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EDUARD ESTIVILL, VERSUS CARLOS GONZÁLEZ: DOS UNIVERSOS QUE CHOCAN

Diez consejos para que los más pequeños coman bien

"Mi niño no me come" es una de las frases estrella de muchas madres y padres de cualquier estrato sociocultural, edad, país o religión. La preocupación ya no sólo por el peso de los más pequeños, sino por sus posibles carencias nutricionales, afecta a millones de progenitores de todo el mundo, que, al parecer, sufren en vano a consecuencia del clásico rechazo infantil a frutas y verduras y de una querencia al chocolate absolutamente justificada. Pensemos, si no, con toda la honestidad del mundo, en qué preferimos nosotros.

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Había una vez dos médicos. Uno de ellos era pediatra y se llamaba Carlos González, y el otro era experto en Medicina del Sueño y su nombre era Eduard Estivill. Ambos escribían libros, daban charlas, conferencias... y eran líderes de opinión en temas tan cruciales para muchas madres y padres sobre cómo hacer dormir a sus hijos, cómo alimentarlos y, en definitiva, cómo criarlos y educarlos para convertirlos en personas de bien. Lo que ocurría era que Carlos González y Eduard Estivill no solían coincidir nunca en los métodos recomendados para salir airosos de una labor tan ambiciosa, así que los padres que optaban por seguir a rajatabla las recomendaciones de uno de ellos rara vez hacían caso a los preceptos del otro. Dos bandos, pues, también en la crianza, y, como suele ocurrir, miles de progenitores en medio intentando hacer una mezcla complicadísima de las enseñanzas de uno y del otro para construir prácticamente a medida una forma de vida.

Pero aquí estamos hablando de las cosas del comer. En su libro ¡A comer!, Eduard Estivill propone un método muy sencillo para conseguir que los más pequeños coman de todo, cosa que se logra, según su experiencia, en unas dos semanas como máximo. A grandes rasgos, la cosa consiste en poner el plato frente al niño mientras la persona encargada de darle la comida, sea quien sea, siempre en tono cariñoso y amable, se lo intenta dar. La negación del niño, sus posibles llantos o rabietas, no deben modificar ni un ápice la actitud de la persona que alimenta: ésta debe mantenerse siempre cariñosa, repetir tres veces la operación y, si no funciona, retirar el plato hasta la hora de la merienda. Y así sucesivamente, hasta que el niño entiende que o se come lo que hay el plato o no va a haber nada más. Nada de negociar, pues, de hacer creer al niño, tenga la edad que tenga, que sus deseos, emociones e inquietudes, también importan. Y sí, quienes lo han probado dicen que funciona.

González, por el contrario, en su célebre 'Mi niño no me come' propone una alternativa que se va, probablemente, al extremo contrario de las enseñanzas de Estivill. En primer lugar, tranquiliza a las madres y los padres sobre las presuntas carencias nutricionales de sus hijos. Nos recuerda que vivimos en un país sobrealimentado, que en realidad el cuerpo humano necesita mucho menos de lo que le damos para tener la energía necesaria y, sobre todo, que si hay un ente inteligente en este mundo es nuestro propio cuerpo, que sabe perfectamente lo que necesita y se va a encargar de buscarlo aunque sea mediante métodos poco ortodoxos. Los padres de niños poco comedores, asegura González, pueden respirar tranquilos y olvidar los malditos percentiles, pues cualquier niño puede crecer sanos y feliz sin necesidad de convertir cada ágape en un drama.

Estos son algunos de los consejos de Carlos González a la hora de afrontar las comidas familiares. Pero antes de seguir sus recomendaciones es importante que nos metamos una sola cosa en la cabeza: hemos de acabar con la idea de que nuestros hijos comen poco o están desnutridos, por más delgados o malos comedores que sean, y entender que ciertos comportamientos, como rechazar la verdura y la fruta y preferir los alimentos dulces o los hidratos de carbono, son absolutamente normales, tienen una explicación antropológica y no podemos llevarnos las manos a la cabeza por ellos. En general, González, aboga por no hacer a un niño lo que jamás harías a un adulto. Lógico, ¿no?

