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El mofetómetro de Cocinatis

Los 10 alimentos que peor huelen

¿Puede una fruta oler a rayos? Sí, el noni. ¿Hay quesos que desalojan habitaciones? Una torta del Casar puede lograrlo. ¿Recuerdos olfativos de poner los pelos de punta? Los del hígado cuando se cocina. Y más...

Qué pena que no podáis oler este tofu...

Qué pena que no podáis oler este tofu... Wikipedia

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En los 80 John Waters, ese amante de la cultura trash y cineasta irregular, creó el Odorama, que ampliaba las sensaciones que un ser humano podía captar en el cine. Los asistentes a las proyecciones de su película 'Polyester' recibían una tarjeta con 10 casillas. Cuando salía el número correspondiente en pantalla, tocaba rascar y oler. Había de todo, desde flatulencias hasta pizza, pasando por gasolina u olor a zapatos sucios. El sistema no lo petó, pero demostró que los olores juegan un papel importante en nuestra vida. El morbo de rascar las casillas del Odorama era similar al de esa gente que se tira un cuesco en la cama y se tapa con la sábana para olerlo. Ya sabéis de que hablo...

En la cocina hay alimentos que huelen, digámosolo así, de manera singular. No es que su fragancia sea la más agradable del mundo y, de hecho, al cocinarlos o a servirlos, desprenden tal olorcillo que muchos los rechazan. Otros los comemos, pero siempre nos referimos a ellos con esa frase anglosajona del 'acquired taste' (gusto adquirido), por aquello de que son cosas que se aprenden a valorar. Tomad aire, que ahí vamos.

La torta del casar. Sin duda, uno de los mejores quesos del mundo. Y también una experiencia del averno para muchos. He asistido a cenas en las que, es abrir una torta, y comprobar cómo la mitad de la mesa se arrincona en una esquina en plan ataque químico. Y no digamos ya si la torta está pasada de fecha. Sin embargo, en boca el impacto se diluye y este queso de pasta blanda de oveja se disfruta. Vaya que sí.

Noni. Desde Extremadura hasta la Polinesia, de dónde es este característico fruto, del que se saca un zumo que últimamente se ha puesto de moda. Es feo por fuera, con apariencia bulbosa, pero cuando se abre es cuándo comienza el verdadero reto para el que se lo va a comer. Un olor fuerte, láctico y frutal a la vez lo emparenta con una experiencia cercana a comerse un bocadillo de queso azul con plátano. O así. Cuesta echarlo para dentro.

Hígado. Hay gente que se pirra por el hígado encebollado. Y otros que no lo toleramos. Un recuerdo de infancia recurrente es entrar en la cocina y toparte de repente con un oloramen que está a punto de tumbarte: como si hubieras entrado en un matadero de carne lleno de animales. El hígado en crudo es mucho peor que cocinado y, para mitigar un poco ese tufillo hay quien lo mete en leche.

Pescado recalentado al microondas. Nuestro señor de Ambipur maldiga a aquellos que llevan pescado para comer a la oficina y lo meten en el micro sin tapar para recalentarlo. Como sea blanco o azul, apañados vamos. Lo que queda en el micro es un tufo tremebundo que hace imposible meter cualquier otra comida conocida por el hombre a continuación. No digamos ya un café con leche. Y no sigamos, porque acabamos potando.

Arenques fermentados. Dice la leyenda que esta receta noruega es una de las peores cosas a las que puede enfrentarse nuestro apéndice nasal. Yo no los he probado, pero Internet está lleno de vídeos en los que la gente se enfrenta a ellos y las pasa canutas. Por si acaso, os recomiendo llevar una mascarita al estilo del difunto Jacko cuando queráis echaróslos al buche.

Gallinejas. Madrid en ferias huele a gallinejas. Son los intestinos del cordero y otros animales listos para ser desgustados tras una fritura generosa. De ahí sale también el entresijo, que, sin entrar en más detalles, diré que es el mesenterio del animal. Y el resto, que lo cuente Wikipedia. Más allá de todo, el olor es tan penetrante que puede provocar mareos. Aunque para servidor ya es sinónimo de fiesta, así que ni tan mal.

Apio. El apio huele raro y eso lo sabemos todo. Sin embargo, hay gente que lo disfruta. Y los gatos, que serán los próximos dominadores del mundo como todos sabemos, adoran este aroma. Su nombre en latín Apium Graviolens ya nos da pistas. Lo de 'graviolens' significa, literalmente 'olor grave'. Es decir, que no es plato de gusto de todos.

Huevos cocidos. Todos los comemos. Y todos sabemos de que va el tema. Cuando un huevo se cuece y se pela aún caliente, huele a lo que huele. Y no digamos ya si estamos en una fiesta en la que hay decenas, cientos de ellos. El azufre en la clara es el causante. Si es que al final la clara se lleva todas las hostias siempre. Es el Filemón del huevo.

Tofu. Ese momento en el que estás de viaje por Asia y te dan a probar tofu fermentado, con un aroma a medio camino entre el abono que usan en tu pueblo para los huertos y el sopapo que te mete el camión de la basura al pasar por tu calle en verano. Hasta los propios aficionados a comérselo lo dicen. Lo tremendo del tema es que luego sabe normal. Dios juega a los dados con nosotros, está claro.

Coliflor. Como dicen los anglosajones, 'my personal favourite'. Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, decía el poeta... pues la mía es una cocina oliendo a coliflor, ¿cómo te quedas? El problema de comerse esta verdura no es su sabor, sino el aroma que llena la casa y que atenta contra tu pituitaria mientras se cuece.

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