fobias gastronómicas y han quedado grabadas en nuestro baúl de los recuerdos. Os recordamos algunas de ellas:
Carpanta es el gran personaje creado por Escobar que más hambre pasó. Creado en la posguerra española y cuyo nombre significa “hambre atroz” siempre lo veíamos (o leíamos, mejor dicho) pasar las mil y una para llevarse algo a la boca. Recuerdo una de sus historietas en la que vio un cartel que indicaba “riñones salteados”, se sentaba en la mesa y a él siempre le tocaba el sitio donde no servían (el salteado era en turno, no en elaboración ). De una agudeza tremenda.
Mafalda y su gran fobia a la sopa llevó sin duda a más de una madre o padre a ingeniar las mil y una para convencer a los más pequeños de que la sopa era buena. Quino creó las tiras donde el grupo de hijos de la sociedad argentina más “progre” cuestionaba las conversaciones de los adultos. De vez en cuando, Mafalda no podía evitar demostrar su aversión por la sopa dando argumentos a cuál más ingenioso para no tener que comérsela.
Popeye ayudó a que el consumo de espinacas entre los pequeños fuera más fácil. Al ver los musculosos brazos tatuados del marinero, convencer a cualquiera de que esta verdura era “lo más” y que gracias a ella se crecía sano y fuerte no entrañaría ninguna dificultad. ¡Si casi dotaba a los que las comían de poderes sobrenaturales! Como curiosidad, si leéis su nombre en inglés («Pop-eye») su significado es ojo saltón. Y es que así era Popeye. Hay que decir que para compensar, estaba su novia Olivia a quién quizá le hicieran falta varios platos de la mágica verdura.
Garfield tenía un gran romance con la lasaña. Y no solo porque le encantara este plato de pasta, sino porque él mismo nació en la cocina de un restaurante italiano que tuvo que abandonar. Fuese trauma o delirio, la lasaña volvía loco a este gato vagabundo que parecía no saciar nunca sus ganas de comer, algo patente al ver el volumen del felino.
Shin Chan se transformaba al ver los pimientos. Sudaba, pataleaba y cogía unas rabietas tremendas solo de pensar en ellos. Y que conste que lo intentó más de una vez, dada la insistencia de su madre a la hora de la cena, pero nunca llegó a conseguirlo. Fue de los primeros en introducir los palillos entre los más pequeños.
Doraemon era todo lo contrario con los dorayaki. La llegada de los dibujos asiáticos más allá de Mazinger Z nos abrieron todo un mundo de nuevos ingredientes. Este dulce de dos bizcochos rellenos de chocolate y anko no es nada del otro mundo. Realmente es de lo más típico y sencillo al que podríamos añadirle la sofisticación de las judías dulces (el anko)… En cualquier caso para Doraemon eran todo un manjar.
Las tortugas Ninja, en su primera versión, no tenían ninguna predilección gastronómica, pero cuando pasaron a ser serie animada llegó también su gula por la pizza, a ser posible, de pepperoni. Llegaron a ella por casualidad, al encontrarse una caja y, sin saber qué era, haciendo alarde a su valentía, decidieron probarla. A partir de ese momento, se convirtió en la comida favorita de Leonardo, Raphael, Michelangelo y Donatello.
Obélix cayó en una marmita de pócima mágica y tuvo suficiente de por vida. Pero además de este brebaje que servía a los galos para vencer a los romanos, en los cómics de Astérix y Obélix siempre se ven banquetes para celebrar las victorias. Si os fijáis bien, en ninguno de ellos faltan los jabalíes que servían para reponer fuerzas después de las batallas.
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