1- Lactancia materna a tope. Mientras un niño tome leche materna jamás va a estar desnutrido. La lactancia se da a demanda (nunca cada tres horas, como todavía dicen algunos pediatras de la época del 'baby boom', en la que fracasaron tantas, tantísimas lactancias). Todas las mujeres tienen leche suficiente para amamantar a sus hijos, siempre que se tomen la labor de dar de mamar como un trabajo 'full time', 24 horas al día. Mientras haya lactancia no habrá de qué preocuparse. González es un enemigo a muerte del destete inducido, pues considera que es el propio niño el que debe decidir cuándo dejar de mamar, tenga los años que tenga.

2-Tres cucharadas son tres cucharadas. Si el bebé o el niño sólo come tres cucharadas de verdura hay que ponerle esas tres cucharadas en el plato. Servir grandes cantidades y luchar para que las coma será contraproducente siempre. El trabajo es nuestro, considera González, y somos nosotros quienes tenemos que hacer el esfuerzo de entender que para él esas tres cucharadas son más que suficientes.

3- No usar nunca la comida como moneda de cambio. Vamos a darle una importancia desmesurada, el niño va a notarlo y este hecho va a ir en contra de nuestros intereses.

4- Ofrecer de todo, y que él elija. Este es uno de los consejos más polémicos de González, que le ha costado el escepticismo de muchas madres y padres, especialmente los que trabajan, para quienes el tiempo es oro. González aboga por ofrecer siempre una mesa bien surtida de alimentos apetitosos y permitir que el niño elija lo que considere. Nunca va a fallar, asegura, pues su propio cuerpo es una máquina de deslumbrante inteligencia que irá a elegir los nutrientes que necesita para funcionar.

5- Ponte en su lugar. Simplemente piensa que eres pequeño y entiendes pocas cosas del mundo y que tus padres, las únicas personas en las que confías, te chillan y apremian para que comas más cuando tienes la barriga llena y probablemente dolorida. Piensa en lo terrible que sería que alguien te obligase a comer más tras un atracón de órdago como el que para él puede haber sido comerse media pechuga de pollo. Trata de entenderle, y luego actúa.

6- No obligar jamás. Obligar a alguien a comer determinado alimento es la mejor manera de que lo odie para siempe. Aceptemos que hay alimentos que al niño no le gustan, y si no creamos una presión innecesaria veremos como poco a poco, a medida que va creciendo, va introduciéndolos casi todas de forma gradual y sin traumas en su dieta. Si no forzamos, acabará probando por su propia voluntad.

7- Permitir que coma solo. Siempre, tenga la edad que tenga, aunque tengamos que limpiar después.

8- Pedir ayuda cuando de verdad no comen. Celos, problemas en la escuela, cambios en la estructura familiar, llegada de hermanitos, épocas de estrés en general... Todos estos factores pueden influir en la inapetencia temporal del niño. Afrontemos el problema, pidamos ayuda si es necesario e intentemos que la situación regrese a la normalidad. Cuando esto ocurra el niño volverá a comer.

9- Atención a las alergias. El rechazo a alimentos como el gluten, la leche o los huevos puede significar que el niño es intolerante a determinados alimentos. Conviene fijarse y realizar las pruebas necesarias para descartar o confirmar.

10- Este consejo lo añadimos nosotros: disfracemos la comida que cuesta más. Presentemos las verduras en forma de croquetas o empanadillas, hagamos batidos de fruta con yogur griego y galletas, incluso en forma de polos y tartas. Se trata, más que de inculcar unas normas férreas que se aprenden con dolor y disciplina, de ser felices a la hora de comer y quitarle hierro a un asunto que nos provoca más quebraderos de cabeza de los que debería. Si conseguimos hacerlo así, todo vendrá rodado.

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